Jorge González: Despidiendo al juglar mayor

Sábado 7 de enero de 2017
La Cumbre del Rock Chileno, Estadio Nacional
Todo pudo salir mal. Alguna falla de sonido, un paso en falso, un destiempo, cualquier cosa. La carga emotiva y de nerviosismo corría a partes iguales dentro y fuera del escenario. No sólo era la última presentación en vivo de Jorge González, sino que su estado de salud tenía las alarmas activadas por si algún infortunio cobraba forma. Era un instante demasiado importante como para estropearlo. Algo que no se cumplió totalmente.
Pese a algunos reparos que rondan entre fanáticos, la despedida del músico de toda actividad en vivo debía ser en aquel escenario del Estadio Nacional. Es un lugar con mística, el símbolo de un tránsito exitoso: Desde las calles de San Miguel a llenar el recinto de Ñuñoa con Los Prisioneros, en aquel retorno tan esperado como efímero. Eso pareció entender las cerca de treinta mil personas reunidas en aquel momento, rompiendo en una ovación llena de respeto cuando las luces del Escenario Rojo se encendieron. Hablamos de un ícono que ha marcado a generaciones, a la altura de Violeta Parra y Víctor Jara. Su despedida debía ser ante los miles que se sintieron marcado por su fuego artístico.
A veces veo a Jorge sentado en el andén. Las manos en su libro, como no sabiendo hacer fueron las primeras palabras interpretadas por González. Dichas líneas de Trenes no son una elección casual. Forman parte de su reciente disco, pero también figuran como asociación exacta de su salud. No nos engañemos, le costó mucho interpretar en varios pasajes: Hombre fue un ejemplo gráfico. Pero no importó, su actuación, en que primó la sobriedad acústica, fue también una muestra de un carácter visto desde sus inicios: Tal como John Lennon, a Jorge González no le importa mostrar en público sus yerros ni debilidades. Los asistentes agradecieron tamaña apertura con una emoción palpable, con muchos llorando, sabiendo que se presenciaba en un momento irrepetible. Nada es para siempre fue otra de las canciones que sonaron y ahí adquirió un sentido total.
Nunca te haría daño demostró las esquirlas dejadas por el Accidente Cerebrovascular en su voz, sin la fuerza de antaño y mostrando un gran esfuerzo en la modulación. Esos detalles técnicos se notaron y pudieron ser un obstáculo, pero seamos sinceros, nadie se fijó en eso. Verlo sobre la tarima, acompañado de sus escuderos del último tiempo, interpretando un set que alcanzó las once canciones -una total sorpresa entre quienes esperaban algo más escueto-, contenía una energía potente, con varias sorpresas: Brigada de negro fue bañada como si fuera grabada para la apertura de las películas antiguas de James Bond; Cumbia triste, el saludo a aquel proyecto llamado Gonzalo Martínez; Soli Arbulú de Nadie acompañó en El baile de los que sobran. Incluso, se dio el tiempo de bromear con sus amigos cantando parte de No me toques el Toor, la desviada versión que el comediante argentino Yayo hace de Knockin On Heavens Door.
Con la debida distancia, ver el cartel de La Cumbre del Rock Chileno es darse cuenta que la gran mayoría de los artistas presentes fue influenciada por Jorge González. Weichafe y Nicole se atrevieron a cantar algunas de sus canciones; Los Miserables no han escondido jamás su fanatismo por Los Prisioneros y la lista podría seguir. Pese a la desafortunada interrupción para entregarle el reconocimiento a Álvaro Henríquez -algo que se pudo evitar perfectamente, dejándolo para otro momento-, la última vez de Jorge González en vivo será recordada por todos, pues era uno de ellos: vivió la pobreza y una dictadura militar cuyas cicatrices aún vemos en la sociedad, se obnubiló con la fama y el mundo que abría, se enfrentó a los poderosos y encontró la paz en la simpleza de sus últimos discos. Triunfó, perdió y volvió a triunfar. La gente escuchó atentamente; se adueñó en los coros en Mi casa en el árbol, Tren al sur y El baile de los que sobran. Con lágrimas en los ojos, sellaron un pacto de eternidad, haciendo suyas parte de la letra de la también interpretada Amiga mía: Nunca vamos a dejar que este amor se nos vaya.
Jean Parraguez
Fotos: Peter Haupt Hillock
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