In Flames en Chile: Que las propuestas actuales importen

Teatro Cariola - 24 de octubre de 2017
Santiago - Chile
Suele ser complejo hablar de In Flames. Conocidos por alguna vez haber sido pioneros en una rama del death metal, con el paso de los años buscaron innovar su estilo, introduciendo matices que los fueron acercando eventualmente a lo más alternativo, alejando una parte de sus fans que siguen en un debate hasta el día de hoy acerca de este sonido. Luego de ocho años se acabó la ausencia de los suecos en estos lados (Blondie 2009), presentándose esta vez en un Teatro Cariola que, por lo menos en sus sectores habilitados (cancha y palcos), estuvo casi repleto. Considerable diferencia de público entre ambos shows.
Desde el comienzo marcado por Drained, de su divisoria última placa Battles, se sintió una euforia total de un público diverso, que abarcó desde fans de las corrientes más modernas del metal a otros más cercanos a lo tradicional del género. Del mismo álbum, siguió Before I Fall, siendo también recibida con efervescencia por los presentes, saltando y coreando a más no poder, además de un mosh incitado por -un siempre enérgico y carismático- Anders Fridén en las voces, como durante los momentos más pesados y acelerados de Everythings Gone.
Luego de esto, vendría una pausa breve para el correspondiente saludo de parte del frontman, quien aprovechó de referirse a quienes grababan el show a través de su celular de forma poco favorable. El cantante incluso comparó el hecho de ver la presentación a través de una pantalla y ver a través de YouTube, llamando a mirar y disfrutar el espectáculo como se debe, haciendo referencia especialmente a aquellos de las primeras filas y mencionando que deberían estar más atrás si estaban ocupados en eso.
Los álbumes más recientes de la banda no han sido del gusto de todos, especialmente de quienes prefieren el material de esa época que les valió ser considerados uno de los nombres más importantes de la NWOSDM (New Wave of Swedish Death Metal) junto a At The Gates y Dark Tranquillity. Dicho esto, no hubo mayor rechazo a este durante la hora y media que duró el show, ya que hubo un buen recibimiento a cada corte presentado por los maestros de ceremonia. Centrándose en sus discos de 2000 en adelante, temas como Take This Life, Trigger, Only For The Weak o Dead Alone azotaban el recinto de calle San Diego, con un sonido que si bien a ratos era claro y potente, otras veces se sentía levemente saturado, sobre todo durante los primeros momentos de la presentación. Por su parte, del más reciente Battles escuchamos momentos como Save Me, The Truth o Here Until Forever, siendo esta última presentada tras hablar de que la vida es más entretenida escuchando heavy metal y bebiendo cerveza.
Entre tanto repaso a la fase moderna, tenía que haber un espacio, por menor que fuera, a lo que se considera clásico de la discografía de los de Gotenburgo, y se dio con Moonshield, seguida inmediatamente, tal como en su versión de estudio, por el breve pero notable instrumental The Jesters Dance, ambas de The Jester Race, uno de los puntos altos en sus varias placas. Los simpatizantes de lo más antiguo se mostraron felices ante la posibilidad de presenciar ambas canciones, sobre todo si consideramos que nada de este aclamado larga duración sonó durante su debut en Chile de febrero del año 2009.
Los músicos demostraron sus ganas al estar sobre el escenario, existiendo energía por su parte en cada momento. Sin embargo, fue el frontman quien se llevó todas las miradas (y aplausos) en ese sentido, al ser cercano siempre. Además de agradecer con los ya acostumbrados y esperables discursos entre canciones, mostró su conexión con sus fans locales al invitar a dos pequeños niños para subir al escenario en ocasiones distintas, los cuales recibieron el cariño de la banda y del público, especialmente el segundo, Máximo, cuyo nombre fue coreado fuertemente tras decirlo a través del micrófono al preguntárselo Fridén. El guitarrista Björn Gelotte no se quedó atrás, al ser también alguien que fue aclamado por su público dada su energía y técnica. Con dos miembros distintos respecto a la visita anterior -el guitarrista Niclas Engelin y el baterista Joe Rickard -, los suecos prosiguieron con un show sólido y directo, llamando al mosh cuando fuera necesario y con muchos saltos y headbanging, como sucedió en The Mirrors Truth y The Quiet Place acercándose al final. En ese sentido, pocos momentos bajaron la intensidad y fueron usados para descansar.
No pocos manifestaron una cierta decepción al haberse centrado la banda en su época considerada más alternativa y alejada del death metal melódico, e incluso esto puede ser entendible al haber sido durante su primera fase cuando se convirtieron en uno de los nombres más importantes de su país. Cerrando su set apropiadamente- con The End, los suecos lograron hacer vibrar a una fanaticada que no mostró un rechazo generalizado al, tantas veces, vapuleado material de años recientes. El heterogéneo público sabía de alguna forma que los suecos no vendrían con un show nostálgico o alejado de su actual propuesta, así que reaccionó ante ella de una manera en que hizo que se sintieran agradecidos y con ganas de regresar en menos de ocho años, como bien indicaron. Tradicional o alternativo, nadie puede negar que In Flames entregó una presentación sólida y llena de actitud, sin importar la opinión de tantos detractores que, en esta ocasión, fueron minoría ante unos fans entregados a lo que les ofrecieran, por más que haya sido algo lejano a glorias pasadas o al sonido que les dio la reputación que tendrán por siempre.
Luciano González
Fotos: Sergio Mella
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