El camino sin fin de Ángel Parra Homenaje al gran artista nacional Viernes, 11 de Marzo de 2022 (Publicado originalmente en revista #Rockaxis217, julio de 2021) Durante junio de 2021, se instauró el “Mes de Ángel Parra”, donde con diversas actividades como la publicación en plataformas digitales de la primera etapa de su discografía, se recordó el legado y las distintas aristas de su proceso creativo en una carrera de casi sesenta años. Cantor, compositor, escritor e intérprete, pero por sobre todo un pionero, Ángel Parra aún resuena en la cultura y la música nacional. Por Jaime Barrueto Muchas fueron las llaves que Ángel Parra fue descubriendo, algunas veces entregadas por su madre, la gran y volcánica Violeta, otras tantas veces, encontradas por su personalidad nostálgica y sabedora de una tradición digna de ser mostrada al mundo. Fue así como desde niño recorrió como fiel escudero junto a su madre los interminables caminos de nuestra loca geografía, muchas veces cargando una pesada grabadora que, al llegar a los poblados perdidos, no iba a contar con electricidad para funcionar. ¿La solución? La memoria como registro. Tonadas, versos y cuecas aprendidas por la madre y absorbidas por el hijo. Esas primeras lecciones, junto a la presencia sempiterna del folclore en su hogar, entregaron las primeras herramientas a este novel cantor a fines de la década del cincuenta, ya convertido en un atractivo joven, poseedor de una voz potente, grave, con identidad; y una guitarra dura, “de mano fuerte”, como muchos cronistas registraron en la época. Aquellos caminos lo llevaron, entrando en sus 20, a parajes tan disímiles como Europa y Uruguay, donde –tal como relata en su libro “Mi Nueva Canción Chilena”– aprendió el folclore latinoamericano en Paris, que para aquellos años era una verdadera universidad de la canción popular. Milongas, chacareras, joropos, vidalas; el cuatro, la quena y el charango. Ritmos e instrumentos en los que se volverá un primigenio y talentoso intérprete, llegando a grabar los primeros registros en Chile de dichos instrumentos. La quena del clásico ‘Si somos americanos’ del otro grande y parcialmente olvidado Rolando Alarcón, fue grabada por él, como también el primer registro fonográfico del guitarrón chileno, aquel mítico y aún explotado instrumento de 25 cuerdas, pilar del canto a lo poeta. Aquellas aventuras, muchas veces en claro objetivo de emanciparse de la presencia inconmensurable de su madre, lo llevaron también a ser uno de los primeros “técnicos de piso” de la naciente televisión chilena, experiencia que repetiría en Montevideo, donde además de llegar a dirigir algunos programas, forjó una fructífera y respetuosa amistad con el cantor Alfredo Zitarrosa, de quién aprendería a vestirse formal para las presentaciones en vivo. Aquella costumbre, en sus propias palabras, la mantuvo para mostrar respeto al público, fuese cual fuese. Infatigable investigador de las distintas formas de la guitarra popular, en 1961 graba su primera producción en solitario, un EP con villancicos recopilados del folclore (trabajo hecho por su magnífica madre), así como su primera composición, ‘Del norte vengo Maruca’, donde muestra lo que desarrollaría al máximo con los años: una innovación nacida del folclore, respetando las formas métricas propias de nuestro canto popular. Luego de esas aventuras significativas en su carrera, llega a Santiago con pantalones de cuero y gafas oscuras, buscando un lugar que le fue negado dentro de la escena del folclore, acostumbrada a cantantes de frac y voces almidonadas. Portazos en la cara a esta nueva expresión, que junto a su hermana Isabel, se disponían a mostrar al público. La solución no se dejó esperar y replicando lo vivido en la ciudad luz, instalan una peña a la forma francesa: la música como prioridad en un boliche donde apenas se servía una caña de vino a la entrada, pues la idea era que la gente se embriagara de música y no de alcohol. Es así como a mediados de la década del sesenta inician (algunos lo citan en la primavera de 1964, otros en el otoño de 1965) sin dimensionar el inicio de un movimiento con dimensiones épicas, en una vieja casona de calle Carmen en pleno centro de la capital, que arrendara en primer lugar el pintor Juan Capr: La Peña de los Parra. Con un primer elenco, integrado por el mismo Ángel, su hermana mayor Isabel, el profesor y director del conjunto Cuncumén, Rolando Alarcón, y el aprendiz de cronista Patricio Manns, dan pie a un proyecto no tan solo musical, sino que también cultural, donde además se dieron clases de arte popular, orfebrería, baile y folclore en general. El arte como expresión de una herencia digna de ser mostrada y de la cual Ángel fue la mente maestra. Pero sus ideas vanguardistas no terminarían ahí: en 1965 compuso y grabó el primer disco conceptual de lo que después se conocería como la Nueva Canción Chilena: “Oratorio para el Pueblo”. Inspirado en la democratización de la Iglesia Católica y en la Teología de la Liberación, construyó una misa con todas sus partes, pero en clave de huaynos, tonadas y sonidos latinoamericanos populares. Al mismo tiempo, en Argentina, se publicaba la “Misa Criolla”. ¿Coincidencia? Tal vez. Su creación conceptual seguiría al año siguiente con “Arte de Pájaros”, disco donde musicaliza poemas del libro del mismo nombre publicado por Pablo Neruda, con quien forjó una amistad hasta la muerte del poeta. Con aquel disco, inauguró su etapa de colaboraciones con grandes escritores chilenos: Fernando Alegría (“Las cuecas de Ángel Parra y Fernando Alegría”); Carlos Droguett y su libro “Eloy”, con un EP que es la banda sonora de la película basada en el libro; Manuel Rojas haciendo un recorrido por el territorio nacional en “Chile de Arriba a Abajo” (junto a Los de la Peña, quienes luego se transformarán en Los Curacas); para finalizar con la musicalización inspirada en el libro “La Semilla en la Arena” de Volodia Teitelboim en el LP “Pisagua”, publicado solo días antes del golpe de Estado. Paralelamente, comenzó a cimentar un camino de vanguardia debido a sus sentidos y su mirada innovadora. La primera muestra de esto fue la conceptualidad de sus discos, pero además la búsqueda incesante de nuevas sonoridades. Así, por ejemplo, en sus primeros cinco o seis discos (a destacar lo prolífico: en tres años editó ocho discos), no solo había hecho un recorrido sonoro por Chile, desde trotes y cachimbos, a valses chilotes, sino que además, un recorrido por el continente entero. En su discografía encontramos desde huapangos y corridos mexicanos, hasta chamamés trasandinos; desde milongas camperas, hasta joropos venezolanos. Pero no tan solo la geografía musical americana ocupaba su composición. Ya en “El cóndor” (de aquella verdadera joya que es el LP “Arte de Pájaros”), se vislumbran ciertas trazas de una música progresiva avant la lettre, emparentado quizás con “El gavilán” de Violeta. Así también hay canciones en esta temprana época que no tienen mayor acompañamiento que una percusión: ‘En un pesebre botao’, del EP “Villancicos chilenos” (su primera grabación como solista) no tiene mayor acompañamiento que un kultrún mapuche, mientras que ‘Saludo a la Virgen de la Tirana’ (de su primer LP, “Ángel Parra y su guitarra” de 1965) solo necesitó de un bombo legüero y una introducción y un final en quena. Aquel viejo adagio de “menos es más” llevado a la práctica concreta en una época donde la música de influencia folclórica abusaba de florituras e intrincados arreglos. Esa actitud se desarrollará durante su extensa carrera como cantor y solista, donde la gran parte de sus discos, como en sus presentaciones en vivo, fueron precisamente acompañándose solamente de su guitarra. Asimismo, y en esta música concreta sin mayores adornos y sin metáforas innecesarias, es quien primeramente publica en disco la cueca en su expresión urbana, un par de años antes que su tío Roberto Parra, incluso. La cueca urbana se da a conocer así en formato contemporáneo: piano, contrabajo y batería, guitarras de acordes macizos, con el verso trabajado con categoría y régimen. Sin espacio para ripios o muletillas que se hicieron frecuentes en cultores que grabaron algunos años después y que en la actualidad siguen siendo utilizadas por los cuequeros más jóvenes. No, para los Parra la cueca se presenta por sí misma, sin tanto adorno más que aquel aliño que el que le da el mismo pueblo. Es interesante palpar la capacidad creativa de Ángel, que lo llevó a incursionar en temáticas religiosas e infantiles, además del folclore. Dentro de sus variados temas, no solo fue un pionero, sino que, en esa magia propia de los artistas de cepa que se vuelven atemporales y de cierta manera predictivos. Así como Jorge Teillier, Violeta Parra o Rolando Alarcón, que tienen textos que parecen adivinar situaciones futuras, don Ángel Parra ocupa conceptos y letras atemporales. Sin duda alguna, su proyecto más profético es “Pisagua”, basado en el ya mencionado libro de Volodia Teitelboim, donde se narra la historia del primer campo de concentración chileno durante el gobierno del traidor González Videla. Solo semanas después de publicado este disco, será el mismo Ángel quien viva las penurias de preso político tras el inicio de la dictadura cívico-militar, primero en el Estadio Nacional y luego en el campo de concentración de Chacabuco. Es precisamente acá donde nuestro cantor saca a relucir otra de sus características y que mantuvo la moral en alto de sus compañeros prisioneros: la alegría y el humor. Anteriormente trabajados en discos como “Las Cuecas del Tío Roberto”, en el disco con Fernando Alegría o en “Canciones Funcionales” (aquel diamante grabado con el apoyo en guitarra folk de Julio Villalobos, en aquella época miembro de los Blops), había un humor inteligente, sarcástico incluso. Pero en Chacabuco, aquel humor se transformó en positivismo y en una actitud fraterna. Jamás se le vio triste durante su prisión política, por el contrario, manifestó una generosidad y una alegría generosa. Prueba de aquello fue el conjunto musical creado en aquel campo de concentración, del cual un registro clandestino realizado por Luis Alberto Corvalán (hijo del secretario general del PC del mismo nombre) logró ser sacado por Ángel y editado en el exterior en formato vinilo con el título de “Chacabuco” (1975, Expression Spontanée). Ya llegará el tiempo donde la experiencia de su prisión política sea rescatada por sus cercanos. Mientras tanto y, como primer paso de muchos, la primera etapa de su discografía, desde principios de la década de los sesenta hasta precisamente el golpe de Estado de septiembre de 1973, ha sido recuperada desde los discos de vinilo originales, remasterizada y puesta a disposición del público en las principales plataformas de reproducción de música vía streaming. Con este trabajo será posible apreciar la amplia versatilidad de Ángel Parra que, como ya se ha comentado, va desde el folclore vernáculo a la fusión con el rock chileno incipiente de la época. Muestra de lo último hay variadas y de alto nivel en esta primera etapa, en lo que fue su fructífera relación musical con los Blops. El guitarrista de la banda, Julio Villalobos, lo acompaña en aquel split sensacional que por el Lado A tiene las “Canciones Funcionales” y por el Lado B canciones de Atahualpa Yupanqui. En seis canciones hace un recorrido por el sonido de moda, que aún por esos años era conocido como música beat o "a go-go". Con Villalobos, solo un año antes habían colaborado en el bello disco “Al mundo-niño le canto”, álbum dedicado en su totalidad a temas infantiles. La última colaboración con el guitarrista sería en el disco “Cuando Amanece el Día” (1972), en las canciones ‘La universidad’ y “El ferroviario” (homenaje a su padre Luis Cereceda). Con los Blops, la relación incluiría su participación en el segundo disco de estudio de la banda, “Blops” de 1971, conocido por el nombre de la canción cantada por él: “Del volar de las palomas”. Antes de este crossover de los mejores exponentes del primigenio rock nacional y la Nueva Canción, los Blops participaron en el disco de Parra “Canciones de Patria Nueva” en dos descollantes tracks: el cover de Pablo Milanés ‘Pobre del cantor’ y en la potente y rockera ‘Sol, volantín y bandera’. Muestras de las distintas motivaciones musicales que ocupaban la creatividad de Ángel Parra. El cruce con el rock será una constante en mayor o medida en sus más de 50 discos, teniendo como uno de sus puntos altos el single “Cuba va/Vamos subiendo la cuesta” de 1972, grabado junto a los Blops y Los Jaivas, “cantando con dos micrófonos, muchas botellas de pisco, muchos cigarrillos”, como él mismo recordaría décadas después. Sin duda, Ángel Parra sigue vigente ya a cuatro años de su partida física y sigue siendo escuela cada vez que se escucha uno de sus discos. Versatilidad, folclore, fusión, pero por sobre todo, compromiso con el oficio de cantor y compromiso con el pueblo. Tal como el subtítulo de su último libro, “Mi Nueva Canción Chilena”, con una frase que constantemente repitió en vida, Ángel, desde las alturas y a través de sus hijos y amigos cercanos, pone sus discos y canciones de quien quiera escucharlas, porque hay que dar “al pueblo lo que es del pueblo”. Tags #Ángel Parra #Paparra #Nueva Canción Chilena # Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. Ultimos Contenidos Chile Noticias Sonidos Conectados: Cleaver y Errante arrancan ciclo en Espacio Diana Viernes, 17 de Enero de 2025 Chile Noticias Concurso cerrado: Rama vs CAF en Sala Master Viernes, 17 de Enero de 2025 Chile Noticias 'El Juego de la Vida': THEKOIWAY lanza videoclip Viernes, 17 de Enero de 2025 Chile Noticias Concurso: Mecánico en vivo junto a Spiral Vortex Jueves, 16 de Enero de 2025 Chile Noticias 'Do What U Want': Sound of the Universe comparte su segundo video Jueves, 16 de Enero de 2025 Chile Noticias Los Brandon Marlos siguen adelantando su álbum debut Jueves, 16 de Enero de 2025 Chile Noticias Oh Yeah Rock N Roll: Jack Distortion prepara nuevo late Jueves, 16 de Enero de 2025 Chile Noticias REC 2025: conoce la programación diaria Jueves, 16 de Enero de 2025