Jake Bugg: Tibio, tibio

Martes 14 de marzo, 2017
Cúpula Multiespacio
Jake Bugg recién había cumplido 20 años la primera vez que vino a Chile, en el marco de Lollapalooza 2014, y realizó un sideshow que causó impacto entre mis colegas, que, felices de que hubiese un joven reivindicando los valores clásicos del rockismo, lo trataron como si fuese poco menos que la segunda venida de Johnny Cash. En ese tiempo, el inglés se llenaba la boca criticando a los artistas salidos de los programas cazatalentos de la tele, condenaba la falsedad del entorno mainstream y aprovechaba para representarse a sí mismo como un artista autónomo y respetuoso de las tradiciones de la cantautoría. Aun no se sabía que, en realidad, también había fabricantes de hits detrás de sus canciones. Después de que se destapó la olla, los bonos de Bugg bajaron hasta el suelo y el interés en sus lanzamientos se fue evaporando. Del número 1 de su debut homónimo del 2012, pasó al puesto 4 de "On My One" del año pasado, aunque la caída realmente estrepitosa ha sido la de sus ventas.
Acá en Chile tampoco la rompe. La Cúpula lo esperaba a medio llenar, aunque, todo sea dicho, la gente pegada al escenario lo idolatró con la fuerza desbocada con la que se adora a las figuras del pop más pop, lo que incluye gritos desaforados y peticiones de "la colita". Rebobinemos al inicio: a las nueve en punto, una luz azul encegueció al teatro, y cuando los ojos se recuperaron del destello, Jake Bugg ya estaba parado sobre la tarima sin nada más que su guitarra de palo para iniciar el show con una selección acústica: On My One , The Love We re Hoping For , Country Song y Simple As This . Tenía sentido que partiera solo porque el concepto de su último disco, tras la desilusión que supuso para muchos enterarse de que había un comité de asesores detrás suyo, gira en torno a hacer las cosas sin ayuda. "On my one" es una forma callejera de decir "on my own", que significa "por mi cuenta".
Aunque es menos interesante de lo que se creía cuando se le tildaba de "alma vieja" por invocar a Johnny Cash sin haber alcanzado la mayoría de edad, Jake Bugg aun así tiene cosas que contar. Le va especialmente bien en los momentos en los que deja de comportarse como si hubiese nacido en Nashville y relata sus experiencias personales, como en Two Fingers , que habla sobre irse de la ciudad natal para conocer el mundo. En vivo, el sintetizador cobra mayor protagonismo que en estudio, un cambio del que se beneficia Never Wanna Dance , que se vuelve maciza y además es rematada por un solo de Bugg que, Telecaster en mano, puede expresar tanto como con su voz de helio. Una voz que, a todo esto, se vio algo mermada (¿un resfrío, quizás?), forzando interpretaciones medio tono más abajo en algunos temas. Apegado a los manuales, no ofreció nada despampanante, aunque tampoco escatimó en profesionalismo. Fue un show correcto que, en su mejor punto, Gimme the Love , dejó la impresión de que el futuro de Bugg no está en la imitación del rocanrol en sepia, sino en reivindicar a los Stone Roses de la era "Second Coming".
Andrés Panes
Fotos: Jorge López
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