Buffalo Springfield
Buffalo Springfield Again
Extrañísimo el caso de Buffalo Springfield. Una tremenda banda, absolutamente imprescindible para disfrutar e incluso entender la movida folk que fue parte importante del hippismo en los años sesentas. Su nombre es difícil de olvidar, más encima. Aparecen en el maravilloso DVD del Monterrey Pop Festival, tienen el himno ‘For What it’s Worth’, cubierto últimamente por Ozzy Osbourne y por Rush. En resumen, puertas de entrada a su música hay varias. Pero ninguna funciona. O casi ninguna. Porque a final de cuentas, todos (bueno, digamos que como mínimo el 90%) los que llegamos a ellos son por el par de personajes históricos que integraron sus filas: Stephen Stills y, en especial, Neil Young.
No creo que sea una exageración que lo que la gran mayoría busca en Buffalo Springfield es el resultado de tan dotadas mentes creativas. Pero no olvidemos que esta banda fue el primer paso serio que ambos dieron como músicos. Es decir, todavía eran unos novatos. Y no estaban solos. Dewey Martin en batería, Bruce Palmer en bajo, y Richie Furay en voz y guitarra. Formación que protagonizó los dos primeros discos de los Springfield, y con la que se ganaron un nombre. Y bien ganado.
Su mayor éxito no fue salido de este disco, hay que decirlo. La ya mencionada ‘For What it’s Worth’ es de su homónimo LP debut. Aquella había sido una buena aparición. Suficiente como para meterse en la cabeza de muchos. Para hacerse un espacio en una generación donde figuraban jóvenes nombres como los Grateful Dead, Jefferson Airplane, Simon and Garfunkel, The Mamas and the Papas, y los ya consagrados The Byrds. Musicalmente, había notables diferencias entre unos y otros. Pero fue una camada que compartió ideales, lugares de acción y, por ende, público. Los desafíos musicales fueron creciendo para todos, y con tan notables compañeros de escena, nadie podía desentonar. Y con esta segunda entrega, Buffalo Springfield demostró que estaba para grandes ligas.
Para su segundo trabajo, ya eran un monstruo de tres cabezas. Sus composiciones no tenían créditos compartidos. O las firmaba Furay, o Stills o Young (en el primer álbum, solo los dos últimos se llevaron el peso, Furay no figuró en los créditos). Esa honestidad permitió que al final del día, todos supieran quién era quién y cuánto pesaba cada uno. Y, digámoslo, nadie salió mal parado. Menos el Buffalo. Quién iría a sospechar que en un par de temas de Young no participa ningún otro miembro de la banda, sino colaboradores del canadiense. O que en el track que abre la placa, el mejor guitarrista de los tres, Stills, no participaba. Algo similar ocurre en ‘Sad Memory’, de Furay, donde sólo Young hace un aporte. Y en ‘Everydays’ y ‘Bluebird’, de Stills, es Palmer el que no se aparece, detenido por posesión de drogas. Extraña forma de trabajar, que mostraba cómo los caminos estaban separados. Pero que finalmente terminaron por enriquecer esta colección de canciones.
Partamos por el material de Young, que es el que abre el disco. ‘Mr. Soul’ es el otro gran clásico de la discografía de los Springfield, con su riff heredado de ‘Satisfaction’, nada menos que de los Rolling Stones. El sonido de las guitarras emerge mucho más ácido que en el álbum anterior, y el ritmo incansable te atrapa de una. Es la fórmula que Neil ocuparía en sus primeros álbumes solistas. No así ‘Expecting to Fly’ y ‘Broken Arrow’, dos de las composiciones más brillantes del canadiense en toda su carrera. La primera es sorprendentemente sicodélica y volada, con un coro inolvidable, y una instrumentación que lo puso varios pasos por sobre sus compañeros de banda.
‘Broken Arrow’ es tal vez lo más surrealista que Neil haya hecho jamás. El teclado y la guitarra acústica adornan los latidos del bajo y la batería mientras el en ese entonces joven Young (vaya redundancia) pone su voz, no para cantar, sino para insertarse en el mundo de su propia canción y poder disfrutarlo desde dentro. Después del primer coro, un loquísimo quiebre lleno de olor a hierba, y volvemos a la misma estructura inicial. Al final, esto se repite 3 veces en total, para después del último quiebre cerrar con una inesperada partes instrumental. Para quienes quedaban anonadados con las facetas rockeras y folk del creador de ‘Rockin’ in the Freeworld’, acá lo tienen en su mayor y mejor jugada en la era de la sicodelia. No lo van a poder creer.
Furay se inscribió con otra tripleta. Ante la duda de qué era lo que podía aportar, bueno, una grata sorpresa se llevaron varios. De partida, ‘A Child’s Claim to Fame’ es lo más parecido a The Byrds que hay en el disco. Y para la onda que se vivía en torno al grupo en esa época, aquello no podía sino caer bien. ‘Sad Memory’ es de hecho bastante más triste, que dejaba de lado cualquier intención de fiesta, y caía en algo más intimista. Nada que ver con la alegre ‘Good Time Boy’, que levanta no solo los ánimos, sino el volumen. No se puede negar el aporte que hace al contexto del álbum, llevando a Richie a posicionarse como un interesante compositor, opacado por 2 genios, pero ante aquello era bien poco lo que podía hacer.
Del aporte de Stills, podríamos pasarnos un buen rato hablando de la extraña ‘Everydays’, o la amigable ‘Hung Upside Down’. Pero los premios no recaen en ellas. Primero, ‘Bluebird’ se convirtió en un himno en vivo, con interminables zapadas. Con su empuje, su asombrosa interacción entre guitarras y su vigoroso coro, es, al final del día, rock con todas sus letras, incluyendo su jugadísima segunda parte. Con ‘Broken Arrow’ por un lado, y ‘Bluebird’ por otro, nadie podía negar que los nombres de Neil Young y Stephen Stills iban a entrar tarde o temprano en la historia grande de la música. Tal vez lo mejor de Stills en el álbum.
Como si esto fuese poco, hay un detalle que no podemos dejar pasar de ninguna manera. La notable ‘Rock and Roll Woman’ fue co-escrita junto a David Crosby, que ya estaba haciéndose a un lado de The Byrds. El Buffalo no tendría mucho futuro, pero sí el lazo entre Stills y Crosby, a quienes pronto se uniría Graham Nash, de The Hollies. Sí, los simbólicos Crosby Stills & Nash (con el temporal agregado de Young) poco a poco verían la luz.
Las conclusiones que se sacan son todas positivas. Sí, con la forma de trabajo que tenían, era previsible que no iban a durar mucho. Pero eso qué importa a esta altura. De hecho, la lejanía que había tomado Neil Young en sus idas y venidas (que, por ejemplo, lo hicieron ausentarse del festival de Monterrey) con la banda fue porque ya estaba pavimentando su inmensa carrera de solista. Pero él no sería el único responsable del cercano adiós de Buffalo Springfield.
Previo a la grabación de “Buffalo Springfield Again”, habían habido repetidos cambios en la formación. Stills y el mismo Young ya sentían que estaban para ligas mayores, y Palmer que seguía cometiendo errores de novato. Todo esto hizo del grupo una bomba de tiempo. La decisión lógica fue terminar la historia prematuramente. No duraron más de un par de años. Pero bastó para dejar el nombre de Buffalo Springfield entre los grandes de una escena que los abrazó y adoró mientras pudo. Las drogas, los desórdenes y los egos dijeron “no más”. Listo, se acabó. Quién dijo que dos discos no bastan para dejar huella.
Juan Ignacio Cornejo K.
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