Tenemos Explosivos: No protesto por migo «La fractura de la post-dictadura es principalmente de lo que estamos hablando» Martes, 13 de Diciembre de 2022 (Publicado originalmente en revista #Rockaxis228, junio de 2022) Con la brújula apuntando hacia nuevos horizontes sonoros, que los llevó hacia las raíces folclóricas de nuestra música popular, las que fundieron a fuego ardiente con su estilo punzante, y con la pluma siempre sagaz de uno de los mejores letristas de la escena, trayendo la memoria a la primera línea, Tenemos Explosivos regresa con su mejor trabajo discográfico: “Cortacalles”. Por César Tudela El 12 de septiembre de 2013 fue quizás una de las noches más largas para Tenemos Explosivos. Su primer gran cambio de ciclo: despedían a su amigo Eduardo Pavez, quien emigraba a otras latitudes. Sin embargo, esto no significó el éxodo de su vocalista de la banda ni el fin de esta. Al contrario, fue un hito de inicio de una nueva historia que ha transcurrido alrededor de su férrea amistad y de su compromiso de «narrar la memoria», y que se ha mantenido como un sistema de engranajes donde conviven lo político, la conversación, el cariño y, por supuesto, el amor por la música. «Ese ha sido siempre el motivo y el motor», confirma el mismo Eduardo, desde Nueva York. Y reafirma: «sigue siendo así a pesar de estos casi 10 años. No ha cambiado esa estética de ser un grupo de amigos que se junta a tocar porque le gusta, porque nos queremos». El ejercicio de este recuerdo es más que nostálgico: es la oportunidad para entender, sin el romanticismo de la abnegación, el trabajo de una banda que, desde entonces, se ha transformado en una de las más interesantes del circuito rockero nacional. Una cuya música ha ido en constante búsqueda sin perder identidad, y cuyas letras son testimonios del doloroso péndulo sociopolítico nacional. Abre caminos «Aún te veo en esa tarde roja sangre, años antes que te hicieran desaparecer / Te quisiera decir que recordar es todo lo que hacemos quienes nos quedamos». Así termina el texto de ‘El barco de Teseo’, la primera canción de “Cortacalles”, el nuevo disco de Tenemos Explosivos que, corriendo sus propios límites musicales, empieza solo con teclado y la voz desnuda de Eduardo. Aunque ya conocemos su perspicaz forma de escribir, la sensibilidad en cómo comunica sus mensajes no solo impacta, sino que conmueve. Eso, porque en el reverso de esas historias también se escriben formas de justicia social, con palabras que se activan cuando el reflejo de resistir empuja a poner astucia y dignidad, haciendo uso del imaginario épico. Lo que representan hoy estas canciones bien podrían ser el equivalente a las que cantaba Santiago del Nuevo Extremo a mediados de los ochenta en alguna peña universitaria semiclandestina, con el miedo latente a que llegara la policía a reprimir-detener-torturar-asesinar-desaparecer. «Yo estoy cantando por la voz de mis amigos», manifestaba sin miedo un joven Luis Le-Bert en el oscuro Santiago dictatorial. «Nos quieren ver muertos / Y no lo van a lograr», grita Eduardo más de 40 años después con el mismo ímpetu en ‘Cultura de la servidumbre’ (en referencia al libro del filósofo chileno Juan Rivano de 1969), porque muchas cosas no solo no cambiaron con la llegada de la democracia concertacionista, sino que se profundizaron, acumulando dolores, injusticias y rabias que estallaron en la revuelta social de octubre de 2019, haciendo explícita la crisis del neoliberalismo, impulsado por las políticas de extrema desigualdad y las imposiciones represivas que, desde entonces, aumentaron las violaciones a los derechos humanos con las estrategias de violencia de los organismos del Estado. La imagen opaca de un país resquebrajado que ya no queremos maquillarlo más, sino que, de a poco, sanarlo. La pregunta entonces parece obvia: ¿cómo habrá influído o inspirado este hito de la rebelión popular en el proceso creativo de “Cortacalles”? «En este disco pasó algo parecido que con el “Derrumbe y Celebración” (2012), porque la mitad de las canciones las teníamos en el EP (“Intervención Enérgica en los Asuntos de la Nación”, 2010), y cuando lo empezamos a grabar, también empezaron las marchas serias del 2011, cuando empezó la represión dura. Entonces, cuando se lanzó, para algunos quedó la impresión de que habíamos compuesto el disco como la banda sonora de la marcha, pero la gente que ya nos cachaba sabía que los temas estaban de antes y no es que estemos reaccionando a la efeméride, sino que estamos hablando de un tema que desgraciadamente vuelve a aparecer», apunta el también dramaturgo, sin querer adueñarse de un contexto que, visto desde afuera, parecía el campo de cultivo ideal para escribir de una realidad a la que nunca han sido esquivos. «En este disco hay algo espejado en esta relación, porque los temas estaban listos desde antes del estallido. Entonces, lo que pasó como hito social el 18 de octubre es innegable. Si bien existe y está ahí, el disco no es una respuesta a eso, sino que obliga a verlo de otro ángulo; más que influenciar la composición, influencia la interpretación de lo que está pasando, ese es el espejo. “Derrumbe” y “Cortacalles” tienen esa misma particularidad: el contexto obliga a una reevaluación del objeto, más que una recomposición». – Y cuando ocurrió el estallido, ¿no se plantearon la idea de «tenemos que hacer algo, contar algo»? – Eduardo Pavez: Lo que pasa es que igual pasó, no composicionalmente, pero sí por otras vías. Por ejemplo, la banda se activó de forma muy concreta para hacer tocatas a beneficio para comprar insumos y ayudar a la gente que estaba herida, y yo desde acá me activé organizando charlas, foros abiertos. Indefectiblemente, algo del estallido se cuela en el color del disco. Recordar a ciertas figuras claves de nuestra historia, como Luisa Toledo, que muere durante el proceso de grabación, y la incluimos en un sampler. Ese tipo de ejercicios de recolección de archivo sí ocurre, aunque no necesariamente espejando el estallido. No hay una declaración de un estudiante diciendo «esto es lo que queremos, vamos pa´ allá» y lo colocamos directo, sino que dejamos que el contexto lo afecte sin necesariamente volverse un comentario acerca de. Esa es la figura. – Es interesante eso porque, al revés, se hizo mucho el ejercicio de resaltar cómo ciertas manifestaciones artísticas, como la música, venían “anunciando” el estallido, en contraposición al discurso hegemónico, que sacó frases como «no lo vimos venir» o «no sabíamos que había tanta necesidad». – EP: Sí po’, y eso de hace mucho rato. Uno de mis elementos favoritos de YouTube es la charla de Carlos Pérez Soto (físico y filósofo) con Alfredo Joignant (sociólogo) del 2009, en la cual todo el grupo de cientistas sociales hablan de que Chile está todo bien, que estamos avanzando hacia la democracia, y Carlos Pérez Soto dice «lo que va a pasar es que va a salir Piñera presidente y habrá una rabia generalizada en su contra, un levantamiento social, y ningún sociólogo ni cientista político podrá predecir esto, y van a decir que nadie lo vio venir. Y lo que va a pasar es la reivindicación de la izquierda, el llamado de los mapuches, el encuentro cultural», lo dice así de claro. – René Sánchez: Para la gente que ha seguido el trabajo de la banda, esto es lo que venimos hablando siempre. Pero una cosa es decirlo y otra es cuando pasa. Nuestras redes sociales colapsaron un poco esos días. – EP: Había gente que estaba en las marchas y rayaba las paredes con citas de las canciones, era muy bonito ver que nuestro trabajo –no sé si bonito es la palabra…–, que es el descontento que hemos estado tratando de reflejar artísticamente, a un otro le haga sentido. Como dice René, una cosa distinta es pararse en el escenario a cantar y otra es cuando eso ocurre. Es como lo que pasaba el 2011 en las calles: hay una narrativa del descontento, de la ira y de la violencia, y esa narrativa es justificada, y esa justificación se encuentra desde diferentes áreas, entre esas la música, la filosofía, la gráfica, la estética, y entre esas estamos nosotros, y verse parte de eso es muy bello. – RS: Y además de verse, sentirlo cuando vas a marchar o te encuentras con manifestaciones artísticas improvisadas. Cerca de mi casa hubo un día un micrófono abierto y se paró un cabro y leyó una de las letras de Eduardo. Sentir que estábamos juntos en algo para el bienestar de todos, sentir que podemos aportar de alguna manera a canalizar eso, especialmente cuando siempre te dijeron que te tenías que salvarte solo, es muy bonito. Como ejemplo explícito de su insobornable ideología, las palabras del guitarrista encuentran eco inmediato en el mismo disco. «Lo que hay que derribar es el mito del individuo que intenta salvarse solo», dispara Pavez al inicio de ‘Cultura de la servidumbre’, un título elocuente que al mirar completa la lista de canciones, se puede conocer el imaginario que quieren proyectar y que transparentaron con la salida del primer sencillo, ‘Cueca sola’, un concepto que es un tótem de la lucha de las valientes mujeres de la Agrupación de Familiares Detenidos Desaparecidos, que con una guitarra, un pañuelo blanco y un baile tradicional, proyectaron con una corajuda performance el sentimiento de verdad, justicia, reparación y no repetición que todo un pueblo anhelaba tras su sometimiento y subyugación a través del frío plomo de las armas y el horror. Las imágenes incómodas, pero necesarias de revisitar para que el Nunca Más no sea un mero eslogan, se van dibujando al leer títulos como ‘Lautaro, la brigada’ (nombre de una de las unidades de exterminio de la DINA), ‘Así mataron a Mónica Benaroyo’ (el caso de la joven uruguaya enterrada viva en la arena del desierto de Arica con la cabeza afuera y decapitada a patadas por militares golpistas) o ‘El perro Volodia’ (nombre del can adiestrado por Íngrid Olderöck para violentar sexualmente a las y los presos políticos de la Venda Sexy). Imágenes que la historia oficial ha intentado esconder para no incomodar, pero que construyen el relato de la post-dictadura. «Ahora estamos en la llegada de la democracia, desde la idea de la nueva Constitución. Pero otra forma de ver la post-dictadura es como un proceso que se va a acabar cuando efectivamente la democracia se convierta en una representación de los ciudadanos en forma efectiva». – Es curioso eso porque, de alguna forma, en nuestra historia reciente hay varios eslóganes de eso, desde «la alegría que nunca llegó» hasta «no son 30 pesos son 30 años». – EP: Es que la dictadura como tal da igual si permanece o no en términos históricos efectivos. Hay una teoría sicológica que tiene que ver con los traumas y plantea que cuando hay un suicidio en una familia, de un padre o una madre y los niños quedan, ese hecho marca a dos generaciones. Ese es el mismo trauma que ocurre en las dictaduras. Nosotros estamos en la segunda y vamos a la tercera generación, en que esa fractura social se está comenzando a discutir ya con cierta distancia. Creo que los cabros ahora están pudiendo tomar una distancia y haciendo un análisis un poco más frío de esto, también porque la ideología no les llegó tan dura. A nosotros nos criaron con la tele, entonces cuando éramos chicos en los noventa era evidente que todo estaba funcionando bien, no había nada de qué preocuparse. Pero, por debajo, Aylwin financiaba oficinas y estaban matando miristas igual. Era la fachada para afuera de ese Chile exitoso, del “jaguar de Latinoamérica” que querían proyectar. – Ustedes de alguna manera se hacen cargo de contar ese relato incómodo, pero súper necesario sobre todo hoy, que se están planteando nuevas reglas para el país que queremos construir. – EP: La fractura de la post-dictadura es principalmente de lo que estamos hablando nosotros, incluidos los traumas de la dictadura. Nunca hablamos desde la segunda generación que habla acerca del trauma o desde la persona que habla de la desaparición de aquella persona que recibe la inflicción del dolor. No nos estamos apropiando de una narrativa de la dictadura, sino de la post-dictadura, de aquel que ve lo que ocurre y puede narrar desde la memoria. Creo que, en la mantención de la post-dictadura, la memoria es el elemento de resistencia. Más allá del tecnicismo, tiene que ver con la mantención de la memoria en esta democracia falsamente representativa. Ahí es donde está el discurso y donde nosotros podemos hablar con honestidad, porque cualquier discurso de «qué es lo que hay que hacer» me parece sospechoso, pero «qué es lo que hay que recordar» me parece que no hay ninguna duda. Y desde ahí estamos nosotros anclados, por lo menos en lo que hemos trabajando desde siempre y en este disco. – Sobre esos traumas que mencionas, ¿tuvo alguna incidencia el cortometraje Bestia en ‘El perro Volodia’? – EP: No la tuvo directamente en la canción, pero sí me parece interesante que temas que hace algunos años había que meterse debajo de un par de capas para encontrarlos, de pronto empezaron a surgir sobre ellas y aparecer en la capa más popular. Cuando fue el estallido pasó también esto de desenterrar temas y de pronto todo el mundo estaba escuchando ‘El derecho de vivir en paz’, que digamos no era parte del cancionero popular transversal, o no al punto de tener tres mil guitarras para Víctor Jara como se llegó en un momento. El estallido produjo un quitarle tierra de encima a ciertos espacios que era importante hacerlo, y entre eso Bestia es parte de ese universo de elementos que aparecen en la cultura popular. Bacán que sea así y ojalá que siga ocurriendo. La obra de Tenemos Explosivos no solo narra la memoria, la habita. Tanto en sus tres discos anteriores como en el esperado “Cortacalles”, la banda vive, padece y afronta la realidad con la urgencia en la que corren nuestros tiempos. Aquí, Eduardo toma con alta responsabilidad su labor como letrista. «Cuando haces una recuperación de la memoria, ¿qué estás haciendo? ¿Estás tratando de representar el hecho o contando la historia lo más fidedigna posible para que el hecho se vuelva un objeto? ¿Estás contando la experiencia del hecho o estás resignificándolo? ¿Y para qué? Todas estas preguntas son las que se articulan a la hora de armar un disco con esta banda, porque se puede hablar de la memoria, pero la memoria tiene diferentes utilizaciones. La finalidad del Museo de la Memoria es diferente al Parque por la Paz de Villa Grimaldi: una es la idea monolítica museológica, mientras que la otra es la experiencia de lo innarrable. O sea, no podemos mostrar el centro de torturas, entonces vamos a armar un parque en el que vamos a decir que ocurrió algo, pero no podemos ni siquiera representarlo. Ese espacio de la irrepresentabilidad es parte de la clave de lo que tratamos de explorar acá, por eso nunca hay una narración en primera persona, por eso siempre es una narración en segundo lugar. Como no podemos realmente traer el horror, sí podemos hablar de sus consecuencias. Esa conversación es la que se activa o que pretendemos activar». – Sobre la idea conceptual del disco, se percibe que continúa con el hilo narrativo que tenía “Victoria”, con los diálogos familiares contando las historias. Esto, además, con episodios más personales de Eduardo que sucedieron en algún minuto y que ha contado en otros espacios. ¿Qué hay de todo esto en el disco? – EP: El disco está articulado en torno a la muerte. El duelo es una experiencia discontinua: se vive y luego se va, pero después vuelve, y vuelve con la memoria, con esa idea de que la ausencia se vuelve presente en esta discontinuidad del duelo. Para mí, el disco es esa experiencia. En el proceso de trabajarlo, con quien era entonces mi pareja tuvimos la pérdida de un hijo, nos separamos porque ella descubrió su orientación sexual y la acompañé en ese proceso también, entonces hubo un duelo de esa relación que se convirtió en otra; logramos mover una relación de pareja a una de familia, y creo que ese proceso es uno de los cuales estoy más orgulloso en mi vida, lograr que las relaciones afectivas no queden solidificadas en roles sino que en personas. Y claro, ahora lo cuento desde la tranquilidad, pero fue un proceso de un año de tristeza, depresión, llorar, de creer que se te acaba el mundo; mi padre se muere entremedio, entonces hay una serie de muertes, de términos, de resignificaciones de relaciones que se articulan en torno a la muerte, la pérdida, la memoria, a los lugares que no vuelven, en fin, todo tipo de pérdida, y el disco se entrama con eso. Gran parte de las letras de las canciones las armé antes de todas estas experiencias, pero ahora tienen otro color y otro significado, y pareciera que estoy hablando de ellas, aunque las escribí abstractamente antes de todo eso. Hay una conexión con el proceso que es bonito y se resignifica cuando avanza. – También se lee fuertemente la presencia de elementos naturales como el mar y los ríos en varias canciones. – En este disco, el mar o el agua reemplaza al fuego de los otros discos. Cuerpos que caen al mar, rieles que caen al mar, las orillas que se expanden, los ríos que llegan al mar. Hay una simbología distinta en esta pasada con respecto a la inmensidad. La rabia inmediata da a la tristeza, que es más lo que pasa en “La Virgen de los Mataderos”, y acá da paso como a la sensación de la incertidumbre del infinito, que es lo que produce estar solo si uno se va solo en un bote en el medio del mar y experiencia el infinito de una manera bastante terrorífica. La experiencia del agua como significante de esa bastitud es parte de lo que el disco trata de explorar, por eso en algunos temas se habla explícitamente acerca de viajar a las profundidades, hay una narración en torno a eso, a las cosas que se rompen, a la familia… es como si “Victoria” tuviera un nuevo capítulo, pero que está concentrado en elementos distintos; lo que ahí era la pérdida de la hija y su rememoranza, acá es qué se hace con la propia sensación del duelo, cómo se vive, cómo se experiencia su memoria. Eso es lo que pasa con “Cortacalles”. – ¿Y el nombre del disco alude a eso también, a marcar una distancia? – EP: ¡Claro! En cómo encontrar vías que parecían las únicas y de pronto se te corta una. Viene de la idea de que se te va un espacio y hay que armar otro. ¿Y cómo armarlo? ¿Qué significa? ¿Cómo se resignifica? ¿Cómo se convierte una vía de accidente en una vía definitiva? Y bueno, el gesto político de cortar la calle y todo lo que semánticamente puede expandirse son las diferentes variaciones dentro del disco. Se escucha fuerte el río Grabado en Estudios del Sur, “Cortacalles” se posiciona –con varios cuerpos de ventaja– como el trabajo de mejor facturación sonora de su discografía. Si bien la hazaña tiene mucho que ver con que la banda pudo registrar las canciones en el estudio de María Pinto, conocido por su alto nivel de equipamiento, el trabajo humano realizado en producción por César Ascencio (amigo de la banda) y en masterización por el ingeniero Jason Livermore en Blasting Room –cubil del hardcore estadounidense– fue vital para lograr el buen resultado obtenido. El haber logrado trabajar con Livermore fue como cumplir un sueño para René y Juan José Sánchez –el tándem de guitarras–, más con la anécdota de haber llegado a él casi de forma circunstancial y que se concretó con un llamado telefónico. «Un día pesqué el celular y llamé a Blasting Room, les conté del proyecto, pregunté los costos y me dijeron que el único ingeniero que estaba disponible era Jason… al tiro dije que sí. Terminé la llamada y me tuve que pinchar, porque él ha trabajado con todas las bandas que han sido referencias para mí desde chico: Good Riddance, All, Rise Against… Jason mezcló y masterizó el “Let’s Talk About Feelings” (1998) de Lagwagon, qué más te digo», cuenta aún emocionado René. Y complementa: «Cuando le mandé el material, al otro día me respondió diciendo que le había gustado el proyecto y que mandáramos todo. Hasta me llamó una vez para disculparse porque se iba a tomar unos días de vacaciones así que se iba a demorar en algunas cosas. Excelente persona y muy buen profesional», Por su puesto, también tienen palabras de elogio por el trabajo realizado por el también líder de Libra y hombre ancla de Bolchevique Records, con quien volvieron a trabajar luego de su experiencia en “Derrumbe y Celebración”. «Además de buen productor, César es un tremendo músico. Pescaba el piano, llevaba ideas, le planteábamos ideas, programaba baterías, hacía distintas cosas, funcionó muy bien. Tuvimos dos reuniones con otros productores antes, pero nos decidimos por él porque entiende mejor a la banda. Era súper importante que fuera alguien conocido, a quien pudiéramos confiarle nuestro trabajo porque necesitábamos que lo trataran con el mismo cuidado y cariño que nosotros. Pasamos por momentos difíciles y fue la persona indicada, entendía esa fragilidad en la que nos encontrábamos en ese minuto y la supo explotar en favor de la música», confiesa el guitarrista, mientras Eduardo agrega que «pasó algo rebonito de haber vuelto a trabajar con César en este disco porque el proceso de composición de las cantadas se me estaba haciendo cada vez más pesado y difícil, debido a búsquedas personales y cosas que quería incorporar, y que a veces no conjugaba con la música. Llegamos a momentos en que no teníamos forma de solucionar pugnas composicionales y necesitábamos que alguien viniera de afuera y cortara el queque, que nos dijera “esto va pa’ allá, esto va pa’ acá, esto lo pueden buscar, esto no”. Por eso llamamos a César, era la persona indicada para tomar esas decisiones. Él destrabó esa maquinaria que había estado un par de años tirando chispas, en la cual no podíamos encontrarnos». – Al escuchar el disco, además de la primera impresión de lo nítido que suena, ya desde la canción #1 muestran explícitamente el resultado tanto en la composición musical como en la vocal. Un trabajo que los llevó al folclore y que supieron fusionar finamente con su identidad sonora ya característica. – RS: ¡Gracias! Los comentarios de distintas personas que han escuchado el disco nos tienen muy contentos porque justamente apuntan a que se nota que hubo una búsqueda en el cancionero popular, de cómo nos relacionamos con eso. Eduardo empezó antes del estallido con esa inquietud, nos decía «desde que estoy viviendo acá hay algo que me falta» y empezamos en esa búsqueda que sin querer terminamos relacionándonos con un arte que quizás, de donde nosotros veníamos, puede que para algunos sea ajeno, pero para quienes ya escucharon les hace todo el sentido del mundo. Crecimos escuchando bandas de afuera y bandas locales que nos hicieron mirar para otro lado, pero cuando niños se escuchaba otra cosa y te relacionabas de una manera mucho más cercana con otras músicas, como el folclore o los boleros. Esa búsqueda musical y especialmente en la forma de cantar de Eduardo, uno se da cuenta de que hay algo nuevo. – EP: Y sin necesariamente volverlo un ejercicio de recuperación folclórica, porque no lo es, no estamos componiendo en métrica y volviendo a la búsqueda de la guitarra con cuerdas de nylon, no. Es una búsqueda que tiene que ver con la honestidad, que también tiene otras formas. La honestidad no es solamente decir la verdad. Es como decía René, nosotros crecimos escuchando música de afuera, nos enchufaron la guitarra eléctrica y nos metieron Nirvana y Pearl Jam por la boca y crecimos con eso y todo bien. No me voy a quejar de la estética con la cual nos criamos y que nos terminó gustando, pero si estamos componiendo hace rato con esa estética y queremos conversar, conversémoslo desde ahí. O sea, Tenemos Explosivos no es Kuervos del Sur y todo bien, tampoco pretendemos convertirnos en eso, simplemente queremos explorar colores distintos que nos permitan dar más sentido a lo que estamos tratando de contar, sin necesariamente irnos por otros rumbos radicalmente distintos. – Es interesante conocer estos detalles del proceso. La primera conexión que hice al escuchar el disco, en tanto a esta exploración hacia lo folclórico, fue la participación de Marcelo Nilo en “Victoria”. – EP: Sí, ya cuando estábamos haciendo ese disco tenía ganas de explorar pa’ allá, pero claro, ya estaba listo y era como que había poca vía de entrada, y en esta negociación de hacer que entre un poco más, comenzamos a trabajarlo. Pero sí, era esa la conversa con Schwenke y Nilo, Víctor, Violeta, Rolando Alarcón, ese tipo de tradición, de por ahí. Sin querer hacer una parodia o sin querer ser la Nueva Canción Chilena, pero en el fondo conversando con una tradición que es imposible de ignorar. “La nueva canción chilena”. Así se titula la reseña de Rockaxis sobre el show de lanzamiento de “Victoria” en 2017. Para el cronista, el vínculo se genera a partir de la personalidad que adoptan las canciones a través de la importancia que le dan a las palabras, a los textos, a esa manera de transmitir sensaciones en la misma tradición del Quilapayún o el Inti Illimani. «Cuando leí ese texto lo sentí como “wow, qué brígido lo que está diciendo y qué grande me queda”, midiendo el impacto que tuvo esa generación y de cómo ellos influyeron a los que a mí me influyeron. Cuando uno escucha a íconos como Tom Morello citando a Víctor Jara, o los Refused diciendo que habían tomado la identidad de Quilapayún, entonces fue heavy leerlo», recuerda René. Sin embargo, en “Cortacalles” hay además otros elementos de identidad, como la forma interpretativa y performática de las décimas de Violeta Parra y Quelentaro, sobre todo en la melodía vocal lograda por Pavez. En ese sentido, el disco se emparenta a obras realizadas por Congreso, Kuervos del Sur, Los Jaivas, Los Tres, Blops, Mecánica Popular, representando el canon de cómo debería sonar el rock chileno, en tanto a esa estética que realiza el sincretismo entre música de raíz y rock. «Es eso. Qué bonito que el trabajo se haya traducido en una experiencia para quien lo escuche, con esa búsqueda también. Al final el interés es ese, tratar de conversar con la tradición, hacer que tenga sentido y decir que sí hay una identidad». Lo que pasa es que cuando uno está demasiado metido adentro no se da cuenta. Desde el momento en que me fui comencé a meterme con esto y hace cinco años que empecé duro a pegarme con música tradicional y con mis amigos jazzistas de acá nos juntamos a escuchar y sacarle el rollo a las métricas y a ver cuáles son los ritmos de Latinoamérica, sus diferencias. Nos conectamos con esta raíz que a su vez viene de algo mucho más profundo, con la diáspora africana que llega a estas tierras, y que con el tiempo se traduce, para nosotros, en recortar palabras, mover formas, citas populares, pero la base es grande y no se agota al hacer un par de canciones con un vocablo un poco más laxo, es un río que tiene que ver con la identidad de un continente», reflexiona Eduardo. – Musicalmente, hay unos arreglos y unos riffs que marcan el disco y que muestran otras influencias más allá de las típicas del post-hardcore de las que siempre los han emparentado. Hay unas guitarras pesadas muy a lo Stephen Carpenter de Deftones. – RS: ¡Sí! Bueno, siempre han sido nuestras influencias, pero quizás esta vez se notaron más por el mismo proceso de grabación que permitió capturar el sonido más crudo de la banda. O sea, el hecho de grabarlo en vivo en Estudios del Sur más el trabajo de Jason hizo que se note más lo que dices y florezca. Somos honestos con nosotros mismos también y es la primera vez que uno de nuestros discos se escucha tan bien. Pero sí, hay muchas cosas muy noventeras, he seguido haciendo trabajos de guitarras que son muy At the Drive-In, aunque ahora también hay otras que tienen arreglos derechamente cuequeros, que salieron por lo que conversábamos antes y porque finalmente aprendí a tocar guitarra a los nueve años con cuecas. Por lo mismo se notan más las influencias clásicas, por oposición. También hay unas cosas que tomé de The Kills, otras de Josh Klinghoffer (ex RHCP). Una de las volás que siempre hemos tenido con Eduardo es hacer melodías que se vayan repitiendo. En el disco hay unas series de octavas que las tomo y las hago en varias canciones, la misma progresión de escalas… pero que la gente se de cuenta de esas cosas también, pa’ conversar en los shows (ríe). – En otras partes hay unas líneas de bajo reminiscentes a Simon Gallup de The Cure. – RS: ¡Gracias por notarlo! Me tocaste la fibra sensible. Ahí sí hay algo que tiene que ver con una búsqueda sónica y de ambiente, porque una cosa es lo que tocas y otra cómo lo vas pintando, porque al final guitarras, efectos, amplificadores son distintas herramientas para pintar una idea. Cuando escuchai ‘Cómo mataron a Mónica Benaroyo’, esa profundidad del eco, de la reverberancia de las guitarras, de cómo se grabó y los chorus de fondo medios lisérgicos, te meten en la canción, y cuando investigas de qué se trata, esos sonidos como que te preparan. Eso mismo es lo que hicieron los Cure con “Desintegration”, con todo el ambiente y capas sónicas que tiene, por eso esas canciones suenan tan grandes. Mitos que se rompen Tenemos Explosivos arrastra una carga importante que juega con su propia existencia, que es trabajar con su vocalista desde la distancia. «Durante un buen tiempo la pregunta era cómo nos movemos con este peso sin pensar que eso nos está tirando hacia atrás, sino que lo podemos llevar, que sea algo que podamos incorporar en el proceso», cuenta Eduardo, sincerando que en este momento están «en un estado donde podemos hacernos cargo de las condiciones del juego de una manera mucho más afectiva entre nosotros y mucho más efectiva en la producción de lo que estamos haciendo». Pero eso no es todo. En medio del proceso del nuevo disco, ya con todo grabado, un balde de agua fría los empapa: su entonces baterista Matías Acuña, luego de haber luchado arduamente contra el Covid-19, decide dejar la banda luego de casi 10 años para emigrar a México. Un quiebre que los obligó a iniciar un proceso de audición en el verano para poder pararse rápidamente y preparar los pormenores de los shows que ya estaban planeando para mediados del 2022. Luego de un tiempo, encontraron al nuevo hombre tras los tambores: Matías Gray, baterista con estudios y experiencia con otros nombres de la escena subterránea, como Vicky Cordero, Matías Cena, Osorezan y Zoológica. Pero por sobre todo, un ferviente seguidor de Tenemos Explosivos. «A la banda la conocía desde muy chico porque, en ese tiempo de las tomas del colegio del 2011, pintaban parte de las cosas que estaba viviendo», cuenta Matías, sincerándose a través de la cámara del celular desde una de las salas de School of Rock, donde es profesor: «nunca pensé que podía terminar tocando con los chiquillos. Para mí era más ir a verlos, disfrutar su música, sentir el mensaje. No sé si decir que tenía cierta ventaja en la audición, pero al ser fan de la banda no fue tan difícil, aunque obviamente ha sido cuático meterme en el disco nuevo desde dentro, porque hay muchas cosas que han cambiado en la sonoridad y yo me estoy metiendo a la cola de ese proceso, tratando de tocar con respeto lo que estaba y de dialogar con eso sin poner mi interpretación por sobre la música. Ese ha sido el desafío personal y el que también llevamos ahora como banda, supongo. La verdad, ha sido surreal todo esto, estar ensayando, preparando todo». – ¿Cómo recibieron en la banda a Matías? – RS: Bien. Para nosotros no solamente era importante la parte técnica de la ejecución, sino también la calidad humana de la persona. Eduardo en una conversación interna expresó muy bien el perfil que andábamos buscando: alguien que entienda las canciones más que sea un robot que las replique. – EP: Es menos importante que toque el tema exactamente como suena en el disco y que suene como si fuera una pista, eso me es mucho menos relevante a que alguien toque la idea del tema. La autoría se ve en ese hilo más invisible de la interpretación, y estábamos buscando eso. Igual, para mí es más cómodo el proceso porque estoy en mi casa, pero son los chiquillos los que tienen que ir a los ensayos todas las semanas y se lo bancan. Eduardo pone en foco algo que resulta tan obvio en una banda que muchas veces se pasa por alto: el ensayo. Esa instancia donde ocurre la magia, donde la música puede expresarse en su estado natural, donde sus ejecutantes pueden dar rienda suelta a esa pasión, como niños corriendo tras una pelota. «Observo, a distancia, que esta es una súper banda porque se juntan a ensayar, y esa es una lógica súper importante para ellos, que ya no la vivo, pero que recuerdo con profundo cariño porque tiene articulada esa tradición de banda de garaje, todos más viejos (ríe), pero con esa estética», acota telemática el dramaturgo haciendo notar que «si aún así sacamos discos, es porque nos gusta nomás, porque somos un grupo de amigos que está en la misma; ocurre solo desde las ganas, no desde la intención de hacerse famoso, de sorprender a alguien o de ser punta de lanza de nada. No tiene ninguna pretensión más que hacer canciones que nos gusten y compartirlas». René remata la idea: «las motivaciones para seguir haciendo lo que hacemos son distintas y menos perversa de lo que es la lógica y dinámica de la industria musical». Tags #Tenemos Explosivos #Cortacalles #Eduardo Pavez #René Sánchez Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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