Robert Johnson y los mitos irrepetibles Jueves, 16 de Agosto de 2018 Si Michael Jackson hubiese tenido una cuenta de Twitter, estoy seguro de que Kanye West sería una alpargata al lado suyo. Me imagino a Elvis todo prendido subiendo fotos de un carrete a Instagram, a Jim Morrison borracho por Facebook Live hablando cosas incomprensibles a las cuatro de la mañana, a Janis Joplin con el rostro perdido pero con el filtro del perrito de Snapchat. El otro día vi a un par de raperos peleando por Facetime y fantaseaba con lo delirante que sería la misma discusión, pero con Robert Smith y Morrissey cuando se declararon la guerra en los ochenta. Pensarlo me entretiene, pero no cambiaría la historia por nada del mundo. Creo que los Beatles y Nirvana no serían lo que son sin esa pizca de misterio que conservaron a su alrededor, pese a que sus trayectorias fueron ampliamente documentadas. Ahora es imposible repetir la hazaña. Por más que gente como Daft Punk busque formas de cuidar su privacidad, igual se filtra información de ellos porque simplemente ya no existen las condiciones para resguardar el anonimato de un artista. A propósito, apostaría un ojo a que Banksy será delatado tarde o temprano. Se puede llorar por la discreción perdida, pero en el camino se ganaron otras formas de enganchar a la gente, nuevas vías para que el encanto aflore. Ahora todo es transparente, un libro abierto. Los nuevos rockstars vienen del mundo de la música urbana y no del rock, pero tienen los mismos prontuarios de excesos y oscuridad que las estrellas de antaño. La diferencia es que cuentan con plataformas para ahondar en sus experiencias de vida y ganar simpatizantes. Yo pensaba que 6ix9ine era un payaso, pero después de verlo entrevistado por una hora y media, creo que es un troll brillante. En el hemisferio opuesto a la sobreexposición está Robert Johnson (1911-1938). De todas las leyendas musicales en las que puedo pensar, ninguna ha sido tan beneficiada por el misterio en torno suyo, que en el fondo es la ausencia casi absoluta de documentación sobre su breve paso por este mundo. Para dimensionarlo, un dato: la primera foto suya apareció recién en los setenta. Los espacios en blanco han sido llenados con mucha imaginación a lo largo de los años, hasta conformar una historia digna de "El Gran Pez". Se cuenta que Johnson venía de una familia muy pobre. Que tenía nueve hermanos. Que siempre andaba a la siga de los viejos blueseros que pululaban por su natal Misisipi. Que era más o menos bueno en la armónica. Que definitivamente no servía para tocar guitarra. Que un buen día desapareció y no volvió por seis meses. Que a su regreso estaba convertido en un guitarrista de excepcional técnica. Y que hizo algo terrible para volverse tan talentoso: le vendió el alma al diablo. Con semejante mito, la fascinación por su figura no ha hecho más que crecer con el paso de los años, con un peak durante el revival del blues, cuando un joven Eric Clapton lo descubrió a través del LP "King of the Delta Blues Singers". Endiosado como pocos, Johnson siempre aparece en las listas de los músicos más influyentes de la historia, pese a que grabó menos de treinta canciones antes de fallecer con apenas 27 años. Desde luego, su muerte también es objeto de leyendas. Dicen que el marido de una de sus amantes lo habría envenenado. Investigaciones posteriores disputan todas las versiones de su biografía dignas de guión hollywoodense. Por cierto, hubo una película basada en Johnson: "Crossroads" de 1986, protagonizada por Ralph Macchio, AKA, Daniel-san de Karate Kid. Volviendo al punto, actualmente hay libros de carácter académico como "Robert Johnson: Lost and Found", en los que se ponen paños fríos al delirio febril de la ficción. Para sus autores, la verdad sería menos pintoresca: aseguran que Johnson pasó medio año tomando clases de guitarra y que en realidad lo mató la sífilis. Nunca habrá otro Robert Johnson, pero la actualidad también está llena de músicos alucinantes, si bien mucho menos misteriosos. Siempre aparecen talentos, eso no cambia, como tampoco la presencia de una máquina detrás de ellos. No hay que engañarse: la leyenda de Johnson fue alimentada por la propia industria. "Siempre fue el cuerpo y alma del plan de marketing", reconoció un productor de Sony el 2011. "Siempre supimos que la música era grandiosa, ¿pero un tipo que vende su alma al diablo, vuelve tocando la guitarra como los dioses y después se muere? Es una historia espectacular". Andrés Panes Tags # Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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