Abriendo ventanas: Retratos literarios sobre Víctor Jara Domingo, 16 de Julio de 2023 (Publicado originalmente en revista #Rockaxis214, abril de 2021) Siempre es importante darle una mirada a la literatura para entender a figuras consulares, especialmente cuando tienen un legado tan rico como el de Víctor Jara. En ese marco de análisis, Rockaxis se reunió con distintos autores para conocer cómo se lee a célebre cantautor mayor bajo distintas ópticas, desde la mirada externa hasta la interna, desde la arista social hasta el contorno musical, y desde la templanza del enfoque académico hasta el calor de la poesía. Víctor Jara le entregó su vida al arte y, en los años siguientes a su muerte, el arte se ha encargado de darle vida. Por Pablo Cerda ¿Cómo se llega a la figura de Víctor Jara? Esa es la primera pregunta que enfrentaron Dorian Lynskey, David Spener, Freddy Stock, Patrick Jones, Patrick Barr-Melej y Gonzalo Planet. Todos ellos han mirado al cantautor desde la academia o el periodismo, y tanto los puntos convergentes como los divergentes nutren esta lectura (sobre todo hoy, desde la conmemoración de los 50 años de su cruento asesinato). Más que una enumeración de libros que tratan sobre Víctor Jara, es importante repasar cómo su figura se inserta en trabajos bibliográficos más amplios. ¿En qué se parece el Víctor Jara de Lynskey, mirado desde los ojos de un forastero, al de Stock o de Planet, que lo sienten tan chileno? ¿Se logra encontrar el Víctor Jara internacionalista de Spener con el artista más matizado de Barr-Melej o con la evocación poética de Jones? Un encuentro americano Víctor Jara es el único cantautor de habla hispana en la recopilación de Dorian Lynskey, 33 revoluciones por minuto: Historia de la canción protesta (2015), libro que compila 33 canciones, desde ‘Strange fruit’ de Billie Holiday hasta ‘American idiot’ de Green Day. Además de otras dos excepciones como el nigeriano Fela Kuti y el jamaicano Max Romeo, el grueso de la investigación recae en el péndulo artístico que oscila entre Estados Unidos y el Reino Unido, reforzando la tesis que el periodista británico deja caer sobre la mesa: «El problema con Víctor Jara es que no tiene una canción que sea mundialmente conocida. En Estados Unidos e Inglaterra hay un desinterés general por los músicos que no cantan en inglés. Si las grandes bandas de rock de Francia o de Alemania no cantaran en inglés serían desconocidas para el público anglosajón. Es un chauvinismo lingüístico». Además de la barrera idiomática, la Nueva Canción Chilena no es un movimiento que se haya exportado con éxito de la manera en que la música afro o el reggae sí lo hicieron durante los setenta, por lo que es aún más difícil que la música sea una puerta de entrada. «Víctor Jara es conocido en el mundo por la forma en que murió», apunta el periodista británico. «Por ejemplo, mucha gente conoce el pensamiento político de Bob Marley y quizá sabe que se involucró en la política jamaicana, pero hay más gente que conoce solo sus canciones. Con Víctor pasa todo lo contrario. La dictadura chilena es un evento histórico relevante, muchos saben sobre Pinochet, sobre Allende y los que conocen a Jara lo relacionan a esos sucesos». Entonces, si Víctor no tiene una canción conocida mundialmente y es hijo de un contexto social del cual no puede desprenderse, ¿por qué es el elegido para representar a Latinoamérica en un libro como 33 revoluciones por minuto? «Escogí a Víctor porque tiene una conexión con la historia general que quería contar en el libro gracias a su amistad con Phil Ochs. Víctor tenía un juicio muy duro hacia la música de protesta extranjera, pensaba que no estaban tan comprometidos con la lucha», argumenta el británico. El mismo Phil Ochs sentía que su canto no era tan peligroso. «En Estados Unidos se vivía un clima de incertidumbre a finales de los sesenta. Hay muchas canciones que llaman a la revolución entre 1969 y 1971, lo que no pasó porque llegó Richard Nixon. Al calor de ese momento, la izquierda estadounidense se fascinó con lo que estaba pasando en Sudamérica. Los músicos vieron que había uno de sus pares en el centro de ese movimiento y que había tomado partido de manera fiera. Ochs vio eso y se volvió loco». Para David Spener, doctor en Sociología y profesor en el Departamento de Sociología y Antropología de Trinity University en San Antonio, Texas, la estrategia de Lynskey tiene mucho sentido. El mismo Spener se acercó a la música de protesta estadounidense de los sesenta y setenta en su adolescencia gracias a Phil Ochs y llegó a Víctor Jara por la versión de ‘Somos cinco mil’ interpretada por otra lumbrera del género: Pete Seeger. Spener fue trovador y, luego, se estableció como académico, lo que lo impulsó a estudiar el fenómeno de la canción protesta desde el punto de vista sociológico en libros como Canto de las estrellas: Un homenaje a Víctor Jara (2013) con Moisés Chaparro y José Seves, No nos moverán: Biografía de una canción de lucha (2017) y Canto unido: Un encuentro americano (2019), en el que une las historias de Violeta Parra, Woody Guthrie, Phil Ochs y Víctor Jara. «Mi intención en el libro Canto unido era aportar algo al público y a mis amigos chilenos. Les había hablado de estos personajes que me parecían tener similitudes», dice Spener. Los cuatro músicos soñaron un mundo mejor, una sociedad más justa y un entendimiento entre los pueblos, lo que habla de una preocupación común que unía también a las esferas de la izquierda, lo que Spener define como “internacionalismo”. «En los años setenta, la gente de izquierda tenía un espíritu internacionalista. No es que sea un gran grupo en términos poblacionales en un lugar como Estados Unidos, pero como es un país inmenso, hay redes de personas que tienen su propia versión de las peñas, por ejemplo, que aquí serían los coffee houses. La lucha era una en todo el mundo para la izquierda en ese momento». Si bien la amistad entre Ochs y Jara tiene un momento brillante en el episodio de la minera Swell, en el que Ochs vio impresionado la cercanía que Jara tenía con su gente, sus historias se separan de forma abrupta. «Si tú le preguntas a las generaciones actuales sobre Phil Ochs, probablemente no lo van a conocer», sentencia Spener. A su vez, el recuerdo de Jara sí permanece en la cultura chilena y esto no se remite a la generación que creció con su música. «No es accidente que ‘El derecho de vivir en paz’ volviera a cobrar fuerza y fama después de octubre de 2019. Aunque no sea una canción de las generaciones más jóvenes, igual la conocen. Y si no la conocían, se dieron cuenta de su importancia para el momento histórico que estaban viviendo», amplía el sociólogo. Tras el asalto vivido en Tanzania en 1973 que afectó sus cuerdas vocales, el golpe militar en Chile, el suicidio de Allende, el asesinato de Víctor y el fin de la guerra de Vietnam, una de sus causas más poderosas, Ochs se sumergió en el alcohol y acabó con un deteriorado estado mental que terminó en su suicidio el 9 de abril de 1976. «Las vidas de ambos músicos están unidas por la tragedia, pero son distintas. Víctor Jara murió a manos de militares, Phil Ochs murió por sus propias manos», reflexiona Dorian. Dos caras de una misma moneda Coincidiendo con Dorian Lynskey, Freddy Stock refuerza la idea de que los ojos del mundo estuvieron puestos en la vía chilena al socialismo a principios de los setenta, lo que explicaría la idea de Víctor Jara no solo como una de las figuras centrales de la época, sino también como uno de los estándares tras el trágico final que tuvo este proceso histórico. «Había una gran inquietud o curiosidad desde el mundo intelectual anglosajón y diría que también en el mundo en general por entender qué estaba pasando en el lejano país del poeta Pablo Neruda. Todos se preguntaban cómo un marxista había logrado llegar al poder por medio de las urnas, algo distinto a la Revolución Cubana. Había una gran explosión cultural desde Chile», explica el periodista. Ese estallido creativo quedó reflejado en su disco de 1971. Bob Dylan ya había roto las fronteras entre el folk y el rock con ‘Like a Rolling Stone’ (1965) y Víctor Jara haría lo propio con ‘El derecho de vivir en paz’, un acto rebelde en sí mismo que no estuvo exento de críticas, aunque él ya había tenido un acercamiento con el género en sus viajes al extranjero y cuando adaptó la obra de Megan Terry llamada “Viet Rock” en la que Joan Jara fue coreógrafa. «Cuando viaja a Estados Unidos para presentarse con la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, Jara se empapa del movimiento hippie y de la música de protesta contra la política estadounidense al interior del mismo Estados Unidos, con lo que descubre que esta podría ser útil para la causa», complementa Stock. «Luego, estuvo en Inglaterra en pleno Swinging London y llega con una mirada mucho más abierta del rock, entendiendo que era una forma de comunicación que podía hablarle a la juventud chilena. Él no detestaba el rock, todo lo contrario, entendía su poderío mejor que nadie, pero se tuvo que enfrentar a un mundo liderado por la opacidad de la Guerra Fría». Esa misma rebeldía fue el combustible que encendió la llama de la resistencia durante la dictadura, por eso, Stock plantea una experiencia más simbiótica entre su música y su historia, y no una desde su historia hacia su música como proponen Dorian Lynskey y David Spener. «Escuchar a Víctor Jara era un acto de rebeldía durante la dictadura. Su planteamiento político y su creación musical siempre han sido una unidad, son las dos caras de una misma moneda» rememora el periodista. Stock se encuentra trabajando hace varios años en una biografía de Jara que ya se encuentra en los detalles finales. El periodista planea publicar su libro a mediados de año si las circunstancias así lo permiten, como el cierre de una trilogía que partió con Corazones rojos. La biografía no autorizada de Los Prisioneros (1999), el primer libro sobre una banda de rock escrito en Chile, y que siguió con La vida mágica de Los Jaivas: Los caminos que se abren (2002). «Es un libro que está basado en el perfil humano de un genio. La historia de una persona no cabe en un libro, uno solo hace la sugerencia, pero también es un libro dedicado a esa juventud que soñó y que fue castigada por la dictadura. El 80% de los asesinados tenía menos de 30 años, así que es un homenaje a esos sueños que fueron baleados a mansalva y que ahora renacen». Desde Gales, Patrick Jones vio cómo ese renacimiento de los sueños se tradujo en las calles con miles de personas cantando las letras de Víctor. Antes de escribir las letras para el disco “Even in Exile” (2020) de James Dean Bradfield, el poeta venía estudiando la figura del músico chileno desde el teatro, a pesar de que en el Reino Unido no hay tanta información sobre él. Su nexo con la historia de Jara se dio a través de Celia Hewitt, esposa del dramaturgo, novelista y poeta inglés Adrian Mitchell, cuando trabajaron en la obra de Jones “Before I Leave” en 2006. «Mi investigación partió hace cinco años, cuando la historia de Víctor explotó en mi cabeza. Celia estuvo con Joan Jara y sus hijas en Londres poco después de que Víctor murió y ella me prestó una copia de “Manifiesto” (disco póstumo editado por primera vez en 1974, bajo el sello inglés XTRA-Transatlantic Records) en vinilo que había comprado en una tienda de caridad. Llegué a mi casa, lo escuché, leí las traducciones de las letras y fue toda una aventura», cuenta Jones. Empezó a escribir sobre Jara de manera inocente, pero se propuso a trabajar con el vocalista de Manic Street Preachers para poner la música del chileno y su lado humano antes que su trágica historia. «Tenemos un retrato algo santificado de su figura en el extranjero por cómo murió, pero para mí fue maravilloso descubrir que él estaba con la gente, estaba en la lucha y luego, llegaba a su casa a jugar con sus niñas como lo haría cualquier padre. ¡Era un hombre de familia!», destaca maravillado el artista galés. Aún cuando sabe que el trabajo junto a James Dean Bradfield es importante, el poeta reconoce que les causaba algo de vértigo la recepción del público chileno, pero se siente aliviado de que haya tenido tanta aceptación. «Es un lindo momento para escuchar “Even in Exile”, tratamos de mantener viva la historia de Víctor. Su música me golpeó directo en el estómago cuando mis padres murieron. Él escribió sobre el Che Guevara y sobre la Brigada Ramona Parra, son relatos con vida que lo inspiraron a crear. ¡Ese es el tipo de historias que me motivan!», revela de manera efusiva. Además, Patrick da cuenta de un intercambio interesante: «así como debe haber habido gente que descubrió a Manic Street Preachers con este disco, estoy seguro que muchos fanáticos de la banda, especialmente aquí en el Reino Unido, ahora están buscando más información sobre Víctor Jara y escuchando sus canciones». El gesto En su libro Se oyen los pasos. La historia de los primeros años del rock en Chile. 1964-1973 (2004), Gonzalo Planet viaja al pasado para encontrar los orígenes del rock chileno y propone una radiografía de ese período histórico entre 1964 y 1973. A través de su relato, el bajista de Matorral ve a Víctor Jara como un protagonista en la primigenia del rock, algo impensado en ese tiempo. «El libro propone una línea temporal que comienza con las bandas más “imitativas” a mediados de los sesenta, lo que deriva en Los Vidrios Quebrados, Los Jockers o Los Mac’s, y decanta en el año 73, cuando ya hay un lenguaje propio con influencias latinoamericanas, en lo que Víctor Jara tiene un rol súper importante. Fue un hombre que unió estos dos mundos que parecían contrapuestos en un país polarizado. La hegemonía cultural en ese momento no estaba en el rock, estaba en la Nueva Canción Chilena, y Víctor Jara vio que no todo era tan blanco ni tan negro», comenta Planet. Tanto Stock como Planet coinciden en que la visión rupturista de Víctor construyó un puente entre la Nueva Canción Chilena y el rock, aseveración que no tiene contrapeso hoy en día, pero Planet destaca que este es un encuentro también entre dos mundos separados por el componente social. «Lo que hizo Víctor Jara en ‘El derecho de vivir en paz’ no es solo un gesto musical, es un gesto cultural. Los integrantes de los Blops eran de la clase alta chilena, habían tenido las oportunidades que la gente del mundo de Víctor no había tenido». Víctor Jara nunca pudo electrificarse a la manera en que Bob Dylan lo hizo, pero sí se puede considerar esta colaboración «como un eslabón entre épocas, escenas y formas de ver el rock», advierte Planet. «Hace tiempo le pregunté a Eduardo Gatti si fueron capaces de advertir que ‘El derecho de vivir en paz’ se iba a transformar en algo tan grande. Es una pregunta ambiciosa e idealista (ríe). Eduardo me respondió que todo pasó muy rápido, así que era difícil advertirlo. La canción tiene una estructura de himno, entonces tenía todo para convertirse en un tema importante. Abrió una ventana que quizá no tuvo un efecto inmediato en su círculo ligado al folclore, pero sí fue fundamental para los rockeros». Este vértice del Víctor Jara ligado al rock resuena fuerte en las páginas de Psychedelic Chile: Youth, counterculture, and politics on the road to socialism and dictatorship (2017) de Patrick Barr-Melej, quién pone su acento en un rasgo que a veces pasa desapercibido. «A los historiadores siempre nos interesan las relaciones ideológicas, políticas, de clase o de género, pero en este caso puntual la amistad es relevante. Mucha gente trató de encasillar a los Blops como una banda de izquierda por haber grabado en la Dicap, pero a ellos no les interesaba la política de la época. El vínculo con Jara no era político, a él le gustaba la banda. Muchas biografías tocan este tema, pero ninguna aporta más datos sobre el gusto de Jara por este rock criollo. Gracias a mis estudios, conocí un Víctor Jara menos símbolo y más matizado, ese que podía sentarse en el Teatro Marconi a ver una banda de rock el fin de semana». El profesor y doctor en Historia –experto en asuntos latinoamericanos– decidió investigar a fondo a una juventud chilena que vivía una encrucijada cultural. «Leyendo sobre movimientos culturales de los sesenta y setenta, me encontré con noticias sobre el Festival de Piedra Roja en diarios y revistas. No fue un festival grande ni espectacular, pero lo que engendró ese momento en la política chilena sí fue interesante. Fue una reacción en contra del hipismo, del rock, de la marihuana, de la liberación sexual, o sea, todo lo que tenía que ver con la contracultura transnacional». Barr-Melej ve la obra de Víctor como un acto de amor: «Habla de jóvenes que vivieron momentos muy difíciles. La historiografía de la época de Allende pone a la clase trabajadora, a la ideología y las instituciones en el centro del análisis, pero existía un movimiento pequeño de jóvenes que quería tener una vida distinta en el Chile de la transición al socialismo». Esta tensión generacional que describe Barr-Melej también se puede extrapolar a lo que la sociedad está viviendo en el presente, con un Chile que despierta y se levanta contra la hegemonía impuesta por un sistema económico agrietado y agotado. Por eso, la pregunta cae de cajón: ¿En qué estaría Víctor Jara hoy en día? Siempre es difícil ponerse en el lado de la especulación, pero cada una de las obras literarias analizadas permite construir un perfil desde distintos lugares para que el lector y al mismo tiempo auditor, pueda echar a volar su imaginación a través de las ventanas que abre la literatura. «Los homenajes que tienen los representantes del folk tanto estadounidense como británico son tantos como los que tiene Víctor por sí solo. Jara tiene una historia poderosa, más allá de su militancia e incluso de su música», indica Dorian Linskey. «Víctor tendría mucho que decir sobre lo que pasa en Chile. Me gustaría pensar que Víctor tenía una visión muy humanista, seguramente estaría luchando por los derechos de los pueblos originarios y de los estudiantes. Es difícil creer que no», sugiere David Spener. «Es una figura consular, como Pablo Neruda, Violeta Parra y Los Jaivas, son los cuatro grandes en términos de cultura popular chilena», recalca Freddy Stock. Patrick Jones va más allá: «él es un modelo a seguir de cómo un artista se enfrenta al mundo y nos muestra el camino para luchar por algo mejor». «Jara sabría lo que está pasando, pero lo que pasa con los símbolos que mueren como mártires es que su imagen queda congelada y la podemos colocar en contextos que cambian constantemente. Quizá Víctor hubiese cambiado también, quién sabe», observa Patrick Barr-Melej. Para Gonzalo Planet, todo se resume en una instantánea hipotética, pero potente: «Se hubiese conmovido al ver a ese millón de personas cantando en la Alameda. Su canción tiene una dualidad, porque uno no quisiera que fuera tan actual, pero sigue hablando de las injusticias que ya no deberían existir. Aún así, esto habla bien de la gente, porque no se olvidan de él y siguen abrazando su obra para que no quede guardada en un cajón». Tags #Víctor Jara #Dorian Lynskey #David Spener #Freddy Stock #Patrick Jones #Patrick Barr-Melej #Gonzalo Planet Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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