Jack White: De madera y yeso

Lunes 16 de marzo, 2015
Teatro Caupolicán
Para el más famoso -y posiblemente el más importante- rock 'n' roll star americano de su generación, el tocar en vivo es algo que también le compete a su público. No es que sus fans le digan qué hacer, pero hay momentos en que Jack White parece estar dispuesto a cambiar buena parte de su setlist si se lo pidiesen como lo hace el: a gritos. Y algo de eso pasó la noche del lunes comparado con su masiva presentación en Parque O'Higgins el sábado pasado; el set cambió y la intensidad también. Imaginarán que no es lo mismo tocar para cuatro mil personas.
Jack no solo no toca las mismas canciones y no repite los mismos parlamentos entre ellas, más bien, parece advertirnos que, si no se le logra dar esa energía de vuelta, habrá que "atenerse a las consecuencias". El norteamericano se alimenta de su audiencia, y lo del Teatro Caupolicán le dio mucha energía para aprovechar de cargarse, no tanto para el nivel delirante que se hubiera querido el músico, pero suficiente para un completo espectáculo.
Esta segunda fecha en Santiago nos sirvió para abarcar más de Jack White, como un referéndum de todo aquello que ha grabado en su carrera, con una buena parte de la lista de canciones excavando en el suelo arcilloso y familiar de los White Stripes, dejando la épica de 'Seven Nation Army' para el bis final no sin antes haber repasado 'Hotel Yorba', 'Dead Leaves and the Dirty Ground' (con la que arrancó) y cosas como 'We're Going to Be Friends' -flanqueada en ambos extremos por Top Yourself' de The Raconteurs-, 'Cannon' y 'I'm Slowly Turning into You'.
El escenario fue pura potencia, volumen (al punto de la saturación) y el excesivo White -con un fantasmagórico parecido al "Joven Manos de Tijera"- lucía como un animal enajenado y de cierta manera acorralado por su banda en especial por la impresionante batería de Daru Jones, quien, de hecho, pasa a tomar el protagónico que alguna vez le correspondió a Meg White. Pero ahí también estaban dando clases magistrales Dean Fertita, Dominic Davis en el bajo, Fats Kaplin en la pedal steel principalmente y Lillie Mae Rische en voz y violín: una banda excepcional. Cada uno de ellos jugando a ser un prototipo de músicos de diferentes escuelas.
Una decepción terminó siendo que, no obstante la inclusión de un tema blusero como 'Ball and Biscuit' y el enganche con la mismísima 'The Lemon Song' de Led Zeppelin, el músico no haya convencido a Robert Plant de subirse al escenario para acompañarlo, habría sido épico. Y la otra fue que, por segunda vez, no incluyo 'Fell in Love with a Girl', aunque eso no pareció importar tanto. Pero la sorpresa fue que White se jugó como un guitarra inspirado y vocalista extremadamente expresivo, no se ahorró ninguna salva al punto que, de enérgico, pasaba a sobregirarse de plano en momentos -cosa especialmente evidente en 'Steady as She Goes', pero también ahí mismo se agradecía el balance que proveía 'Blunderbuss', por ejemplo. Es que no pudo haber sido de otra manera, este es uno de los shows de rock más cotizados y comentados de la actualidad, y Jack es un personaje con mayúsculas.
White es un obseso del control. Y sí: está tan obsesionado con un sonido, una imagen y la marca registrada de un Elvis Presley esquizoide, que se sitúa al borde de la caricatura de un genio loco. Como debe ser, de eso se trata el rock 'n' roll: tocar con el abandono febril de 'Lazaretto'.
Alfredo Lewin
Fotos: David James Swanson
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