Pink Floyd
A Momentary Lapse of Reason

1987. EMI
34 años se cumplen exactamente del lanzamiento de uno de los álbumes más divisorios de Pink Floyd. Sin duda que está dentro de los más importantes, y a la vez en los más difíciles. Y esto va tanto para los músicos como para los fanáticos más apasionados, quienes se enfrentaban al primer álbum sin la mente creativa de Roger Waters. Esta es una historia que cualquier fanático ya conoce de cerca. Entrevistas por acá, alguno que otro comentario ácido por parte de los bandos de Gilmour o Waters, biografías, e incluso reuniones que no llegaron a buen puerto. Pero por más que quiera, no puedo saltarme las formalidades. No con este.
Para 1983 las cosas ya no venían bien dentro de la banda. El crecimiento de la figura de Roger Waters era imparable. Y es que no es para menos si estamos hablando de la mente creativa de la época dorada de Floyd. Pero no nos engañemos, el “The Final Cut” cortaría la exitosa racha que partió con el “The Dark Side of the Moon” (1973) y termino con “The Wall” (1979). La recepción general de este intento por darle un fin a la banda fue que en ocasiones era más un disco solista de Waters. Algo que sería bastante similar con el “A Momentary Lapse of Reason”. A finales de 1985, sería el propio Waters quien intentaría poner el último clavo en el ataúd a “una fuerza desgastada”. Ya no había vuelta atrás, su salida era irreversible. Curiosamente lo que debió ser como el fin de una era, que era lo que esperaba el bajista, fue más bien el motor que impulso una guerra contra quienes había dejado atrás. La salida de quien alguna vez fue el líder de la banda no detendría a David Gilmour y Nick Mason de crear un nuevo trabajo. Entrar a profundidad en los detalles de las múltiples declaraciones y todo material que hay sobre el proceso legal que tuvo este álbum, es algo que ya hay de sobra en internet. Pero sin duda que esto jugó un papel clave en su composición. El propio Gilmour lo describió como “una pesadilla” en 2019 a la BBC. Quizás influenciadas de cierta manera por las críticas que hizo Waters en su tiempo, la verdad, es que las sensaciones que genera este álbum hacen que en algunas cosas se pueda estar de acuerdo con los retractores de este trabajo, pero en otras no.
'Sings of Life' es una buena intro. Una bienvenida que retoma el clásico sonido floydeano. Nos ambienta en el lugar en que fue concebido. El Astoria, un estudio de grabación que Gilmour tiene ubicado en una casa flotante en medio del Rio Támesis. Aunque su mezcla no se terminó allí, debido al traslado de la grabación a Estados Unidos, si fue una gran fuente de inspiración para transmitir la calma de este decimotercer álbum. Pero pese a que su mayor debilidad sea intentar imitar desesperadamente a clásicos inmortales como el “Darkside of the Moon” o el propio “Wish You Were Here”, sobre todo en la manera en que entran los instrumentos, logra brillar por su cuenta en los singles que se ganaron un lugar especial en millones de fanáticos. 'Learning To Fly' es uno de estas. Su letra da para muchas interpretaciones. Desde algo tan profundo cómo la libertad de trabajar sin Roger Waters, hasta cosas tan simples como la experiencia que tuvo Gilmour junto a Mason en sus clases de vuelo. Es un sencillo que exsuda el sonido y la producción clásica de los 80’s. Pero que logra alejarse de lo genérico. De lo mejor del álbum. Calmada, llena de coros, melodías memorables y esos guiños al space rock que tanto se extrañaba. Aunque no queramos entrar detalles sobre las polémicas, es imposible no recordar lo dicho por Waters. Esta es una “buena falsificación”. Algo que, en parte, es cierto, ya que cada canción busca imitar el sonido que los volvió legendarios.
Hay que recordar que este álbum también trajo el regreso de Richard Wright quien había sido expulsado por el propio Roger Waters. Lo fuera de práctica que estaba tanto Mason como el tecladista, siendo este último contratado como músico de sesión, provocó que quienes tomaron mayormente las riendas de cada instrumento fueran músicos invitados por Gilmour. De ahí que se pueda considerar un álbum de Pink Floyd que no fue ni creado ni tocado por ellos. Esto se nota en 'The Dogs of War' que se siente como un intento por imitar lo que hizo “The Wall” en su momento. Y es que lograr la potencia de aquellas míticas canciones es una tarea difícil que hace que las buenas ideas de esta pieza pierdan su propia identidad en el camino. Pero por muy crítico que seamos, hay que admitir lo pegajosa que es.
El hecho de haber nacido originalmente como un proyecto solista de David Gilmour es algo que en pasa la cuenta. Atrás quedaron los gloriosos conceptos vistos en la época dorada de la banda y nacidos de la mente creativa que era Waters. Sin embargo, quizás por un tema de orgullo o el impulso que dio tanto el productor Bob Ezrin y los miembros restantes, logra tener destellos que brillan más que su contexto. Como los de la maravillosa 'On the Turning Away'. Una balada marcada por un bello sonido de guitarra acústica y los impecables solos de Gilmour. Aquí si que se extrañan los teclados tan llenos de vida que aportaba Wright en sus mejores momentos. Y 'Yet Another Movie' no se queda para nada atrás. De manera misteriosa y lúgubre pasa de unos sonidos cavernarios a un pacífico sintetizador. Es un deleite notar esa vuelta a los elementos del rock espacial clásico. Aunque lamentablemente, lo bueno de este álbum se queda solamente en un breve destello. 'A New Machine' (Pt.1 y 2) presentan el mismo problema que 'Dogs of War'. Son un intento por encajar en “The Wall” que terminan sintiéndose forzado. Además, el Vocoder usado por Gilmour, cansa rápidamente y la vuelve un tanto tediosa, más aún en su segunda parte. La debilidad que tenía en la composición el ahora nuevo líder de la banda termina por pasarle factura en esta y otras partes como 'One Slip' que se siente como un cliché rockero de los 80’s. Y es que aún con la ayuda de grandes músicos como Anthony Moore, la tarea era titánica.
Consciente de su mayor debilidad, quizás fue este mismo “Lapso Momentáneo de Razón” lo que le daría la inspiración suficiente para componer la excelente 'Sorrow'. Punto fuerte del álbum. Una pieza totalmente guitarrera que, pese a extenderse durante 8 minutos, no es para nada tediosa. Aunque le falta lo que realmente podría haber aportado el gran Nick Mason, considerando los arreglos que tiene en el “Dark Side of The Moon”. Con todo en contra, este álbum logró tener un notable éxito comercial e incluso pudo superar a su entrega anterior, el “The Final Cut”. Sin embargo, está lejos de igualar lo que se hizo en la época dorada de la banda. Y aquí es donde entra un debate casi filosófico de los más devotos sobre el sonido de Pink Floyd. ¿Acaso fue siempre Roger Waters el que creo este sonido? ¿O simplemente fue el esfuerzo y trabajo colectivo de cada uno de los integrantes?
Aunque el mismo Wright dijera que: “no es un álbum de la banda en absoluto”, la verdad es que fue un buen intento. Para ser totalmente justos, la forma en la que están interpretados en el mítico “Delicate Sound of Thunder” y la reedición que sacaron para sus 30 años en 2019, inclina la balanza a favor de la segunda interrogante. O sea, si podemos decir que el esfuerzo colectivo de cada uno creo ese sonido que marcó a una generación completa y que trascendió como icono cultural. Pero solo en parte, ya que, Pink Floyd sin Waters lograría evolucionar y brillar nuevamente en el excelente “The Division Bell” de 1994. Pero eso es historia para otro momento.
Aarón Vergara
34 años se cumplen exactamente del lanzamiento de uno de los álbumes más divisorios de Pink Floyd. Sin duda que está dentro de los más importantes, y a la vez en los más difíciles. Y esto va tanto para los músicos como para los fanáticos más apasionados, quienes se enfrentaban al primer álbum sin la mente creativa de Roger Waters. Esta es una historia que cualquier fanático ya conoce de cerca. Entrevistas por acá, alguno que otro comentario ácido por parte de los bandos de Gilmour o Waters, biografías, e incluso reuniones que no llegaron a buen puerto. Pero por más que quiera, no puedo saltarme las formalidades. No con este.
Para 1983 las cosas ya no venían bien dentro de la banda. El crecimiento de la figura de Roger Waters era imparable. Y es que no es para menos si estamos hablando de la mente creativa de la época dorada de Floyd. Pero no nos engañemos, el “The Final Cut” cortaría la exitosa racha que partió con el “The Dark Side of the Moon” (1973) y termino con “The Wall” (1979). La recepción general de este intento por darle un fin a la banda fue que en ocasiones era más un disco solista de Waters. Algo que sería bastante similar con el “A Momentary Lapse of Reason”. A finales de 1985, sería el propio Waters quien intentaría poner el último clavo en el ataúd a “una fuerza desgastada”. Ya no había vuelta atrás, su salida era irreversible. Curiosamente lo que debió ser como el fin de una era, que era lo que esperaba el bajista, fue más bien el motor que impulso una guerra contra quienes había dejado atrás. La salida de quien alguna vez fue el líder de la banda no detendría a David Gilmour y Nick Mason de crear un nuevo trabajo. Entrar a profundidad en los detalles de las múltiples declaraciones y todo material que hay sobre el proceso legal que tuvo este álbum, es algo que ya hay de sobra en internet. Pero sin duda que esto jugó un papel clave en su composición. El propio Gilmour lo describió como “una pesadilla” en 2019 a la BBC. Quizás influenciadas de cierta manera por las críticas que hizo Waters en su tiempo, la verdad, es que las sensaciones que genera este álbum hacen que en algunas cosas se pueda estar de acuerdo con los retractores de este trabajo, pero en otras no.
'Sings of Life' es una buena intro. Una bienvenida que retoma el clásico sonido floydeano. Nos ambienta en el lugar en que fue concebido. El Astoria, un estudio de grabación que Gilmour tiene ubicado en una casa flotante en medio del Rio Támesis. Aunque su mezcla no se terminó allí, debido al traslado de la grabación a Estados Unidos, si fue una gran fuente de inspiración para transmitir la calma de este decimotercer álbum. Pero pese a que su mayor debilidad sea intentar imitar desesperadamente a clásicos inmortales como el “Darkside of the Moon” o el propio “Wish You Were Here”, sobre todo en la manera en que entran los instrumentos, logra brillar por su cuenta en los singles que se ganaron un lugar especial en millones de fanáticos. 'Learning To Fly' es uno de estas. Su letra da para muchas interpretaciones. Desde algo tan profundo cómo la libertad de trabajar sin Roger Waters, hasta cosas tan simples como la experiencia que tuvo Gilmour junto a Mason en sus clases de vuelo. Es un sencillo que exsuda el sonido y la producción clásica de los 80’s. Pero que logra alejarse de lo genérico. De lo mejor del álbum. Calmada, llena de coros, melodías memorables y esos guiños al space rock que tanto se extrañaba. Aunque no queramos entrar detalles sobre las polémicas, es imposible no recordar lo dicho por Waters. Esta es una “buena falsificación”. Algo que, en parte, es cierto, ya que cada canción busca imitar el sonido que los volvió legendarios.
Hay que recordar que este álbum también trajo el regreso de Richard Wright quien había sido expulsado por el propio Roger Waters. Lo fuera de práctica que estaba tanto Mason como el tecladista, siendo este último contratado como músico de sesión, provocó que quienes tomaron mayormente las riendas de cada instrumento fueran músicos invitados por Gilmour. De ahí que se pueda considerar un álbum de Pink Floyd que no fue ni creado ni tocado por ellos. Esto se nota en 'The Dogs of War' que se siente como un intento por imitar lo que hizo “The Wall” en su momento. Y es que lograr la potencia de aquellas míticas canciones es una tarea difícil que hace que las buenas ideas de esta pieza pierdan su propia identidad en el camino. Pero por muy crítico que seamos, hay que admitir lo pegajosa que es.
El hecho de haber nacido originalmente como un proyecto solista de David Gilmour es algo que en pasa la cuenta. Atrás quedaron los gloriosos conceptos vistos en la época dorada de la banda y nacidos de la mente creativa que era Waters. Sin embargo, quizás por un tema de orgullo o el impulso que dio tanto el productor Bob Ezrin y los miembros restantes, logra tener destellos que brillan más que su contexto. Como los de la maravillosa 'On the Turning Away'. Una balada marcada por un bello sonido de guitarra acústica y los impecables solos de Gilmour. Aquí si que se extrañan los teclados tan llenos de vida que aportaba Wright en sus mejores momentos. Y 'Yet Another Movie' no se queda para nada atrás. De manera misteriosa y lúgubre pasa de unos sonidos cavernarios a un pacífico sintetizador. Es un deleite notar esa vuelta a los elementos del rock espacial clásico. Aunque lamentablemente, lo bueno de este álbum se queda solamente en un breve destello. 'A New Machine' (Pt.1 y 2) presentan el mismo problema que 'Dogs of War'. Son un intento por encajar en “The Wall” que terminan sintiéndose forzado. Además, el Vocoder usado por Gilmour, cansa rápidamente y la vuelve un tanto tediosa, más aún en su segunda parte. La debilidad que tenía en la composición el ahora nuevo líder de la banda termina por pasarle factura en esta y otras partes como 'One Slip' que se siente como un cliché rockero de los 80’s. Y es que aún con la ayuda de grandes músicos como Anthony Moore, la tarea era titánica.
Consciente de su mayor debilidad, quizás fue este mismo “Lapso Momentáneo de Razón” lo que le daría la inspiración suficiente para componer la excelente 'Sorrow'. Punto fuerte del álbum. Una pieza totalmente guitarrera que, pese a extenderse durante 8 minutos, no es para nada tediosa. Aunque le falta lo que realmente podría haber aportado el gran Nick Mason, considerando los arreglos que tiene en el “Dark Side of The Moon”. Con todo en contra, este álbum logró tener un notable éxito comercial e incluso pudo superar a su entrega anterior, el “The Final Cut”. Sin embargo, está lejos de igualar lo que se hizo en la época dorada de la banda. Y aquí es donde entra un debate casi filosófico de los más devotos sobre el sonido de Pink Floyd. ¿Acaso fue siempre Roger Waters el que creo este sonido? ¿O simplemente fue el esfuerzo y trabajo colectivo de cada uno de los integrantes?
Aunque el mismo Wright dijera que: “no es un álbum de la banda en absoluto”, la verdad es que fue un buen intento. Para ser totalmente justos, la forma en la que están interpretados en el mítico “Delicate Sound of Thunder” y la reedición que sacaron para sus 30 años en 2019, inclina la balanza a favor de la segunda interrogante. O sea, si podemos decir que el esfuerzo colectivo de cada uno creo ese sonido que marcó a una generación completa y que trascendió como icono cultural. Pero solo en parte, ya que, Pink Floyd sin Waters lograría evolucionar y brillar nuevamente en el excelente “The Division Bell” de 1994. Pero eso es historia para otro momento.
Aarón Vergara
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