Lucifer: sellando el pacto El debut de Sadonis y sus secuaces en nuestro país Sábado, 03 de Diciembre de 2022 Viernes 2 de diciembre, 2022 Sala RBX Revisa la galería de imágenes AQUÍ. La noche del jueves 12 de marzo del 2020, Joana Sadonis figuraba en Chile viendo a The Hellacopters. Su marido, Nicke Andersson, sacaba chispas de su Gibson SG mientras una enardecida barra gozaba a concho en Blondie, espectáculo que la vocalista de una de las bandas más reconocibles de la oleada contemporánea del vintage rock presenció a un lado del escenario. Los que sabían de su presencia le llevaban discos de Lucifer para que los firmara, petición a la que ella accedió amablemente, de hecho, hasta este humilde colaborador se acercó a saludarla. “¿Cuándo te vemos con Lucifer?”, pregunté entre las llamaradas de riffs que The Hellacopters emitía sin cesar, a lo que ella contestó con un sutil “Muy pronto”. Y aquí estamos, más de dos años después Sadonis y sus secuaces lucen vibrantes en el RBX demostrando de qué están hechos. A alero de su “Lucifer IV” (2021) llegaron a Latinoamérica en una gira que, además de nuestro país, comprende Argentina, Brasil y México, haciéndose acompañar por lo más selecto de los escuderos sabbathicos del continente. En Chile, Mourning Sun y Bitterdusk fueron los elegidos para hacer los honores. Los primeros aparecieron ante un buen número de asistentes que se dejaron envolver por el frío manto musical de los liderados por Ana Carolina. El doom atmosférico, lento y mordaz de cortes como ‘Vena Cava’ o ‘Spirals Unseen’ no dio tregua durante 45 minutos, en los que los riffs gélidos cortesía de Rodrigo Morris y Ramón Pasternak en guitarra, secundados por Hermaunt Folatre en el bajo, produjeron un efecto claustrofóbico, para lo cual los 3 hombres de las cuerdas lucían concentrados, estoicos y absortos en el sonido grueso de sus instrumentos. El juego entre momentos de calma y de clímax era manejado a la perfección por Vincent Zbinden, quien profesa un rol muy distinto a cuando lo vemos aporrear el kit en Mawiza. Acá los golpes son secos y los platillos se encargan de llenar cada lugar para que las canciones floten en una ambientación etérea. Al frente, la voz de Ana Carolina se paseaba entre susurros fantasmales, cristalinas texturas góticas y dolientes lamentos casi líricos tanto en las nuevas ‘Deep Downward, No Escape’, ‘Vanishing Point’ y ‘Ecstatic Magellanism’, todas del próximo disco de estudio titulado “Bahía Desolación” que pretenden lanzar en 2023, como en la ya clásica conclusión ‘The Exhaustion of Life’. Ahí en donde muchas bandas clavan un gutural, la vocalista atraviesa todo con un canto por momentos angelical, lo cual promueve un exquisito contraste. De hecho, esa es una buena manera de plantear su participación en esta velada. El quinteto nacional vino a traer el otro costado del sonido sabbathico, ese que transita por pasajes espesos y no por carreteras de fuego como las de Lucifer, una bella contraposición que en esta oportunidad fue complementaria. Manifestando su poder a destajo, Mourning Sun nos hizo viajar por las latitudes más gélidas del doom. Como espectadores en esta parte del mundo, quizá no estamos muy acostumbrados a que una banda nacional toque después de la internacional, pero la agenda de Lucifer era tan apretada que Bitterdusk tuvo la labor de cerrar la jornada. Con un set que también incluyó canciones de su futura producción, las leyendas del doom chileno estuvieron más que a la altura. Si bien parte del público se fue cuando terminó Lucifer, esto no detuvo una cátedra de los nacionales que pasó por varios puntos de su discografía. Su recordado demo “Pantheon” (1997) apareció en la gigante ‘The Inward Battle’ en la que rinden pleitesía a la creación de Peaceville Records en los 90 con un Leonardo Alvarado en las catacumbas de sus cuerdas vocales y de su bajo. Los acoples mortuorios de Seba Puente y Fabián Alvarado en las hachas llenaban los espacios de otros clásicos como ‘Among the trees’ del magnífico “Spirits” (2002), cuando la banda ya comenzaba a transitar a paso firme por su sonido más característico. De hecho, ver a Puente en una posición distinta a la que toma en Nuclear siempre es llamativo, el riffeo típico del thrash con la muñeca al tope de velocidad se transformó en las quintas espaciosas de ‘Árbol Cósmico’, su más reciente publicación del mismo nombre que data del 2017, o en las figuras monolíticas que junto a Alvarado ejecutaron en las nuevas ‘Implacable amanecer’ y ‘Ascensión del sol interno’, nombres provisorios que aparecerían en su próximo LP. De buenas a primeras, se puede intuir que Bitterdusk logra un compendio del camino recorrido en estas nuevas creaciones, juegan entre la inmediatez de “Árbol Cósmico” (2017) y también con esa lentitud que el oyente espera en su catálogo habitual y que está enraizada tanto en ellos como en sus seguidores. El relanzado “Santuaria” (2006), un favorito de varios asistentes, tuvo su espacio en ‘Reminiscencia del fuego’ y ‘El llamado’, con un Kurt Heyer indómito en la batería. La potencia, la contundencia y la urgencia de sus golpes lo convirtieron en un espectáculo en sí mismo, incluso con una postal alucinante en la que se tomó un descanso en los instantes en que Alvarado nos llevaba a las profundidades con sus líneas de guitarra llenas de eco, se puso sobre su batería e hizo una figura de cruz con las baquetas. Desafío superado para Bitterdusk, quienes se entregaron con todo para honrar ese protagonismo que también merecen las escuadras nacionales, especialmente con una trayectoria señera en nuestra historia musical. Los fieles, los que estuvimos hasta el final, obtuvimos una dosis certera de doom al más alto nivel. Antes de ellos, Lucifer desplegó sus mejores armas. 'The Funeral Pyre', la intro creada por el guitarrista Martin Nordin, sonó mientras la banda subía al escenario. Junto a Nordin, su compañero en las seis cuerdas Linus Björklund tomaba posición en consonancia con el bajista Harald Göthblad y el baterista Nicke Andersson, recibido con suma algarabía. Eso sí, todo se vino abajo cuando Johanna Sadonis apareció de riguroso negro, con un traje de flequillos y la cruz egipcia en su espalda y en su cuello, muy a la manera del Ozzy del período “Vol 4.” (1972), pero con una impronta que la hizo protagonista desde la partida con ‘Ghosts’ y ‘Midnight Phantom’. Si nos vamos a las individualidades, notamos de inmediato la importancia de cada una de las piezas. Lucifer ha sido una banda que ha ido cambiando de formación a lo largo de su historia, pero, por lo que vemos en el directo, la química que exponen hace pensar que están en su mejor momento en términos de fiato y eso también provoca que ocupen sus artilugios para llevarnos por distintas épocas del rock clásico. El riff de Harald Göthblad en ‘Wild Hearses’ embistió con la fuerza de las cuatro cuerdas y un acuoso efecto de wah que nos sumergió de inmediato en la psicodelia oscura de finales de los 60 y principios de los 70, mientras que las guitarras gemelas de Nordin y Björklund en ‘Crucifix (I Burn for You)’ nos hicieron pensar en el heavy clásico de finales de los 70 y principios de los 80, emulando a la raíz europea de ese período, a su vez que ‘Coffin Fever’ traspasa todas las líneas temporales, ya que se cuelga de un formato monolítico que ha estado presente en varias épocas. El desplante de Nordin fue bestial, sus movimientos quebradizos y sus solos fogosos se complementaron de manera formidable con un simpático Linus Björklund en ‘Mausoleum’, oportunidad en la que cada uno exhibió el ingrediente que aporta al conjunto, algunos solos más resplandecientes desde el Marshall de Nordin y otros más crujientes desde el Orange de Björklund, a quien se vio en varias oportunidades riendo junto a Johana en señal de que lo estaban pasando fantástico sobre las tablas del RBX. El manejo del dramatismo por parte de Sadonis en ‘Leather Demon’, ‘Archangel of Death’ y especialmente en ‘Dreamer’ demostró que es una vocalista superlativa con armas bien definidas. Lo suyo es moverse de manera felina, dejando que su cabello vuele al viento mientras extiende los brazos para realzar las subidas de coro o interactuando con los hacheros a ambos lados del escenario. Su figura es impetuosa, toma el micrófono siempre con el pedestal y ejecuta su rol de maestra de ceremonias con total confianza, apoyada en un despliegue vocal alucinante y que logra coherencia con lo que escuchamos en el registro de estudio. Las canciones de Lucifer son super accesibles, respetan el formato y dejan todo cerrado en un máximo de 5 minutos por corte, por lo que entregarse a cantar con la banda no es nada difícil para las almas que atiborran el RBX y convirtieron a ‘Bring Me His Head’ en todo un himno. El apoyo vocal de Nicke Andersson es otro aditivo para la fórmula, pero su principal función recae en aglutinar todo desde la batería con una actuación salvaje. Trabaja con poco, pero hace mucho. Es rudimentario, preciso y sudó hasta la última gota para desplegar toda la fuerza posible tras las baquetas. Tanto fue así que su caja tuvo un problema técnico y tuvo que cambiarla rápidamente, bajándose del escenario y subiéndose con la nueva al instante. La alzó por los aires en señal de victoria, lo que de todas maneras tuvo una respuesta acalorada desde el respetable. Mientras todo esto ocurría, Nordin y Björklund decidieron rellenar con un pequeño duelo de guitarras, Marshall contra Orange en una graciosa y entretenida contienda que al final desembocó en ‘Cemetery Eyes’. Tras un ajustado Encore, la feroz ‘California Son’ anunciaba que el final estaba cerca, pero eso no significaba que la energía disminuiría. De hecho, al contrario, ¿cómo parar con ese riffazo que cabalga hasta el infinito y se funde en un coro tan potente que se gritó, cabeceó y gozó con todo? Pandero en mano, Johanna y sus secuaces se despidieron con ‘Reaper on Your Heels’, un epílogo fogoso en el que quemaron sus últimos cartuchos, le incrustaron una parte más rápida y terminó con la sección de cuerdas moviéndose para adelante y para atrás con sus instrumentos, mientras Joanna lucía con el pandero en alto a la manera de las grandes figuras del rock. Todos terminaron en el suelo mientras el RBX se fundía en un aplauso cerrado, un final espectacular para un show de otro planeta. Todo lo que un fanático de Lucifer podía esperar cuando escuchaba sus discos o veía sus presentaciones en línea fue superado por lo que se vivió con ellos derrochando estilo en suelos chilenos. De hecho, ninguna ilusión que este humilde colaborador se hizo durante las entrevistas con Johanna Sadonis o durante esa interacción de segundos en el concierto de The Hellacopters estuvo ni de cerca de englobar lo fabuloso que fue tenerlos al frente. El combo multinacional funciona como reloj, una característica propia de bandas de este estilo. Porque claro, esto es más que jugar a ser arqueólogos y sacar a relucir las influencias palpables de Blue Öyster Cult, Pentagram, Motörhead o los ya aludidos Black Sabbath, esto es todo un arte y el quinteto lo maneja a la perfección haciendo valer su nombre no solo como una de las piezas clave para entender el puzzle del revisionismo actual en el rock, sino que como un ente vivo con combustible para rato, lo que se nota en discos que suben de nivel con cada entrega. Las sonrisas de Harald, Linus, Martin, Nicke y Johanna evidenciaban que el respeto y gusto por esta forma musical es mutuo, y que siempre va a ser bien recibido cuando se toca con la pasión que ellos proyectan. Respaldados por la hermandad sabbathica entre Mourning Sun y Bitterdusk, Lucifer selló el pacto con una fanaticada que vendería su alma por verlos otra vez. Pablo Cerda Fotos: Janno Parra (Lucifer) - Juan Carlos Ibáñez (Bitterdusk, Mourning Sun) Tags #Lucifer #Bitterdusk #Mourning Sun Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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