Black Sabbath
Sabbath Bloody Sabbath
1973. Warner Bros
Aunque en el mundo del metal siempre han sido reconocidos como los iniciadores de una estética y ostentan un trono de la influencia que nadie pone en duda, me parece para el gran público Black Sabbath es una banda casi subvalorada, porque sus aportes siempre han sido minimizados, sus discos menos clásicos placer de un sector minoritario, y en sus comienzos la mala crítica los seguía de un modo acosador, tratando de hacer desaparecer su ruido metálico, oscuro y ocultista, en el cual Aleister Crowley y las brujas conocían al Dios del Trueno y al blues británico, con dirección de fotografía a cargo de Mario Bava.
A esa mala crítica que mencionamos, Sabbath respondía con más simpleza, pesadez y oscuridad en el directo y arenoso “Master Of Reality” –disco donde se sacan el estigma Cream que merodeó en sus dos primeros trabajos-, luego mantuvo en parte el peso y comenzó una madurez estilística en el imprescindible “Black Sabbath Volume 4”, y esa refinación tomó matices de evolución a gran escala en un trabajo de antología que costó mucho hacer, porque el abuso de drogas los había llevado a un bloqueo creativo: “Sabbath Bloody Sabbath”. En este trabajo los Sabbath se permiten jugar con armonías más progresivas, teclados y secciones de cuerdas, y no sólo salen airosos e incólumes del desafío, sino que además parecen más imparables y fortalecidos que nunca, marcando definitivamente el punto cúlmine de la alineación original de la banda.
Como deslicé en el párrafo anterior, el contexto de creación de este disco fue uno de los más complicados en la historia de la banda, pues la gira de “Volume 4” fue la perfecta excusa para excesos desmedidos en el uso de las drogas, llegando a tal punto que la banda no podía componer nada fresco. Sintiendo que perdían tiempo en el estudio, deciden encerrarse en un centenario castillo de Gales para toparse de frente con la mística oscura y ocultista a la que hicieron referencia desde sus comienzos.
Cuando Tony Iommi recuperó su facultad para erigir riffs monolíticos lo hizo con una pieza que es hoy un inevitable, un deber para los principiantes en Sabbath, y es el tema que abre y da nombre al disco. El riff-mantra en todo su poderoso esplendor seguía siendo la marca de la casa, y todo parecía haber quedado en el mismo punto donde ‘Under The Sun’ (cierre del “Vol.4”) lo dejó. Aquí está la definición primigenia de lo que luego se etiquetó como doom metal y después stoner rock: tempos arrastrados y tribales, un bajo de protagonismo y peso casi igual a la guitarra, y una atmósfera lúgubre, gótica y macabra, amplia, fría y sobrecogedora como una catedral. A todo eso agréguenle el registro entonces elástico y vigoroso que ofrecía Ozzy Osbourne y tenemos uno de los grandes clásicos de todos los tiempos en el rock.
Un mágico misterio del sonido original de Sabbath es esa contradictoria dicotomía entre la frialdad cadavérica de sus atmósferas con la calidez que su fiato como banda insuflaba, entregando una vibra de bar con un sentido del swing intuitivo y vibrante. En ‘A National Acrobat’ nos embadurnamos de ese groove electrozombie que sin embargo dista demasiado de sonar plano, en una reinvención del tremendo ‘Electric Funeral’. Cada nota parece emocionante en su lentitud, mientras los guitarrazos caen como paredes de roca, auténticos muros de rock emanando sin piedad. Luego el tema deviene en una sabbatización de los riffs de Hendrix dialogando con las voces en el límite de sus capacidades, para culminar con esos riffs más acelerados con algo de sabor a blues céltico que fueron característica de los primeros años de la banda –me arriesgo con la descripción que doy, pero piensen en el final del tema ‘Black Sabbath’, en ’Fairies Wear Boots’ o en la parte central de ‘Hand Of Doom’ para entender mejor lo que trato de decirles-. Una característica que los hermanó con los entrañables y bluseros primeros discos de Jethro Tull, banda de la cual Tony Iommi fue guitarrista a fines de 1968.
Con ‘Fluff’ se sigue con otra tradición de los Sabbath clásicos, inaugurada en “Master Of Reality”: poner un delicado preludio instrumental acústico antes de avasallar con otra maza de potencia. Inaugura la participación de los teclados en este disco, a cargo de Rick Wakeman, mítico tecladista de Yes y muy amigo de los Sabbath –especialmente de Ozzy-, y nos muestra a un Iommi creciendo cada vez más en su manejo del lirismo desplegado a partir de elementos muy simples, en una perfecta y sutil progresión de acordes y melodía.
‘Fluff’ es la antesala para ese sabroso rock ‘n roll purista a la Sabbath que es ‘Sabbra Cadabra’. Otra entrada inolvidable para un rifferama de proporciones que alimenta la pletórica voz de Ozzy, que al medio sorprende con un cambio de características más complejas –sincronizando con el minimoog de Wakeman- que da paso a la parte final, con groove pesado y a la vez con ese piano que inyecta un sabor más tradicional a un tema que, dentro del repertorio que la banda ostentaba hasta entonces, constituía una osadía y un ensanchamiento del espectro.
En ‘Killing Yourself To Live’ nos encontramos con un medio tiempo cautivador, con un excelente y maduro desarrollo melódico, que nos sigue mostrando cómo la banda refinó su pluma en este trabajo. Al igual que ‘Sabbra Cadabra’, contiene cambios de ritmo que nos van adentrando en un enfoque más sinfónico-progresivo dentro del sonido sabático, y sin sonar tan pretencioso. El riff del coro tiene toda esa impronta Iommi, que luego buscaron recrear de un modo literal desde Pentagram (USA) hasta Queens Of The Stone Age, pasando por Witchfinder General, Saint Vitus, Cathedral y Sleep, entre muchísimas otras bandas.
La siguiente pista es la mayor osadía del disco hasta ese punto, puesto que las guitarras ceden casi completamente su espacio a los teclados, más específicamente al minimoog que es el sello de la hipnótica y levitante ‘Who Are You’, pieza que cuenta con una parte media cuyo lirismo la coloca inmediatamente en una altura y un brillo que Black Sabbath nunca había alcanzado antes. Se luce Wakeman en el piano y el mellotron en esa parte, mientras las voces de Ozzy caen perfectas y mostrando esa elasticidad que con el inevitable paso del tiempo el Madman fue perdiendo. Este tema, como single, fue número 1 en las listas británicas, y en un comienzo Tony Iommi se oponía con firmeza a que fuese parte del trabajo.
Se concatena el final de ‘Who Are You’ con el comienzo de ‘Looking For Today’, de todos los cortes el que más recuerda a “Vol.4” por su cadencia, peso y esos arpegios finales a la ‘Snowblind’, pero con nuevos elementos como un mellotron maravilloso sobre el rasgueo de guitarras acústicas en el puente de las dos primeras estrofas. Y tras eso, viene el que para mí es el mayor experimento del trabajo, y además un temazo como ‘Spiral Architect’, la mayor muestra de madurez estilística, temática y compositiva que los Sabs dejaron para el cierre de este disco. Con secciones de cuerdas dando un aire entre sinfónico y cinematográfico, es un cierre a todo emoción para el trabajo más musicalmente fino y elegante que hicieron los Sabbath en los ’70, en una línea que mantendrían en su sucesor y también excelente “Sabotage” (1975).
Con este trabajo, definitivamente Sabbath le tapa la boca a sus críticos erigiéndose como los Fab Four de todo lo que huela a riffs, acero y potencia metálica, en un trono que siempre compartirán en triunvirato con sus contemporáneos Zep y Purple. Es Sabbath en su hora más fina, cuando su música alcanza nuevas cotas de brillo sin perder un ápice de su personalidad original.
Pedro Ogrodnik C.
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