Queen
A Day at the Races
Después del cuarto álbum de Led Zeppelin, parecía que el mundo del rock (no así el de la masividad) pasaría años por volver a sorprenderse con algún disco, dónde se podría ir de ahí en adelante. Pero en 1972, David Bowie se burló de todo lo que estas súper bandas (Zepp, Purple, Sabbath) estaban haciendo con “Ziggy Stardust”. El año 1973 sangró gracias al descomunal “Raw Power”, y nada pudo hacerle peso, por eso el 74 la gran joya fue un disco que era todo lo opuesto a aquel trabajo de The Stooges: “Dark Side of the Moon”, de Pink Floyd. Parecía que cada paso que se daba era para ponerle el pie encima a lo que había hecho la temporada anterior. Hasta que apareció Queen, el 75, y con “A Night at the Opera”, valientemente se la jugó por rescatar elementos de todo este pasado inmediato, fue incluso más lejos, rescatando pianos y dulces voces, y le agregó suficiente pimienta como para crear un estilo propio, indescriptible, pero reconocible. Lo de Queen en 1975 no fue una negación, fue una integración y al mismo tiempo un desmarque de lo que el rock estaba haciendo año a año.
¿Qué podría seguirle entonces a una maestra tan inalcanzable y perfecta como “A Night at the Opera”? A Queen, ciertamente, le dejó de interesar lo que pasara en el entorno rockero. El debut de The Ramones (el golpe del 76, claro), por ejemplo, no era tema de ellos. Concientes de que ya habían pisado suficientemente fuerte como para no preocuparse del resto, tomaron la decisión más sabia posible: hacer un álbum que fuese una secuela de “A Night at the Opera”, pero con menos grandilocuencia, con los pies más puestos en la tierra. Partiendo por el nombre, “A Day at the Races” apuntaba a que nadie en el universo de quiénes eran estos muchachos que se hacían llamar Queen y qué era lo que habían hecho en el pasado. Este LP tendría que mantenerte ligado al grupo, sin repetirse ni equivocarse. Y lo logró, de manera sobresaliente.
Y no pudo empezar mejor con esta prueba de fuego. Después de tanto impacto pero, al mismo tiempo, tanta palabrería con respecto a los elementos sinfónicos y operáticos de ‘Bohemian Rhapsody’ (de parte de todo el planeta durante el 75), a lo mejor inconscientemente, Queen les recuerda a todos sus indiscutibles raíces hard rock con la fenomenal ‘Tie Your Mother Down’. Una épica intro, riff para dejarlos a todos boquiabiertos, un ritmo absolutamente sanguíneo, y un coro de esos que se escuchan hasta la luna. Mercury canta con tanta arrogancia tal que uno lo único que quiere es ser ese tipo que está al micrófono y poder gritarle el tema en la cara a quien se te cruce en el camino; pero para poder darse ese lujo y sentirse así de poderoso e invencible, habría que tener la voz de Freddy Mercury, la cual no ha tenido un símil, diría, en toda la historia de la humanidad. Oh, y el solo principal de May… solo al lado de un guitarrista así podíamos recordar que Mercury era humano… o al menos eran de la misma especie, raza, planeta, como quieran.
‘You Take My Breath Away’ nos trae de regreso la inmensidad sonora de Queen, con esas voces celestiales, acompañadas del hermosísimo piano de Freddy y todo esto coronado con una melodía de ensueño. Queen no es una banda que hiciera baladas dulzonas, y ‘You Take My Breath Away’ tampoco esconde la intención de establecerse como balada rockera (para eso está ‘Save Me’). Aquí hay una auténtica necesidad artística, que explica por qué esos arreglos de cuerdas no suenan fuera de lugar ni asfixian al auditor. Y los cojones que hay que tener para ponerla como segundo track de un disco…
‘Long Away’ es Brian May encabezando la cercanía eterna de la banda por la canción pop correctamente concebida, y acerca también a Queen con lo que acontecía en el mundo del rock en esa época, puesto que gran parte de su trabajo vivía en un universo absolutamente paralelo. ‘The Millionaire Waltz’ representa con mucha ironía el fuerte sello british del cuarteto. Si la pista anterior nos ayudaba a situar a Queen en un lugar del tiempo, ‘The Millionaire Waltz’ los ancla a un territorio físico. Qué humanizador, ¿no? Bueno, eso, hasta que Deacon, May y Taylor explotan por breves segundos, en un reflujo hard rockero, para desembocar en una tercera parte, totalmente alucinante, y que tira por la borda todos nuestros esfuerzos por “humanizar” a Queen: esta banda era de otros tiempos y otro planeta.
‘You and I’ es una canción que se pasea libremente por alegres valles atravesados por huracanadas colinas, presentándose como una de las más sorprendentes composiciones de John Deacon. Llegamos a ‘Somebody to Love’, la gran gema que acapara miradas en “A Day at the Races”. Con esas voces que aparecen y desaparecen como un juego de luces manejado desde el mismísimo cielo, hay una clara intención por posicionar a Queen como “la” banda capaz de hacer singles inolvidables sin ampararse ni en el blues, el rock & roll, la sicodelia o la experimentación. La ópera (‘Bohemian Rhapsody’) y ahora el llamado gospel (esos estereotipados como “coros de iglesias negras”) tienen un espacio bien cuidado en el piano y la mente de Mercury. A ratos, pareciera como si los coros fueran el eco de Freddy, pero otras veces parecen ir contando la historia tan solo un par de segundos después de lo que él hace. Ese recurso es genial, y es uno de los tantos elementos que eleva a ‘Somebody to Love’ a la categoría de súper-composición. Tiene incontables partes, impredecibles quiebres, y aún así no pierde nunca su fuerza interior y su efectividad. Clasicazo.
La teatral furia que se desprende de ‘White Man’ despierta el espíritu de quienes se habían suavizado con ‘Somebody to Love’. Brian May siempre tuvo un lado muy pesado, muy metalero, y a él le debemos estos sublimes momentos en que, por ejemplo, la batería de Taylor revienta el cráneo.
‘Good Old Fashioned Lover Boy’ ya puede definirse como un clásico Freddy Mercury. ‘Drowse’ es cantada por Taylor, que está brillantemente acompañado con un May más sideral que nunca, y que termina robándose la película y creando toda esta atmósfera multicolor del track. Y ‘Teo Torriatte (Let Us Cling Together)’ cierra con la particularidad de que posee un verso ¡cantado en japonés! Es algo que tienes que escuchar. Todo esto, claro, inmerso en una amigable final. Y noten que el cierre es la misma “intro épica” de ‘Tie Your Mother Down’. El cierre del círculo, claro.
Lo más notable de “A Day at the Races”, de seguro, es lo fácil que es de escuchar, considerando la cantidad de elementos, colores y dimensiones que posee. No cansa; no aburre; no refrita “A Night at the Opera” ni pretende separarse de su legado; no pretende ser otra banda; y no engaña al auditor en su intención de fondo: “si es necesario (emulando la actitud del riff de ‘Tie Your Mother Down’) vamos a agarrarte de las pelotas para gustarte, lo quieras o no”. Hacer una rápida pasada por este disco declara una nueva victoria de Queen, inevitablemente quedarás enganchado con su música. Ganan ellos, pero lo curioso es que quien lo escucha no puede calificarse precisamente como “perdedor”. “Perdedor” es el que les da la espalda para huir a su inevitable efecto. Eso si que es ser perdedor.
Juan Ignacio Cornejo K.
Tags
Ultimos Contenidos
The Gathering y Anneke se reunirán de manera especial
Lunes, 09 de Diciembre de 2024
Simon Dawson (British Lion) será el nuevo baterista de Iron Maiden
Domingo, 08 de Diciembre de 2024
Becoming Led Zeppelin: estrenarán documental sobre sus primeros años
Jueves, 05 de Diciembre de 2024