Killing Joke: Éxtasis salvaje Viernes, 28 de Septiembre de 2018 Jueves 27 de septiembre, 2018 Club Blondie La tensa calma hipnótica, estridente y catártica de Butcher, en la medianía del set, fue la antesala a uno de los momentos más gloriosos de la música en vivo en suelo nacional del último año. El debut de Killing Joke en Chile, nada menos que conmemorando 40 años de carrera y con su alineación original, desató un fervor incandescente, con un ambiente que era una olla a presión a punto de explotar a cada canción. Ese momento que comenzó con la brutal Loose Canon y acabó con la esquizofrénica Pssyche, fue algo parecido a entrar en un estado de combustión continua. Todo fue ruido machacante, distorsionado y abrasador, como alguna vez el mismo Jaz Coleman definiera la identidad sónica de la banda. La guitarra sulfúrica, cruel y casi inhumana de Geordie Walker en Labyrinth precipitándose a todo volumen por los parlantes, fue la mejor lección para entender su legado indeleble a eso que luego se le llamo rock industrial (cuánto le deben Trent Reznor y Al Jourgensen a estos riffs). Corpored Elect extendió la vibra energizante, con el viejo frontman apretando la garganta para sacar gritos cavernarios. Todo explotó con la hecatombe hardcore de Asteroid y el martillazo de un clásico seminal como The Walt, donde se desató un terremoto cuyo epicentro fue la pista de baile, y cuyas ondas expansivas eran el poder atronador de la voz de Jazz, que lo es todo en esta canción. El bloque más pesado y denso del show. El nervio central de su Laugh At Your Peril 40th Anniversary World Tour. Sin embargo, pese a ese gran momento de intensidad y locura, a Killing Joke solo le bastó ejecutar los primeros acordes de ese clásico de 1985 como lo es Love Like Blood al inicio para desatar la embriaguez nostálgica contenida por todos los fanáticos que llevaban años esperando presenciar aquel momento. Los ingleses, por su parte, recibieron esa inyección de energía que provenía del público y nunca bajaron la intensidad, haciendo valer ese título impuesto por la revista Rolling Stone de ser la banda favorita de tu banda favorita, dejándolo más que claro, también, cuando inició el inmortal riff de Eighties impulsado a la fama por Kurt Cobain, en un calco que realizó para Come As You Are, detonante definitivo para alborotar el enjambre de fanáticos que saltaban y cantaban eufóricos; o cuando en Requiem, el canto de Coleman se hizo colectivo fundiéndose con el público. Estoy feliz porque Pinochet está muerto, decía el carismático vocalista antes de Autonomous Zone que con su fuerza punk desató la primera embestida del huracán humano que se formó en la cancha, en la primera de una seguidilla de alusiones al acontecer político. Y es que Coleman es un provocador. Lo ha sido siempre. Arriba del escenario, se pone en la piel de un hechicero y vocifera y realiza una performance heredada del shock rock, con una gestualidad cercana a la de Alice Cooper. Un juglar gótico perdido en el tiempo, pero que provoca el mismo misticismo lúgubre que en sus mejores épocas, donde la oscuridad se convirtió en una alternativa muy atractiva frente a la excesiva luminosidad del synthpop. Killing Joke junto a otras bandas del rock británico de fines de los 70 como Bauhaus y Siouxsie & The Banshees fue pilar crucial a la hora de cerrar la brecha entre el postpunk y el gótico, forjando un nuevo estilo con una sensibilidad distinta, y con un sonido más dub heredado de PIL, y más el influjo pesado, primitivo y apocalíptico de Black Sabbath. La mezcla perfecta para conquistar a toda una generación, viniesen de cualquier nación. Lo de anoche en Blondie es el más claro ejemplo, cuando hacia el final, brazos en alto y aplausos cerrados sellaban la salida de la banda del escenario tras la pegada de The Death and Resurrection Show, Wardance y Pandemonium. Un show que logró incinerar alegría y rabia por igual, por la magnitud del encuentro y la celebración, con una música que le prendió fuego a los corazones de los fanáticos que llenaron el subterráneo de la Blondie. Killing Joke acrecentó su estirpe de eso que definieron como música de tensión; siguió construyendo su leyenda de ser una banda tremendamente influyente pero que no goza del mismo nivel de popularidad. La voz furibunda y amenazante de Jaz Coleman intimidó y conquistó; la entidad hecha de puro barbarismo de Paul Ferguson en batería, con sus ritmos tribales y turbulentos, reforzada en complicidad con las destellantes líneas de bajo de Martin Youth Glover fue intimidante; los toques de disonancia y zumbidos sintetizados que realizó Reza Uhdin le dieron un toque de modernidad; y los riffs insoslayables de Kevin Geordie Walker fueron el corpus de un coloso de cuatro décadas que desató su furia en Santiago. Esto fue como lo que Coleman declaraba en plenos años 80: la idea de algo que se siente como una broma, pero te termina matando. César Tudela Fotos: Juan Pablo Maralla Tags # Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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