AC/DC
Let There Be Rock

1977. Atlantic
Llegó la hora de desquitarme. Resulta que cuando uno escucha un disco, se le llena la cabeza de pensamientos y sensaciones que a la hora de pasarlas a texto hay que filtrarlas, además de incorporar sabrosa información, o demostrar un acabado conocimiento al respecto y hacer algo que finalmente sea “un aporte”. Bueno, hoy día agarré el que es probablemente el CD que menos ganas de comentar he tenido en mi vida: “Let There Be Rock” de AC/DC. ¿Por qué? Simple, es uno de mis discos favoritos, tan extraordinariamente rocanrolero y pachanguero que las canciones mismas piden que uno se desentienda de toda esta seriedad que no nos conduce a nada y nos dejemos llevar. De verdad, dan ganas de apagar el PC y lanzarse. Cómo mantenerse sentado frente a un computador cuando AC/DC destroza mis parlantes… Escuchar a estos demonios es como estar arriba de la pelota siempre, pero al mismo tiempo sintiéndome más poderoso que nunca. Vaya uno a saber porqué. En fin.
Antes de apretar play, un par de ideas que no puedo dejar de compartir. Hay poquísimas bandas, tal vez ninguna otra, que represente tan bien lo que entendemos por rock & roll como los australianos de AC/DC. La cosa es bien simple: tienen una credibilidad a prueba de balas. Históricas bandas han partido por el look, por el discurso, por la pirotecnia, por el marketeo, o lo que se quiera. Para este quinteto oceánico de raíces escocesas, el rock está por sobre cualquier detalle, porque las buenas canciones, las guitarras a máximo volumen y la actitud llenan cualquier espacio, cualquier necesidad. El resto son detalles para conformar a “expertos”, para llamar la atención, para vender discos, para gente más dedicada al asunto.
Un buen ejemplo de lo que digo es que muchos fans de AC/DC no saben quienes son los productores de los discos de la banda, más de alguno no sabrá quiénes son los encargados de la composición, o cosas por el estilo. Se entiende. Lo que vale es el rock & roll. Sí, suena a cliché, pero es así. El significado del título “Let There Be Rock” cae como anillo al dedo en ese sentido: “hágase el rock”.
‘Go Down’ puede no ser el tema más reconocible de este disco, pero el inquietante ritmo de su entrada te pone alerta de inmediato. Phil Rudd siempre ha tocado la batería de la misma manera, tremendamente simple, pero no ha perdido nunca su efectividad. Las estrofas crecen en intensidad de manera casi imperceptible, pero casi sin darte cuenta ya te están golpeando con el coro y la ácida voz de Bon Scott, que nació y murió oxidado, pero por eso, y solo eso, es capaz de llamar la atención de la manera en que lo hace. Y ese genio llamado Angus Young se manda un solo de los suyos, pero curiosamente no es eso lo que llama la atención, sino el diálogo que tiene con la quejumbrosa guitarra de su hermano Malcolm y con Scott ya cerca del final de la canción. En 5 minutos, con su primer tema, AC/DC te deja claro cómo se viene la mano.
La filosa ‘Dog Eat Dog’ es como cargar combustible antes de una carrera de alta velocidad. Esa carrera sería ‘Let There be Rock’, una oda a la música que tanto amamos. Las guitarras de los Young literalmente muerden, y descansan para dejar al ya tradicional Rudd y al bajo de Mark Evans, mientras Bon hace, literalmente, historia. El rock en su génesis. Qué buena letra, qué incontrolable tema. Mientras Scott canta “and the guitar men got famous”, y el tema va evolucionando hasta su coro, todo termina haciendo sentido: “let there be rock!!!!” y un ardiente solo. “And the music was good, and the music was loud”… “let the be rock!!!!!”. Y otra vez Angus! Paren esta masacre! Ni el Big Bang tuvo tanta fuerza.
‘Bad Boy Boogie’ es como ‘Dog Eat Dog’ potenciado (con ese tremendo riff, cómo no), te mantiene alerta, te mantiene despierto… te mantiene intimidado. No hay dudas de que acá hay energía que se desborda y asombra, y uno se pregunta de dónde salieron estos tipos. La ya conocida ‘Problem Child’ (que reemplaza en la versión gringa a la exquisita ‘Crabsody in Blue’) llega como una respuesta casi obvia. Y de la nada, se me viene otra pregunta a la cabeza: ¿han escuchado eso de que todas las canciones de AC/DC son iguales? Cuántas veces hemos escuchado la fórmula de ‘Problem Child’, y jamás nos vamos a aburrir. Sí, obvio, 3 acordes y a lo nuestro. So what.
En eso se queda uno cuando ‘Overdose’ hace su brillante ingreso. No se me ocurre otra forma de describir a esta sensacional canción como el tipo que va a una entrevista de trabajo, empieza todo tartamudo y tímido, y termina pidiéndole el número de teléfono de la hija al jefe. No sé cómo, pero crece, y crece, y crece, y la banda parece no darse cuenta, pues toca con una naturalidad y simpleza que sorprende. “I overdose on you”. No, tremendo. Estos tipos son capaces de cualquier cosa. Como de dibujar obras multicolores con los mismos recursos de siempre, y en la mezcla pareciera no haber ninguna diferencia. Pero esas guitarras, que son capaces de cortar vidrio, no dejan lugar a la discusión. ‘Hell Ain’t a Bad Place to Be’ te pilla así. Hace rato que esto dejó de ser “música para estudiosos y analistas” como lo dije en un comienzo. Lo de estas bestias no da espacio a discusiones, solo a seguirles el ritmo y asentir.
Pero si “Let There be Rock” alguna vez me tomó del cuello y me dejó pidiendo piedad, fue por ‘Whole Lotta Rosie’. A esto quería llegar. A esto queríamos llegar todos. Uno de los himnos más grandes de toda la historia del rock & roll. Si no te compras que la simpleza y garra de los australianos es mucho más lo que te provoca que lo que te evoca, acá la discusión se acaba. Llega a dar miedo. Siguen siendo 3 acordes, sigue siendo la misma banda, sigue siendo el mismo ritmo en la batería, siguen siendo los mismos alaridos de Bon Scott. Pero el destino hace que ‘Whole Lotta Rosie’, esta chistosísima historia de la gorda y desbordante Rosie, sea una incontenible dosis de éxtasis. Voy a ser puntual incluso: después del segundo coro y el correspondiente solo de Angus, cuando el riff pareciera que se decaer y las luces se empiezan a apagar, díganme si no se siente como empezar a bajar en picada en una montaña rusa cuando el menor de los Young decide volver a pisar el acelerador. Y empieza la fiesta. Vuelve al coro y el pequeño Angus perdió el control, y se desborda, y se embriaga, y se divierte, y transpira, y se le desprende el alma del cuerpo y se convierte en Dios, y se quema los dedos, y no para, y ¡no para! Y se nos cae la mandíbula de incredulidad. A mí llega a dar risa. Porque no puede ser. De verdad, es una experiencia que llega a parecer irreal. Y en eso se te va el tema. Y se te fue el disco, y pareciera que se te fue la sangre del cuerpo. Pálido, gélido. Por suerte, sigues vivo, y con una sonrisa de oreja a oreja.
Les confieso que cuando empecé a escribir este comentario, era algo totalmente distinto. Era como los otros. Cuando uno escucha The Beatles, por ejemplo, puede sacar muchas conclusiones, no hay siquiera que pestañear. Pero a medida que avanzaban los temas, me acordé de una escena de “Almost Famous”, en que el joven William Miller reportea su primer show a Stillwater y el personaje de Kate Hudson se ríe y le quita la libreta. Esto fue lo mismo. Pero en vez de Kate Hudson, es la misma música la que te hace sacarte las máscaras y ponerte a tono. Esta música, como la de AC/DC, no es para escucharla. Es para sentirla, y sobretodo, para vivirla. Pobre ser humano el que se pone serio escuchando cualquiera de los interminables clásicos del quinteto, siento pena por aquellos que mano en mentón intentan buscar explicación a un fenómeno que no es tan complejo como parece. Angus Young se reiría en la cara de todos ellos. Es rock & roll, ¡¿quién dijo que tiene que ser serio?! El que no vibra con AC/DC, merece silla eléctrica. No para matarlo. Si no que para ver si es capaz de electrizarse con algo. Patéticos. Amargados. Eso si que me salió de alma.
Juan Ignacio Cornejo K.
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