Queensrÿche
Queensrÿche

2013. Century Media
Pongamos las cosas en perspectiva: Si este mismo disco, con estas mismas canciones, con este mismo sonido y con el mismo arte de tapa, hubiera sido grabado estando Geoff Tate en la banda, todo el mundo del metal estaría hablando de Black Sabbath y Queensrÿche como los “regresos” más impactantes del año. Y a la luz de las evidencias, queda claro que el cáncer que tenía como enfermo terminal al grupo, era precisamente Tate, que se transformó en la peor influencia de su propia banda, tomando decisiones erradas y carentes de cualquier lógica. Queensrÿche era un zombie acéfalo, sin alma y sin corazón, que vegetaba en la escena entregando discos como “Dedicated To Chaos” (2011), insípidos, insulsos, irrelevantes. Por ello, la decisión radical de Wilton, Jackson y Rockenfield de cortar de raíz el tumor, fue drástica, dura y muy dolorosa, pero necesaria.
“Queensrÿche”, titulado igual que el EP debut del grupo de 1983, es un nuevo comienzo para la banda, donde el quinteto de Seattle retoma y rescata su idolatrado sonido característico, su “trademark”, pero con una producción moderna y puesta al día, en vez de caer en la tentación nostálgica de sonar como en los ochenta. Por ello, el disco pondrá una sonrisa en la cara de todos quienes gustan de trabajos como “Rage For Order” (1986), “Empire” (1990) o “Promised Land” (1994), por sólo citar algunas referencias que saltan de inmediato al oído como reconocibles entre los diversos tracks del disco. Con un sonido de auténtico lujo gracias al talento del ingeniero James “Jimbo” Barton (mano derecha del productor Peter Collins, hoy retirado), quien trabajó con la banda en “Operation:Mindcrime” (1988), “Empire” y “Promised Land”, realmente da gusto volver a escuchar a músicos de inmenso talento como el guitarrista Michael Wilton, el bajista Eddie Jackson y el baterista Scott Rockenfield, más el joven guitarrista Parker Lundgren, expresarse libremente, llenos de pasión y convicción, recuperando sus espectaculares performances de antaño.
‘X2’ la oscura y grandilocuente instrumental creada por Scott Rockenfield para abrir el álbum, tiene un link en su título con ‘Anarchy-X’, y esta hace alusión a una segunda anarquía, esta vez a una interna, una rebelión dentro del seno de la banda por liberarse y despojarse de todo lo que la tenía oprimida. Entonces llega el ataque de las guitarras, la batería marcial y el bajo demoledor, para que con sólo unos pocos segundos ‘Where dreams go to die’ confirme que los héroes del metal progresivo de Seattle están de vuelta, con un tremendo track que nos sitúa en el vampiresco ambiente gótico de “Rage For Order”. Las geniales armonías con el sonido característico de las twin guitars del Queensrÿche clásico y la gran voz de Todd La Torre, un baterista reconvertido a vocalista, que sí, se parece mucho a un joven Tate (sobre todo en las inflexiones y el énfasis en la pronunciación de palabras claves dentro de la lírica del tema), pero con una cuota importante de personalidad propia, hacen de este inicio, algo único y especial, por la sencilla razón que hace mucho tiempo que no se escuchaba a la banda sonando tan intensa, inspirada y fiel a sus raíces.
‘Spore’ nos muestra el lado más metálico de la banda, y donde podemos escuchar toda la grandeza inventiva de un baterista fuera de serie como Rockenfield; el tipo está de vuelta con sus patrones imposibles e impredecibles, acompañado de ese monstruo de las cuatro cuerdas que es Eddie Jackson, otro músico que recupera en este disco su nivel estelar. ‘Is this light’ nos presenta a un La Torre tremendo en su interpretación, sobre todo en los pasajes melódicos, con Parker Ludgren y Michael Wilton haciendo un trabajo descollante en las guitarras gemelas, canción que además cuenta con unos soberbios arreglos orquestales a cargo de Andrew Rahier (recordemos que el gran maestro Michael Kamen, que trabajó haciendo orquestaciones para la banda en varios discos a partir de “The Warning” -1984-, además para otros grupos como Pink Floyd, Queen, Metallica, Rush y Aerosmith, falleció en el 2003). El disco continúa con la agresiva ‘Redemption’, primer track que se presentó de estos renacidos Queensrÿche y que casi de forma unánime cosechó sólo comentarios entusiastas y positivos en la red. Y es que esta canción perfectamente podría estar en “Empire” sin desteñir. Curiosamente, ‘Vindication’ recuerda algo al material del disco “Q2K” (2000), pero tiene una fuerza y celeridad del que adolece completamente el mencionado disco. Esto es el sonido metálico de un grupo que mira hacia el futuro y donde Michael Wilton le hace honor a su apodo de “Whip” (“látigo”), soltando unos leds furiosos y punzantes.
‘Midnight lullaby’ es un interludio instrumental que da paso a ‘World without’ una balada épica en el estilo de unos Fates Warning (más que nada por la voz de La Torre que recuerda un poco a la de Ray Alder), y donde hace una intervención en los coros la “Hermana Mary” original, la cantante Pamela Moore (la que canta ‘Suite sister mary’ en “Operation:Mindcrime” de 1988), y al parecer, ella también se ha distanciado de Tate y ha elegido quedarse en el lado del sonido “original”. ‘Don’t look back’, suena llena de garra y energía a lo ‘Speak’ de ‘Mindcrime’, con unos geniales riffs que cabalgan con maestría sobre el bajo y batería de Jackson y Rockenfield respectivamente. Precisamente, el bajista y baterista son los compositores de ‘Fallout’, un tema tremendo, con unas armonías que contagian de inmediato, y es que “Queensrÿche” es un disco que representa un trabajo grupal y cohesionado con los 5 miembros de la banda componiendo activamente como una unidad sólida, con mucha química y un norte muy claro; nada de compositores externos y músicos de sesión en este disco, sólo la banda y el gran “Jimbo” Barton en la producción. ‘Open road’ baja la cortina con una balada inmensa, pero llena de fuerza y sentimiento, con esas orquestaciones de fondo que jamás opacan a la banda pero que le dan un realce único y especial a la música, donde la interpretación de La Torre llegando a unas notas altísimas, es fuera de serie.
Sin duda alguna, “Queensrÿche” es el paso y la demostración que todos los fans de la banda de Seattle estaban esperando; es un renacimiento, es un ave fénix que remonta el vuelo, el inicio de una nueva era, pero que a su vez reconecta y recupera el brillante pasado musical de una banda que supo crear un universo, un imperio sónico absolutamente personal y creativo y que no merecía ese pobre y paupérrimo presente de los últimos años. Es un primer gran paso en la dirección correcta, y estoy seguro que el siguiente, puede ser mucho más grande y mejor aún. Con sólo 35 minutos de nuevo material, la música habla por sí sola. El verdadero sonido de Queensrÿche ha regresado. Por fin.
Cristián Pavez
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