Metallica: El veneno de la serpiente negra
¿Qué significó para Chile el «Black Album» y para su primer concierto en el país?
(Publicado originalmente en revista #Rockaxis218, agosto de 2021)
No es el mejor disco de Metallica, pero se ha convertido en una suerte de plantilla. A menudo los fanáticos de la música usan el “Black Album” como concepto para definir el momento en el que un grupo se vuelve masivo, sea cual sea el estilo. Sabemos que el quinto registro del cuarteto vendió –y sigue vendiendo– millones de copias en todo el mundo, sabemos que tiene los singles que aún suenan en la radio y sabemos, incluso, que la banda nunca lo ha superado tanto en términos creativos como numéricos, pero las tres décadas de estos 12 cortes requieren una radiografía mucho más profunda. ¿Qué códigos rompió Metallica en la cultura metalera para trascender en el tiempo? ¿Qué significó para Chile y para su primer concierto en el país años más tarde? ¿Cuál es su relevancia hoy? Que se apaguen las luces y entre la noche.
Por Pablo Cerda
Seguramente muchos han escuchado la frase «me encantaría ver a Metallica en vivo» de gente que no es ni por lejos fanático de la música de guitarras. Seguramente muchos rockeros y metaleros convencidos de que saben cada uno de los movimientos de sus ídolos, que tienen sus poleras, sus discos y cualquier material que diga “Metallica” en él vieron con algo de recelo la confirmación de la banda en Lollapalooza Chile 2017 y se enojaron más aún cuando notaron cómo los “turistas musicales” parecían disfrutar a la par con ellos lo que salía por los amplificadores del Parque O’Higgins. Quizá son los mismos que ven con absoluta decepción cómo las canciones del “Black Album” se someten ante estilos que están a galaxias de distancia en las manos de artistas como J. Balvin o Ha*Ash. Y es que Metallica ya no pertenece exclusivamente al metal desde el 12 de agosto de 1991, fecha en que su homónimo disco vio la luz del día.
El “Black Album” es un disco cargado de veneno. El veneno del trabajo excesivo, de la fama desmedida, de la sobreexposición, de los cambios. Todo eso al inicio de una década clave para entender el rock, una temporada que aún hoy en día sigue sacándonos sonrisas y reflexiones.
1991: El año en que Metallica la rompió
En la historiografía del rock hay años claves para entender su desarrollo. A vuelo de pájaro, podemos enlistar a 1967, 1969, 1971, 1973, 1977, 1980, 1986 y 1991. Mientras en la geopolítica se desarrollaban eventos como la Guerra del Golfo Pérsico o la desintegración de la URSS, la última década del siglo XX iniciaba con una eclosión de discos tan inmensa que sus consecuencias aún están siendo analizadas. Fue el paso para una nueva era.
Si quisiéramos aterrizar la clase del 91 en cuatro nombres clave, sin lugar a dudas serían “Blood Sugar Sex Magic” de Red Hot Chili Peppers, “Nevermind” de Nirvana, “Use Your Illusion” de Guns N’ Roses y “Black Album” de Metallica. Cada uno de esos registros significó un remezón para los estilos que representan. Kiedis y compañía asentaron la tendencia que se venía dando desde mitad de los ochenta con Jane’s Addiction, Faith No More o Living Colour desordenando el gallinero, mientras que el trío liderado por Cobain llevó a la escena de Seattle a las masas dándole un look, un sonido y un discurso que sería la moneda de cambio de la década. Por su parte, Axl y los suyos dieron el portazo final al glam con un monstruo de dos cabezas que trascendía las guitarras acomodadas a la radio fórmula y la balada de fácil digestión. En lo que respecta al metal, el caso de la cofradía de Hetfield es paradójico. Metallica fue la cara más visible del thrash metal en su tiempo, género que reinó en el ambiente extremo de los ochenta, pero que en esta nueva década les reservaba un nuevo rumbo (y no solo a ellos). El año anterior todavía parecía ser un terreno fértil para el estilo con joyas como “Persistence of Time” de Anthrax, “Season in the Abyss” de Slayer, “Rust in Peace” de Megadeth, “Coma of Souls” de Kreator y con el Clash of Titans como el evento que coronó la época.
El “Black Album” no es ni por lejos el último disco del reinado del thrash, de hecho, ese lugar podría estar reservado al “Arise” (1991) de Sepultura, pero sí es un símbolo de los tiempos. Si bien no fue muy influyente para él como músico, el ilustre del metal chileno Anton Reisenegger indica que este quinto LP de los de San Francisco lo tomó por sorpresa. «Creo que Metallica ha sido una influencia en todo lo que conocemos como música extrema sin excepción, pero para mí los primeros tres o incluso cuatro registros fueron más importantes. El “Disco Negro” Lo escuché mucho cuando salió, pero su influencia en nuestra música no fue tan relevante como la de los anteriores». Mientras algunas bandas apostaban por lo masivo habiendo alcanzado un cierto nivel de popularidad, otras formas musicales aún más radicales hervían en el fondo del caldero.
En su libro “La Historia del Heavy Metal” (1993), Andrew O’Neill aborda el cambio de mando que se vivió en el mundo del metal con un thrash que estaba evolucionando y que ya no era el foco de interés del movimiento: «el death metal le hizo al thrash lo mismo que el thrash le había hecho a la New Wave of British Heavy Metal, desafiarlo y quitarle el cetro en el reino del metal extremo. Pero, a diferencia del desmoronamiento que sufrió la mayoría de los grupos de la NWOBHM a mediados de los ochenta, la mayoría de las bandas de thrash siguió tocando con el indicador luminoso encendido». De hecho, hasta la aguja geográfica se movió, ya que ahora Europa era el hogar de las hordas más furiosas del metal, siendo el norte escandinavo el nicho más prolífico de esa eclosión.
Según cuenta Alfredo Lewin, Chile se conectó un poco más tarde con este terremoto epocal gracias a la inmediatez de los programas de videoclips en los que Lee Night o Triton Music de Rolando Ramos tuvieron un rol más que fundamental en el posicionamiento de la jugada que Hetfield y los suyos venían fraguando. «Metallica ya era una banda de prioridad multinacional, pero no conocíamos a tantas otras bandas de la escuela del año 91. Metallica se había hecho un nombre, por tanto, había mayor interés en lo que había hecho con Bob Rock y cumplieron a la altura», indica el locutor de Radio Sonar. En época de pre-internet, era difícil acceder de forma instantánea al remezón musical de principios de los noventa, y muchos de los nombres del rock alternativo no se hicieron notar en nuestro país inmediatamente.
«Sí conocíamos a Living Colour, pero no a Jane’s Addiction, en menor grado a Red Hot Chilli Peppers, que se habían instalado en ese año con un gran éxito que no era una sorpresa porque ya venían de haberlo esbozado con “Mother’s Milk” (1989). Pearl Jam fue una gran sorpresa, pero no iban a ser conocidos hasta 1992, y me apuro al decir que muchos de estos grupos no serían conocidos en Chile hasta 1993. En ese Chile súper desconectado, por razones obvias en el tiempo del pre-internet, Metallica –junto a Living Colour– era una de las bandas más conocidas y single a single nos empezamos a enterar de que habían hecho una apuesta millonaria», agrega Lewin.
Triste, pero cierto
«We’ll never stop, we’ll never quit, ‘cause we’re Metallica» («Nunca pararemos, nunca nos rendiremos porque somos Metallica»). Hubo un tiempo en que Hetfield escupía esas palabras en lugares pequeños atiborrados de adolescentes que creían a pies juntillas en su autenticidad. Si hay algo que define a las escenas underground de cualquier punto geográfico del planeta es la hermandad, la sensación de que todos reman contra la corriente imperante. Metallica fue parte activa del intercambio de cintas, un mecanismo que permitió ampliar su fama con la mejor forma de marketing: el boca en boca. Además, las letras existencialistas al principio de su carrera con canciones como ‘Motorbreath’ o ‘Escape’ hizo que su base de fanáticos se identificara con ellos, contrario a la fascinación del glam por los autos veloces y los revolcones de una noche, según estipula el libro “Metallica and Philosophy: A Crash Course in Brain Surgery” (2007) del filósofo William Irwin: «rechazaban la regularidad y la conformidad con temas que simplemente no escuchabas en los Top 40».
Desde la filosofía del “uno para todos y todos para uno” de ‘Metal militia’, pasando por la pena de muerte en ‘Ride the lighting’, la crítica a las instituciones de salud metal en ‘Welcome home (Sanitarium)’ hasta los temas ecológicos en ‘Blackened’, las letras de Metallica se fueron complejizando y los fanáticos iban creciendo con ellas. “Black Album” también tiene un lugar para las letras de corte introspectivo como ‘The God that failed, una dura carta a corazón abierto en la que Hetfield aborda cómo las creencias religiosas de su familia fueron un impedimento para que su madre siguiera un tratamiento médico que pudo haberle salvado la vida. Si “Kill ‘Em All” (1983) y “Ride the Lighting” (1984) son los discos más cohesionados del cuarteto, con un Kirk Hammet demostrando que era el indicado para ocupar el sitial que dejó Dave Mustaine; “Master of Puppets” (1986) el testamento de un Cliff Burton levitando en estado de gracia como director musical y espiritual de la banda; y “… And Justice For All” (1988) el que inmortalizó a Lars Ulrich como uno de los bateristas más inspiradores de su generación gracias a la complejidad de sus estructuras compositivas; el “Black Album” es el disco de Jason Newsted y James Hetfield en mayor medida.
Es aquí donde podemos escuchar a Jason Newsted como corresponde tras la patada en las canillas que le pegaron en “… And Justice For All”. La profunda introducción de ‘My friend of misery’ o los detalles de ‘Wherever I may roam’ con el bajo de 12 cuerdas solo demuestran lo mucho que tenía que aportar, a pesar de cargar con la pesada mochila de ser el reemplazo de Cliff Burton. Bob Rock fue clave para que Newsted tuviera el nivel de protagonismo que merecía, según cuenta el libro “Metallica: Furia, sonido y velocidad” (2013) de Matías Recis y Daniel Gaguine: «se probaron infinidad de efectos y modelos a fin de lograr el sonido indicado para cada canción. Sin embargo, todas aquellas pruebas generaban un ruido al golpear las cuerdas del bajo. Por tal motivo, pusieron goma espumante delante de los amplificadores para percibir el sonido con mayor claridad».
Alfredo Lewin tuvo la oportunidad de entrevistar al bajista en su primera visita al país. «No sabía a quién iba a entrevistar. Llegué al Hotel Hyatt y me encontré con Jason Newsted. Para mí es un ídolo absoluto, más que Cliff Burton incluso, porque fue el bajista que yo conocí tocando en Metallica cuando descubrí a la banda después de la muerte de Cliff con el “Garage Dayz: Re-Revisited” (1987) y, luego, con “… And Justice For All”, sonara o no sonara. El poster que me miraba desde mi pared era con Jason Newsted».
“Black Album” también fue el disco en el que James Hetfield empezaría a pavimentar un estatus de letrista y compositor que encontraría su mejor versión en discos posteriores. «Aunque nos encontramos con un nuevo James Hetfield que empieza a cantar de una manera más confesional y también con una voz más cercana a la suya, como en una ‘Nothing else matters’, en la que escuchar a una banda de metal haciendo una power ballad con esa lírica era una novedad, no creo que sea el punto más alto de él», puntualiza Alfredo. «Hetfield ha dicho en varias ocasiones que eso lo alcanza en “Load” (1996) y “ReLoad” (1997), con canciones como ‘Bleeding me’ en particular. Se demoraría un poco en alcanzar esas cotas de emotividad en las cuales él sentía que había llegado como músico y cantante a un nivel altísimo».
En su edición especial dedicada a recorrer toda la historia de la banda, el esfuerzo mancomunado entre Classic Rock y Metal Hammer titulado “Metallica: The Complete Story” se recogen las impresiones del vocalista sobre esta aura más personal que aborda en las letras. «Era demasiado fácil seguir escribiendo cosas como… la mierda del “Justice”. Es fácil ver las noticias y escribir sobre lo que viste. Escribir sobre la mierda que pasa en tu interior es mucho más difícil que escribir sobre política, pero, una vez que lo haces, te sientes mucho más liviano, especialmente cuando lo haces en vivo». El idealismo juvenil había quedado atrás. La hermandad de ‘Wherever I may roam’ ya no era la de la tribu urbana en la jungla de cemento, era la de cuatro adultos que debían sobrevivir a los embates del éxito en la ruta. Alejados de ese thrash progresivo que se vio en “… And Justice For All”, la composición más directa dirigida por el resistido Bob Rock permitió que las letras encajaran de mejor manera y le exigió a Lars Ulrich y Kirk Hammet pensar mejor sus baterías y sus solos de guitarra, repitiendo las tomas muchas veces hasta lograr la perfección.
Tuvo que pasar el tiempo para que Hetfield pudiera apreciar la gran labor que Rock ejerció en ese complejo capítulo de su historia, puesto ahí por sus logros en “Dr. Feelgood” de Mötley Crüe y “Sonic Temple” de The Cult (ambos de 1989). Los pormenores de su peliaguda relación están expuestos en documentales como “Classic Albums: Metallica” y son de conocimiento público, por lo que detenerse en ello sería redundante. Más importante es el reconocimiento que el vocalista hace del productor: «no podría estar donde estoy hoy sin sus ganas de abrir mi mente e ir más allá para alcanzar otros estilos». Rock también muestra su gratitud: «El disco tiene una calidad humana increíble. James da un gran salto. El álbum se destaca por ser muy personal».
Personal en lo discursivo, pero masivo en lo musical. Los arreglos orquestales en ‘Nothing else matters’ y ‘The unforgiven’, el cambio de marcha en favor del groove en ‘Sad but true’ o el hard rock de radiofórmula en ‘Enter sandman’ reflejan una búsqueda de masividad que dista a años luz del filo metálico de sus predecesores. Todo era enorme en el “Black Album” y eso mismo hizo que su influencia se fuera reduciendo en los polos más extremos de la música y alcanzara el centro del espectro. Cler Canifrú no se define como una mujer metalera y se siente mucho más cercana a las guitarras de grunge, pero ve ciertas referencias interesantes en la placa que le llaman la atención hasta el día de hoy: «me formé con el rock alternativo, pero ese estilo no da tanta importancia al solo de guitarra. El primer concepto de solo que a mí me gusta lo escuché en Metallica. Es un disco que tiene harto blues, no es thrash a la vieja escuela y eso me enganchó».
Para Camila Guerrero, la súper fanática que ha seguido a la banda incluso hasta en su show de la Antártica, el “Black Album” es el disco que consolida su amor por Metallica. Ella es parte de una generación que conoció a la banda entre “St. Anger” (2003) y “Death Magnetic” (2008), por lo que recorrió un camino en retrospectiva a través de la historia de la banda, llegando a este punto en el que se produce el gran quiebre. «Lo cambió todo. Cuando descubrí a la banda, escuché sus discos en orden y el “Black Album” fue el que más escuché. El sonido, la mezcla y la magnitud de las canciones es algo tremendo».
«Queríamos crear un disco diferente y ofrecer algo nuevo a nuestro público, muchas bandas hacen el mismo disco tres o cuatro veces y no queríamos caer en eso», menciona Kirk Hammet en “Metallica: The Complete Story”. El guitarrista continúa: «la verdad es que, en el pasado, éramos los culpables de poner todo en el mismo orden, ya sabes, empezar con una canción rápida, después el track titular, luego una balada y así. En el “Black Album”, tomamos una decisión consciente de alterar eso y expandir los elementos básicos de la banda».
Toda la tensión del principio hacia Bob Rock, al final se transformó en un catalizador para llegar a un larga duración redondo que trastoca todos los elementos culturales del thrash como tribu y los transforma en un producto de comercialización global. Joel McIver describe al “Black Album” en su artículo “Thrash till’ death?”, «lo suficientemente heavy como para llamar la atención de los metaleros, melódico como para atraer a los que no son metaleros y pegajoso como para que el cartero silbe sus canciones mientras pasa por tu antejardín». Para los más duros es una descripción triste, pero cierta.
No es que las otras bandas no hayan transado varias de sus normas de conducta en pos de alcanzar otros públicos o convivir con los nuevos tiempos, pero ninguna otra estuvo dispuesta a transar tanto como Metallica. Eso es lo que los convirtió en las estrellas mundiales capaces de pisar cualquier parte del mundo con 15 millones de copias vendidas y una gira de tres años que los trajo por primera vez a Sudamérica y puntualmente a Chile el 4 de mayo de 1993.
A donde nos lleve la ruta
«En verdad, Santiago estaba como en un estado de emergencia, el invierno, el frío y las lluvias fueron la noticia obligada de esos días», recuerda Alfredo Lewin. Los temporales que asolaron desde la quinta a la sexta región y el aluvión en la Quebrada de Macul en la Región Metropolitana, pusieron un manto de dudas sobre la primera visita de Metallica a Chile. «En un país tan provinciano como el nuestro y en Latinoamérica, no se recibía muy a menudo la visita de artistas que estuvieran en el peak de su popularidad, como había sido con Guns N’ Roses en el 92 y con Metallica en el 93. La excitación de nosotros pasaba por el hecho de que era una banda que nos representaba y que era del mundo más radical del metal, cuando, en efecto, Metallica ya había pasado a otro nivel». El exrostro de MTV también recalca que el público que asistió a Metallica probablemente fue el que estuvo en Kreator y no en Guns N' Roses. Conscientes de que el público podía ser más radical, la fuerza policial cayó sobre varios esa tarde-noche, en un clima que mezclaba a los que trataban de ingresar sin pagar entrada y a los que respondían al amedrentamiento. TVN informaba que «de acuerdo al informe policial, al menos 20 personas fueron detenidas por desórdenes actuando bajo la influencia del alcohol o las drogas».
El ingeniero de sonido y miembro de la radio Rock & Pop en la época, Rubén Cartagena, menciona que muchos temían que el concierto se suspendiera por los desmanes, pero los asistentes adentro no se percataron tanto de lo que estaba ocurriendo: «al menos yo no supe mucho. Tenía pase para el meet and greet y para el Snakepit, entonces nos citaron un poco más temprano. Prácticamente entramos directo». Cartagena fue un testigo privilegiado. Gracias al setlist que le trajo el periodista Iván Valenzuela desde México, ya tenía una idea de lo que sonaría ese día en el recinto de Ñuñoa. «Por lo general, modificaban la canción con la que iban a cerrar. Lo que no me gustaba era que terminaban ‘Master of puppets’ en la parte en que entran las guitarras acústicas, la tocaban más corta para darle énfasis al “Black Album”, porque era lo que venían a promocionar», recuerda. Incluso tuvo la chance de conocer a los integrantes de la banda.
«Cuando fueron las entrevistas en el hotel, dejé la radio botada y partí. Entré al meet and greet y me saqué fotos con Lars, James y Kirk. Jason se asomó y nadie lo reconoció porque recién se había pelado. Tuve la opción de hablar con Lars, le dije que era súper fan y que los estaba esperando desde hace tiempo. Le pregunté si iban a tocar la versión de ‘Stone cold crazy’ de Queen, porque la Rock & Pop la tocaba mucho y estaba como famosilla. Me dijo que, si bien no estaba en el setlist porque le gustaba ir cambiándolo en las giras, si la gente se lo ganaba harían algunos cambios. En el concierto en YouTube se puede ver que el setlist termina con ‘One’ y Lars se acerca a James y a Jason para decirles “one more” (una más) mientras estaban tirando uñetas. Acto seguido, tocan ‘Stone cold crazy’. Ahí me quedé para adentro. Sentí que les había pedido una canción y que la habían tocado para mí (ríe)».
La entrada costaba ocho mil pesos, que en la actualidad equivalen a $24.565. Los registros de la época hablan de una asistencia de 13 mil personas y el setlist fue de 21 canciones, con una preponderancia obvia del “Black Album”, ocupando siete de esos escaños. Pero hay un detalle que no muchos recuerdan: la banda telonera SpitFire. «Algunos pensaban que era un mito que una banda de Temuco los había teloneado», nos cuenta Marcelo Cuevas, director del documental “¡Esto es SpitFire!”, pieza audiovisual que se encarga de darle su lugar a la banda chilena y de desentrañar esta verdadera leyenda urbana. Eduardo Cabello, bajista de la banda, relata que la posibilidad se abrió a través de Óscar Urra, papá del guitarrista Mauricio Urra, quién tenía un contacto muy estrecho con el gerente de Providencia Televisión, Luis Venegas, y le mostró algunos videos del conjunto de su hijo. «De repente, Don Luis llama a Óscar para preguntarle si SpitFire estaba listo para ser el telonero de Metallica», cuenta Eduardo. «Sin duda fue una sorpresa que considerara a una banda de Temuco sin el bagaje de las capitalinas. En ese tiempo estaba aún más marcado el tema de que si no estabas en Santiago, no existías».
Gracias a la buena disposición de privados que habilitaron el ex Molino San Luis y una sala de un gimnasio en Padre Las Casas, SpitFire se preparó para la difícil misión de entretener al público a la espera de los cuatro jinetes. «Éramos jóvenes y bien osados. No teníamos nada que perder», recuerda Eduardo. El bajista indica que, guardando las proporciones, les fue bastante bien: «el tiempo pasó volando. Fueron los minutos más veloces que hayamos experimentado en nuestra vida con toda la adrenalina y la presión de los productores que estaban vueltos locos manejando los tiempos. Era un mundo totalmente nuevo para nosotros». ¿Y qué pasó con Spitfire tras ese concierto? «No nos quedamos en Santiago. Cometimos el error de venirnos a Temuco para afiatarnos un poco más. Teníamos varias propuestas interesantes para una banda que no era del circuito capitalino. Creo que por eso no pasó más», responde Cabello. Según cuenta el documental, SpitFire tenía buenas proyecciones, pero entre los miedos y la incerteza que en esos años provocaba probar suerte en el mundo de la música en Santiago, nunca concretaron su oportunidad y quedaron en el recuerdo como una de banda temuquense legendaria.
Tras la actuación de SpitFire, Metallica hizo temblar el velódromo del Estadio Nacional. Desde la entrada con ‘The ecstasy of gold’ de Ennio Morriconne hasta el ya mencionado cover de Queen, los asistentes pudieron apreciar un setlist de lujo, sino insuperable, desde los singles del “Black Album” como ‘Enter sandman’, ‘Sad but true’, ‘The unforgiven’ y ‘Nothing else matters’, hasta cortes preciados como ‘Through the never’ y ‘Of wolf and man’. También se avistaron joyas como ‘Justice’, un medley que comprende ‘Eye of the beholder / Blackened / The frayed ends of sanity /...And justice for all’ y otras que se pueden escuchar hasta el día de hoy como ‘For whom the bell tolls’ y ‘Creeping death’, incluyendo los solos de Kirk y Jason.
Las autoras del libro “Arriba del Escenario” (2021), Claudia Montecinos y Javiera Calderón, remarcan la importancia que este tipo de eventos tuvo para el público y la escena local, además de forjar la ligazón que actualmente Metallica tiene con el público chileno. «A las bandas metaleras les encanta tocar en Chile por la energía del público. El concierto de Metallica incentivó la escena del rock pesado en Santiago, fue una prueba para los organizadores y el primero de muchos otros conciertos que vinieron en los noventas. La relación de Metallica con Chile se evidencia en las numerosas veces que han visitado el país, es un destino seguro en una gira latinoamericana», comentan.
«Recuerdo una versión extendida de ‘Seek and detroy’ y la intensidad de la banda en sus años mozos, porque aun cuando Metallica ya tenía una carrera más o menos establecida con cinco discos de estudio y todo eso, comparar la urgencia de su performance con lo que nos acostumbramos a ver desde el siglo XXI en adelante es una diferencia heavy», detalla Lewin. El público chileno sentía que se había saldado una deuda. Tras el caos de la primera visita de Kreator y la imposibilidad de ver a Iron Maiden por motivos político-religiosos en 1992, la llegada de Metallica sí permitiría el arribo de la caballería pesada en «una época de mucho ensayo y error», según Montecinos y Calderón. «Durante los noventa, la industria de los megaconciertos estaba recién naciendo, era una experiencia desconocida para todos, público y productores. Se aprendió en el proceso, en muchas ocasiones sobredimensionaron el negocio, porque pensaron que en Chile se repetiría el éxito de otros países, pero no era así». Alfredo destaca que el orden en que los Big Four fueron pisando el país era el que correspondía. «Slayer se tardaría un año más, Megadeth vendría un poco después y Anthrax fue la banda que más se hizo de rogar. Creo que los Big Four llegaron en el orden que le correspondía a nuestro país. Metallica era la banda que nos tenía que visitar y en el contexto de un concierto con mucha gente, que podría haber sido incluso más».
Nada más importa
En los 30 años que han pasado desde su publicación, el “Black Album” sigue siendo un álbum divisivo. Anton Reisenegger es de los que nunca ha entendido bien su popularidad. «Por un lado, la producción de Bob Rock es algo de otro mundo, suena demasiado grande y espectacular, pero en cuanto a temas, tienes a ‘Enter sandman’ que podría haberla hecho cualquier banda más tirada al mainstream, después tienes las baladas, que puede ser el motivo de su gran popularidad. ‘Sad but true’ es la canción que más me gusta, es la más pesada y la más densa. El tema era más rápido y fue Bob Rock el que les dijo que lo tocaran más lento y afinado más bajo. Hay otras canciones que hasta el día de hoy no me paran un pelo, como ‘Holier than thou’, ‘Through the never’ y ‘The struggle within’, que no son nada espectacular. También hay temas súper oscuros, como ‘My friend of misery’, que yo no los esperaría en un disco tan taquillero como lo fue el “Black Album”. Estuvieron en el lugar preciso y en el momento perfecto, pero al mismo tiempo pienso que es la banda más importante del metal tratando de convertirse en la banda más importante del rock y lo que vino después, llámese “Load” o “ReLoad”, no le hizo justicia. La historia es una y Metallica ahora es tan grande como Dios y probablemente más grande que The Beatles (ríe), pero yo me quedo con los cuatro primeros discos».
Ese tránsito desde el metal hacia el rock es el que arrimó a artistas como Cler Canifrú a las guitarras más pesadas. «Fue mi primer acercamiento al metal, más que con Ozzy o cualquier otra banda metalera». Cler valoriza que la atención del “Black Album” esté puesta en las canciones como un todo más que en los solos, los riffs o la métrica, de ahí su capacidad para llegar a artistas como ella. «Según yo, lo que más se prioriza son las canciones. Cuando las canciones son buenas, no pasan de moda y gustan a todas las generaciones. Lo veo incluso en School of Rock. Los chicos de 14 años rayan con Metallica y es porque las canciones de ese disco son muy buenas, puedes tocarlas con una guitarra acústica en una fogata y van a funcionar».
Camila Guerrero se apega a la idea de que es un tema de discusión incluso dentro de la familia Metallica. «Hay un fallo dividido, porque a los fanáticos que los seguimos a todos lados nos gusta toda la discografía, sin excepciones. De hecho, mis discos favoritos son “Black Album”, “Load” y “ReLoad”. También están los que hablan de la “comercialización” o de que se vendieron. A mí me parece una estupidez. “Black Album” es el disco que los hizo llegar a más orejas porque el nivel de composición en el que estaban en esa época lo convierten en un álbum redondo desde el track 1 al 12».
Al final, Metallica logró impregnar el veneno de su quinto disco en las pieles de la cultura popular para matar el sectarismo y, desde ahí, romper cada una de las barreras que les estorbaban en el camino a la inmortalidad. Mirar a Metallica como una banda exclusivamente metalera es tener una óptica demasiado restringida, es un traje que les queda chico y ahí radica su importancia. El “Black Album” casi los destruye, pero fue la llave que abrió de par en par las puertas de la historia del rock, ubicándolos junto a referentes como The Beatles, Rolling Stones, Led Zeppelin, Black Sabbath, Queen, Iron Maiden y Kiss, entre otros. Lo mejor de todo es que Metallica está aquí para contarlo y traspasar el testimonio de generación en generación.
«Desde el período del “Kill ‘Em All” a principios de los 80 hasta el 91, la banda logra todo, articula su lenguaje. Madura de ciertas maneras y de ahí envejece como el vino», aporta Alfredo Lewin. «Los chicos que hoy tienen 15 años se las saben todas. Eso es lo que logran los grandes discos y las bandas inmortales. No es que conozcan una canción, conocen tres: ‘Enter sandman’, probablemente ‘Nothing else matters’ y ‘Wherever I may roam’. Son canciones reactualizadas por Juanes, J. Balvin, Mon Laferte y Miley Cyrus, o sea, estamos hablando de una cuestión transversal. Los nuevos oídos del metal y de todo tipo de música vuelven a escuchar las canciones del “Black Album” y consideran que, aunque hay algo de opacidad, suenan como está dispuesto a sonar el metal porque Metallica establece un parámetro para ese tipo de música», completa el comunicador.
Con toda su aura enigmática y deslumbrante, el “Black Album” vuelve a hacer sonar el cascabel en su cola, de forma amenazante y letal cada noche en que el solo final de ‘Nothing else matters’ queda suspendido en el aire mientras la cámara de la pantalla del concierto muestra la uñeta con el nombre de la banda en las manos de Hetfield y, acto seguido, te muerde el riff de ‘Enter Sandman’. Ahí es cuando sabes que un pedazo importante de la historia de la música popular te acaba de comprimir y devorar los sentidos. En ese instante nada más importa, solo rendirse ante el dulce veneno de la serpiente negra.
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