Hazel

2016. VHF Records

El disco previo a éste, “En Form For Blå” (2011), fue la reacción natural ante la salida del compositor suizo, Vincent De Roguin de la banda. Sin él, Æthenor dejaba atrás el oscuro drone electrónico de sus tres primeros y esenciales discos, mutando sus crudas atmósferas por un singular rock experimental, aunque sin abandonar del todo sus sombríos y estáticos climas electrónicos. En el presente “Hazel” (derivado de presentaciones del año 2010), el cambio se radicaliza en esa misma dirección, y así se manifiesta ya en ‘Silk to Breath’, primera pieza de este quinto álbum del proyecto, en la que improvisaciones crípticas y narcotizadas son las inequívocas protagonistas. El proyecto, por tanto, ya no se basa en las precisas estructuras compuestas por el alejado De Roguin, sino que todo se hace de modo instintivo e instantáneo.

La inédita y discreta luminosidad del inicio de ‘Anais’, se enfrenta con el salvajismo sonoro de todas las restantes piezas del disco. Así, ‘Leather Umbrella’ se divide en tres fieras secciones dirigidas por Steve Noble, avezado baterista inglés, proveniente de la escuela de la libre improvisación y cuya trayectoria lo llevó a tocar en uno de los tríos de Peter Brötzmann y también, con Derek Bailey en un par de importantes discos. En esta pista, el eco electrónico que viaja a través de las máquinas del noruego Kristoffer Rygg (Ulver) y del británico Daniel O’Sullivan (Grumbling Fur, Guapo, Sunn O))), Ulver, etc.), crea una densa ola sonora que pareciera emanar de un espacio perdido y confuso. Luego, ‘Ermanna’ da cuenta de un drone templado, un pulso constante dominado por Stephen O’Malley (Sunn O)))) y que se corta pasada su mitad: se difumina su arrastrada violencia, suavizándola con un jazz ambiental de tenebrosa elegancia. 

El drone psicodélico convertido en marcha de ‘Murmurum’ arroja una conexión con parte de la última discografía de Neurosis y sus acentuados efectos electrónicos a cargo de un ingrávido Noah Landis. Un negativo halo sideral que también irradian los últimos discos de Swans, Oranssi Pazuzu, Kayo Dot e, incluso, Meshuggah, aunque desde su rabiosa perspectiva cósmica. Todos coincidentes en una psicodelia desmembrada y que pareciera también contagiada por algo lejano y maldito, como venido de una energía eterna o del sueño imposible de un tercero intangible. Todos decididamente situados en aquello que no se distingue, aquello anónimo y que viaja hacia el fondo infinito. Hoy, como nunca antes, ya se comienza a escuchar la lisérgica música de las últimas esferas.

Carlos Navarro A.

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