Las dudas sobre cuándo Opeth iba a volver a los guturales era un tema recurrente en muchas entrevistas. Sin ir más lejos, tuvimos la oportunidad de preguntar esto al mismísimo Mikael Åkerfeldt en el conversatorio que dio en Chile cuando visitó la residencia del embajador de Suecia en febrero del 2023. “La música dicta la manera en que voy a cantar”, nos contestó. Pues bien, llegó el momento en que la música dictaminó el regreso de este aspecto tan comentado de su fórmula.
“The Last Will and Testament” (2024) es una obra conceptual que transcurre después de la primera guerra mundial y que se relaciona con el viaje emocional que experimentan los herederos del testamento de un patriarca acaudalado, conservador y, supuestamente, infértil. Dicho documento revela estremecedores secretos familiares y funciona como una caja de pandora que se abre ante sus dos mellizos hombres, que nacieron gracias a la procreación asistida por donación, y una niña huérfana criada por la familia, pero que en realidad es la única hija sanguínea que el patriarca tuvo con la trabajadora doméstica. Por eso, cada canción tiene un signo de párrafo y un número para representar la lectura del testamento de esa manera, excepto por la última ‘A Story Never Told’.
Si bien lo lógico sería analizar el álbum en el orden establecido por ser una obra conceptual, vamos a diseccionarlo según los componentes musicales que vamos encontrando. Lo primero a lo que hay que hincar el diente es cómo el metal vuelve a ser parte de la mecánica de la banda de una forma más vistosa que en sus antecesores inmediatos. ‘§5’ es quizá el mejor ejemplo de la dualidad entre los guturales y la voz limpia de Åkerfeldt gracias a sus llamativos juegos de voces en medio de una instrumentación de corte oriental y uno de los solos más demenciales de un inspiradísimo Fredrik Åkesson. De hecho, sus riffs abiertos en la siguiente ‘§6’ nos muestran su costado más rockero para luego desbandarse con un infecciosos y adictivo riff que se queda incrustado en la nuca, sin lugar a dudas el track más directo, furioso y apasionado que les hemos escuchado en años.
En todo caso, el hecho de que Opeth haya vuelto a usar el metal en su pócima no quiere decir que este condimento opaque los sabores del progresivo que dominan a la perfección. Los grandes responsables de armar los cimientos para que esto sea así es el tándem Waltteri Väyrynen-Martín Méndez, que en ‘§1’ conjugan una batería rampante con un bajo punzante a fin de proponer una tensa inducción a la lectura del testamento. Es una canción compleja, dinámica y entretenida de escuchar, porque no te da tiempo de actuar, te atrapa al instante en su esencia fantasmagórica, en lo que también ayuda Mirjam Åkerfeldt, hija del vocalista, hasta sumergirte en sus teclados y mellotrones que distienden una ambientación en principio opresiva.
Parte del aura espectral que se cierne sobre todo el largo está en los órganos Hammond, los Fender Rhodes, los Moog y los mellotrones guiados por la mano firme de Joakim Svalberg, que transitan como almas sin descanso en sus tramos más lúgubres, pero también en los más luminosos de‘§3’, trayendo a la mesa reminiscencias de Soft Machine, Jethro Tull o King Crimson en los juegos de pregunta y respuesta.
Analizados los principales aspectos estilísticos, pasamos a los invitados que figuran en el disco. En este cajón encontramos a Joey Tempest en ‘§2’, quizá una de las que muestra la combinación más perfecta entre el Opeth de antaño y el actual, o sea, la simbiosis entre las distorsiones tormentosas de “Ghost Reveries” (2005) y “Watershed” (2008) hasta llegar a los recovecos más oscuros y rebuscados de “In Cauda Venenum” (2019). Aquí, la ayuda del vocalista de Europe al fondo de todo el caos pareciera unir cabos con el Dream Theater del “Train of Thought” (2003), es decir, vocalizaciones melodiosas sumado a metal matemático de alto calibre. Lamentablemente, solo se queda en eso y no escuchamos una sección en la que Tempest tenga más protagonismo, lo que hubiese venido muy bien para sacarle más provecho a su participación.
Entre el profundo death metal de ‘§4’, sobresalen las cuerdas y el arpa de Mia Westlund, paraje sonoro idóneo para la primera aparición instrumental de un Ian Anderson. En una atmósfera de tensión similar a lo que Steven Wilson hacía tan bien en “Grace for Drowning” (2011), el británico arremete con su flauta traversa entre medio de una tenue figura de guitarra para después desaparecer ante un solo en el que las seis cuerdas nos hacen entrar en la parte más intensa del track, desembocando en otra excelente demostración del poderío de Väyrynen, quien se vuelve a robar la película.
El histórico frontman de Jethro Tull, una de las influencias más notorias de Åkerfeldt y sus secuaces, es una presencia omnipresente en casi todo el álbum con sus spoken words en ‘§1’, ‘§2’ y ‘§4’, pero es en ‘§7’ en la que alcanza la mayor cuota de misterio, con esa voz penetrante y su delicioso acento británico que otorgan toda la impronta necesaria para el desarrollo de la historia. Su flauta vuelve a servir en la elegante ‘A Story Never Told’. Lejos de tracks empalagosos como ‘Freedom & Tyranny’ del penúltimo LP o de las baladas estilo ‘Will O the Wisp’ de “Sorceress” (2016), esta es una pieza delicada que enriquece la experiencia general y deja con una sensación de vulnerabilidad que encamina la obra hacia la luz tras atravesar las tinieblas, todo abrochado por las cuerdas de la London Session Orchestra y los arreglos de Dave Stewart, que proponen una conclusión casi angelical.
Los que analicen esta decimocuarta placa solo como un regreso de Opeth a sus tiempos pretéritos no están obteniendo la panorámica completa. Siendo el primero en incluir elementos de death metal desde “Watershed” (2008), el primero en ser completamente conceptual desde “Still Life” (1999) y el primero en incluir a Waltteri Väyrynen en la batería tras la comentada salida de Martin Axenrot, esta conjunción por sí sola es solo una parte las variables que juegan a favor de esta nueva aventura ilustrada por el arte de Travis Smith. Es imposible soslayar todo el aprendizaje que la banda ha acarreado en estos últimos 13 años, ya que, en esta pasada, demostraron que si usan su bagaje de manera sabia y lo acoplan a su legado forjado en los 90 y los 2000, pueden obtener resultados majestuosos sin ser autocomplacientes.
Con “The Last Will and Testament” (2024), Opeth no solo nos entrega un disco que puede dejar contentos a los fans de cada una de sus etapas, sino que nos regala una obra que por fin puede pararse de igual a igual ante los discos con los que pasaron a la historia, y eso no se veía hace mucho rato. ¿Lo mejor? Pareciera ser que no estamos frente a un testamento para cerrar una etapa, sino que estamos presenciando a una banda que escucha los dictámenes de su música, no atiende presiones y muestra voluntad para abrir un nuevo camino en el que todavía queda mucho más por explorar.
Pablo Cerda
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