Blur: Guerra cultural
El papel de "Parklife" en la eclosión del britpop

Es útil recordar que a comienzos de los noventa el mundo era otro. No se veía venir todo lo que pasó con la revolución del MP3, al contrario, la industria discográfica prosperaba. Había revistas de música, y es más, competían entre sí para ver cuál descubría a la próxima sensación de Inglaterra. Cuando Blur editó “Parklife”, el cuarteto ya venía de vuelta de ser “the next big thing”, un pedestal del que luego sería sacado por Suede. Si bien el viento no soplaba en su contra, tampoco era una apuesta segura que la banda seguiría a flote entre tantos aspirantes a ocupar su lugar. La atmósfera terminó afectando al disco, cuya urgencia prácticamente no tiene parangón en la historia de Blur. En ese mundo paralelo que eran los noventa, los resultados de “Modern Life Is Rubbish”, que no logró colar ningún éxito a la altura de ‘There’s No Other Way’, el gran himno extraído de “Leisure”, ejercían presión en las mentes de Damon Albarn, Graham Coxon, Dave Roundtree y Alex James. De ahí que transcurriera tan poco tiempo entre su segundo disco y “Parklife”.
Desde luego, un grupo como Blur, conocedor y heredero de la gran tradición del pop británico, jamás mostraría de forma evidente algo siquiera parecido a la desesperación o el urgimiento. Imposible. Ellos, estudiosos de los Kinks, de XTC y de David Bowie, harían lo mismo que cualquiera de sus ídolos y encararían la misión de reencantar al público valiéndose de una irresistible oferta: canciones diseñadas para enquistarse a la memoria y mucha mística en torno a la banda. En el caso de Blur, precedidos por su fama de universitarios, el aura era mucho más intelectual que la de los “enemigos” que la prensa intentaría achacarles, los hedonistas Suede y los proletarios Oasis. La reputación de Albarn y los suyos hacía fácil ver a “Parklife” como una especie de manifiesto. Un factor jugó a favor de esa impresión: la muerte de Kurt Cobain pocos días antes del lanzamiento. Los periodistas no demoraron en interpretar el álbum como el inicio de un ciclo tras el fin de otro.

Para el diario The Guardian, el single ‘Girls & Boys’ encabezó el último intento serio de hacer que la música europea prevalezca sobre la americana. “Si el fin del punk era eliminar a los hippies, yo estoy aquí para deshacerme del grunge”, declaró Albarn en 1993, el año previo a “Parklife”, marcado por la fijación del cantante con la guerra cultural entre ambos continentes. El tema lo obsesionaba: “Modern Life Is Rubbish” estuvo a punto de llamarse “Britain Versus America”. La visión de Blur durante las grabaciones de “Parklife” no hizo más que radicalizarse, por ende, su fe en la música británica se afianzó al punto de hacer de su tercer disco una suerte de barrido por lo mejor de las décadas anteriores, un rasgo muy propio del britpop, que siempre fue más retro que otra cosa, por mucho que lo promocionaran como una especie de innovadora renovación. El pastiche, sin embargo, hacía falta. Después de tanta oscuridad grunge, incluso parecía algo novedoso y juvenil.
Andrés Panes
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