Rama: somos fuego
Sábado 27 de octubre, 2018
Club Chocolate
En el papel y en lo que se puede ver en shows, a Rama le ha tocado ser víctima de su pasado. No es una sentencia antojadiza: sus fanáticos los ramahermanos se encienden cada vez que la banda visita su primera producción, el querido Disco Amarillo, todo un clásico dentro del catálogo del nu-metal nacional. El huracán humano que se formó en Despegar y Adiós confirma la paradoja, teniendo presente las diversas texturas que la banda ha querido proyectar desde su segundo aire en 2007 con Fugitivos, y que este año apela a una paleta con más colores de la mano de Manifiesto, álbum de alta factura que mostraron en vivo oficialmente la pasada noche de sábado.
Sí, Rama sentó las bases de una nueva camada a inicios de siglo. Pero a pesar de todo, esa no es justamente la cualidad más grande del cuarteto, sino el cómo se han reinventado y han intentado reconstruirse a base de arduo trabajo para la creación de una sonoridad mucho más rica en arreglos y de un discurso transversal. Su historia ha sido una supervivencia constante, y una búsqueda cada vez menos estructurada y más libre, un hecho nada menospreciable a sabiendas que sus compañeros de camada no fueron más allá de fusionar riffs en afinación grave con scratches y guturales a destajo. Por lo mismo, cuando el grupo arremete con neo-clásicos de la escena como Casa , Cuántos Somos, Vidrios Rotos , Comunicar, Huracanes, o Imposible, no son sólo un repaso a su repertorio pasado, sino la prueba viva de una obra sin fecha de caducidad, cuyo mejor y más evidente respaldo son sus nuevas y ambiciosas canciones, con un espíritu de conquista como pocos de su generación.
Parte de esa fórmula sin expiración visible radica en lo inclasificable de la combinación de elementos que componen el universo de Rama. El cuerpo de su propuesta radica en la guitarra de Daniel Campos, capaz de propagar desde machacantes e incisivos riffs a capas sonoras más inspiradoras y etéreas, más cercanas a las inquietudes sónicas de Smashing Pumpkins y The Stone Roses, que al relato repetitivo del canon aggro metal. Está también el tándem rítmico y macizo entre la batería de Eugenio Marín a la que le está pegando como si el destino de la banda dependiera de aquello y el bajo de Cano Céspedes. En el medio de todo, Sebastián Cáceres que apoya en las guitarras, pero más importante: dota la identidad inequívoca a la banda con su inconfundible registro vocal, rasposo y poderoso, que se pasea entre la melodía y los gritos semiagudos, que dan sentido a sus letras conscientes, emocionales y que apelan a una crónica colectiva, en tiempos donde el individualismo pareciese ser ley.
Con todo eso sobre la mesa, las canciones de Manifiesto fueron como la llama fogosa que ilustra la portada del disco. Luminiscentes y místicas, con sus matices como factor diferencial. La sensibilidad melódica de Libertad , Directo al sol, Cobardes o Rosas, es la apuesta de Rama por renovarse, saliendo airosos en el intento. Con algunos problemas en el sonido de las guitarras al principio, cuando fue el turno de escuchar la declaración de principios que es Manifiesto, se reflejó la trascendencia de este novel disco. Somos hijos, somos familia, somos fuego declama Cáceres en una de las mejores canciones de la temporada en el rock chileno. Tocando las diez canciones de su último larga duración que funciona como un decálogo impregnado de sabiduría y estridencia, se plasma el ahínco por la particularidad de su estilo, con un rock alternativo que le suma a su fórmula texturas que ya conocemos, como también las cadencias armónicas a lo Deftones, más sus actuales referencias como las sutilezas rítmicas del shoegaze bajo la óptica de Rama en los momentos de inflexión.
Momentos altos tuvieron los dos cierres, tanto en El Otro Lado antes del bis, envuelta en un halo de jam pesada que fue pura ebullición a fuego lento, y la atmósfera poderosa de Rompeolas , tema ya devenido en himno, con coro masivo en un remate soberbio. Rama demostró con fiereza su nueva piel, de la mano de un álbum sin fisuras y con una potencia instrumental que se nutre de un rock inquieto y en movimiento. Flamantes melodías que surgen de las cenizas, del fuego interno de un cuarteto honesto que transmite no solo energía eléctrica y mística en sus canciones, sino que una pasión sin límites por la música que tanto amamos.
Fotos: Peter Haupt
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