Talking Heads
Talking Heads: 77
1977. Phillips
En el arte se escucha muy frecuentemente esa frasecilla de que una vez que el artista muere, su obra se alcanza mucha mayor figuración. No deja de ser curioso entonces que el género del rock que menos reconocimiento tiene y al cual las nuevas generaciones deben incluso la vida sea el new wave, algo así como el hermano intelectual y “artístico” del punk.
Es cierto que la terminología rockera está tan gastada y manoseada que ya no se puede confiar en tanta etiqueta. Pero si el new wave simboliza algo, sea lo que sea que eso sea, la representación de ello sería Talking Heads. Convengamos que nadie tuvo nunca muy claro qué carajo era el new wave, y durante los ochenta el estilo se amplió y tuvo rostros muy distintos a los que le caracterizaron en su nacimiento, en la segunda mitad de los setenta.
De esa primera generación, tan identificada con la movida paralela (y/o alternativa) al punk en Nueva York, Talking Heads era una especie en sí misma. Imposibles de imitar, generaba esa sensación de “salidos de la nada”, con un sonido tan alegre pero una vibra tan cansina. Un extraño mix, montado sobre riffs pujantes y un ritmo bien urbano. La evolución que fueron teniendo dejó a varios sin respuestas, y no creo ser el único que considera que, al menos hasta su cuarto disco, el “Remain in Light” de 1980, no dieron pasos en falso.
Dentro de lo fantástico de su trabajo, es “Talking Heads: 77” el LP que nos convoca y se lleva los aplausos por una razón muy sencilla: fue el primero que hicieron. Fue la presentación del mágico e incontrolable talento de David Byrne, amo y señor de la banda, ante el planeta. Dejemos en claro que esa “presentación ante el planeta” es solo una forma de decir, pues si no fuese por un par de éxitos radiales (sobre todo en los ochenta), no serían muchos los auditores que reconocerían al grupo. Hasta el día de hoy, hablar (con propiedad) de Talking Heads parece un extraño privilegio de solo algunos pocos. Mala cosa.
“77” es una exquisitez, obra del minimalismo, inteligentísimas letras, una voz que parece jugarnos una gran broma, y una que otra influencia que merece ser apuntada. The Velvet Underground, por supuesto, representantes de la idea de que la música puede ser artística sin ser elitista ni perfecta; y The Modern Lovers, patrones de un sonido y una fórmula primitiva que aquí lo es todo.
El arranque con ‘Uh-Oh, Love Comes to Town’, suenan más pretencioso de lo que la placa realmente es, y su cercanía pop pisaría más fuerte más adelante en su carrera. Ese teclado de Jerry Harrison (quien también fue tecladista en los Modern Lovers, dato imposible de obviar) engaña, pero es parte de este juego de no ser tan serios como muchos pensarían.
Las características más notables de los Talking Heads vienen desde distintos lados. A las dos bandas ya citadas, no dejemos fuera tampoco al reggae, con sus canciones de una sola nota, sonido de guitarra más soleado y riffs un poco más cortos y repetitivos que lo acostumbrado. ‘New Feeling’ es el mejor ejemplo de cómo todo eso es tomado para hacer otro tipo de canción.
Pero a diferencia del reggae, aquí no hay una búsqueda de espiritualidad. Tampoco de ser tan rudo como el punk. ‘Tentative Decisions’ es una cavilación juvenil, con ritmo militar, y rompimientos continuos, cumpliendo con transmitir inquietud y, más que nada, hacer cantar. ‘Happy Day’ parte con la ironía de su título, pero uno no sabe si tomar o no en serio a Byrne, por aquel entonces un veinteañero con demasiadas cosas en su cabeza.
El amor incompletamente entregado es una de las temáticas dominantes. ‘Who Is It?’ insiste en eso, camina con tranco apurado bombardeado por dudas, sin siquiera ser capaz de expresarlas. Uno no sabe bien si es entusiasmo “a pesar” de la incertidumbre o “a causa” de ella. Ese ejercicio mental es brillantemente manipulado con propuestas musicales tan acaloradas como la de ‘No Compassion’, que no va ni la mitad de rápido de la velocidad del punk, pero pareciera que no tiene frenos y que vamos a estrellarnos irremediablemente. Pero otro quiebre nos desacelera y deja sin pestañear. Y al final, uno se da cuenta que estos ires y venires no son otra cosa que un intento de los músicos por escapar del estado mental de su propio líder.
‘The Book I Read’ carga con algunos toques sonoros propios de los setentas, y nos enrostran el que Talking Heads no es una banda destructiva ni viene a dejar obsoleto el pasado, como el punk. Ellos vienen a hacer algo que antes no se había hecho (salvo las, otra vez, ya citadas excepciones), “solo eso”. Lo infantil del coro es otro toque de genialidad de Byrne. Qué decir de ‘Don’t Worry About the Government’, tan ácidamente básica que uno puede cuestionarse si se entiende o no. Sin utilizar ningún truco tecnológico, ya se siente la influencia rítmica y el uso de la guitarra que recrea la música electrónica y el “funk moderno”, detalles que volverían a asomar un par de discos después.
La pasajera ‘First Week/Last Week...Carefree’ es más un ejercicio sonoro que una canción tradicional. Dentro de tanto riff liviano y melodías vocales sorpresivas, ‘Psycho Killer’ puede sorprender por su estructura más tradicional, lo cual ya la hace especial considerando el álbum en el cual está inmersa. Es indesmentible que, extrañamente, aquí la voz es la que conduce el track, con un bajo muy presente, y ese coro tan “especial”. Es que uno nunca sabe cuando llega al coro o si todo el tema es un solo gran estribillo. Qué pegajosa, qué formidable. Casi todo “77” es un manual de cómo hacer rock de guitarras simple para la generación garage; ‘Psycho Killer’, en esa guía, sería, por obligación, el capítulo central. Para David Byrne, esta especie de cita (y casi parodia) al estilo misterioso de Alice Cooper no tenía mucha gracia. Es precisamente eso lo que la hace más llamativa, que no tenga tanto brillo como alguien podría autoconvencerse.
Por último, creo que lo mejor del álbum, ‘Pulled Up’, que vomita Modern Lovers por todos lados, es verdad, pero que tiene lo que todo el resto del disco se jactaba de despreciar: fuerza y la forma más obvia de agresividad. A este tipo de canción, con una guitarra que arremete y arremete a chorros, siempre limpia, le podríamos sacar la voz, y crear una monumental canción pop que le acomodaría a R.E.M., por citar un ejemplo. Esa corriente de collage rock tiene su raíz más inmediata en Talking Heads. Ni siquiera parece obvio, pero algunos de los mejores números de la pre-movida alternativa, también. El punk y el sonido indie más juguetón y, porqué no decirlo, menos amigo de la adrenalina, también reivindicó a los Talking Heads en los noventas. No es que todo haya salido de ‘Pulled Up’, pero escúchenla una vez y luego piensen cuántas veces han escuchado la misma canción en los treineta y tantos años de rock que le sucedieron.
En el año del punk, Talking Heads le regaló a una generación una cara igualmente simple, pero “menos fácil”. Sí, al igual que The Ramones, (casi) cualquiera puede tocar una canción de ellos. Pero no sucede lo mismo a la hora de componer. Es la perfecta culminación de una propuesta a un nivel que ni los Velvet ni Jonathan Richman (líder de los Modern Lovers) jamás soñaron. El juego de los jóvenes que se niegan a crecer, con la soltura que nadie había mostrado. Escucha obligatoria.
Juan Ignacio Cornejo K.
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