Un cometa en el oscuro cielo austral Jueves, 06 de Diciembre de 2018 Jorge González tiene canciones de tinte profético. En 1999, editó su tercer disco solista, "Mi destino (confesiones de una estrella de rock)". Lo promocionó con Me pagan por rebelde , un tema que sintonizaba con la sensibilidad mutante de Beck para ironizar sobre los privilegios de ser un músico famoso. Tres años después, cuando Los Prisioneros tocaron en el Estadio Nacional para el cierre de la Teletón, hizo en cadena nacional justamente lo que escribió ahí: "me pongo la chaqueta de cuero y digo las cosas a mi modo". Durante su fugaz regreso al evento, también le dio carácter de augurio a Fe , de su homónimo debut en solitario. Aquella noche daban escalofríos las líneas "escúchame una vez, todo tiene final, sabes que vuelvo a tener fe y empiezo a sanar". Sucede que, con el tiempo, todo lo que hace González adquiere nuevas dimensiones. Siempre ha sido así: esa hazaña del electropop llamada "Corazones" fue resistida al momento de su aparición, pero la escena alternativa de Santiago se encargó de sindicarla como una obra canónica. Guardando las proporciones, pasa algo similar con su catálogo posterior: incluso el hostil "El futuro se fue", considerado un suicidio artístico y comercial en 1994, hoy es objeto de reivindicación. "Irradia un grado de humanidad tan grande", comentó Gepe en una revista de papel couché, donde Carlos Cabezas destacó el gritoneado track Cuánto aguanta un niño por ser "crudo, directo y a quemarropa". Hablamos del mismo disco que, tras obtener una pésima recepción, gatilló que González no volviese a firmar extravagancias con su nombre de pila. En adelante, usaría fachadas como Gonzalo Martínez, Los Updates o Leonino. Más purga que otra cosa, "El futuro se fue" desatendía la belleza armónica de las formas. Por los conflictos que le trajo con EMI, tomó un aura similar a la de "Trans", ese álbum por el que Geffen demandó a Neil Young por sonar muy poco Neil Young. En términos musicales, fue una reacción espartana a la exuberancia de "Jorge González", el enturbiamiento de las aguas cristalinas del debut a punta de experimentación y ciertas cuotas de folclor. Una mixtura de la que surge, por ejemplo, el acercamiento a Los Jaivas que se produce en el fantástico tema homónimo. González volvería a conectarse a Los Jaivas en Corre como el agua , la colaboración con su padre, Coke Rey, incluida en "Mi destino". Ese disco tiende lazos de intertextualidad como ningún otro de su carrera. Contiene El viejo que bailaba el nuevo estilo de baile , una alusión al clásico de Emociones Clandestinas, con Álvaro Henríquez (discípulo de Yogui, el líder de los homenajeados penquistas) y Carlos Cabezas de invitados; además, un cover de The Air That I Breathe de Albert Hammond que refuerza el nexo entre la original y Creep de Radiohead. En esa época, González se inspiraba en clásicos de la misma forma en que otros se inspirarían en él: tanto Javiera Mena como Gepe tienen un costado atmosférico que siempre recuerda un poco a Volar , uno de los temas que establecían el carácter escapista de "Jorge González" (los otros son Guitarras viajeras y Mi casa en el árbol ), mientras Pedropiedra le dedicó La balada de J. González , que lo describe como "un cometa en el oscuro cielo austral, el que viaja a mayor velocidad, el que brilla más que todos los demás". González se estiraba creativamente en su primer disco, libre de los limitados Tapia y Narea. En el segundo, planteaba un desafío sólo para los más fieles y pacientes. En el tercero, volvía con ingenio (en parte gracias a la producción de Atom) al pop rock. Cada disco suyo poseía un perfil muy distinto entre sí, hasta que llegaron "Libro" (2013) y "Trenes" (2015), frutos de un impulso similar y, por ende, hermanados. Ambos prueban que la austeridad es una de sus mejores aliadas, son registros domésticos que no precisan de mayor decorado porque cuentan con algo mejor que cualquier superproducción: el alma de un músico que, cuando no lleva puesta una coraza, se muestra y se entrega como nadie. La dupla que forman ofrece la visión más amplia y profunda de la persona detrás de las canciones; permiten adentrarse en su intimidad de una manera tan vívida que llega a dar un poquito de pudor. Los dones que han hecho mítico a González saltan al oído de cualquiera en "Libro" y "Trenes". Resumen lo esencial: esas melodías que soportan la repetición inclemente, las frases dignas de enmarque, la médula emocional expuesta. Quizás la gran diferencia entre uno y otro sea la biográfica. El primero vino antes de su accidente cerebrovascular; el segundo, después. Irremediablemente se percibe un ánimo crepuscular en "Trenes", con su artífice en plan existencial hablándose a sí mismo en tercera persona y mirando a Los Prisioneros por el retrovisor. Aunque tienta decir que parece una despedida, en realidad se conecta con pulsiones ligadas a la preservación como el instinto paternal o el deseo sexual, y además está lleno de experiencias y recuerdos. Es decir, es un disco lleno de vida. Y que deja la misma lección que el resto: con Jorge González, no hay apriorismo que valga. Andrés Panes Encuentra este contenido en nuestra revista. Tags # Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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