The Ocean Collective: Pulsaciones en el firmamento Crónica de una tempestad anunciada Miércoles, 21 de Diciembre de 2022 Martes 20 de diciembre, 2022 Sala RBX Revisa la galería de imágenes AQUÍ. Cuando The Ocean Collective visitó Chile por primera vez el 19 de octubre del 2016 estaban en un momento muy distinto de su carrera. Tenían otra alineación, venían presentando el aclamado “Pelagial” (2013), disco que significó una crecida en términos de visibilidad, y llegaban al Nescafé de las artes para tocar ese álbum entero, lo que en ese instante ya significaba un gran cambio desde los primeros “Fluxion” (2004) o “Aeolian” (2006). A seis años de esos eventos y una pandemia mediante, la banda multinacional aterrizó por segunda vez en suelos nacionales para defender sus dos últimas publicaciones “Phanerozoic I: Palaeozoic” (2018) y Phanerozoic II: Mesozoic / Cenozoic (2020) en el RBX, esta vez con David Ramis Åhfeldt tomando el lugar de Damo Murdoch y la adición del mago de los sintetizadores Peter Voigtmann en un show que movió las placas tectónicas desde el primer instante. Ostentando un sludge-core de alta factura, IIII abrió la jornada representando a esos sonidos subterráneos que emergen desde lo más profundo de las calles santiaguinas. El temible riff de ‘Sceleratus’ golpeó de entrada con esa marcha flemática que se combina con secciones de máxima aceleración lideradas por Fernando Molina desde la batería en más de ocho minutos de viaje oscuro y vertiginoso, adornado por las atmósferas de Pedro Romero y José Ignacio Mercado desde las guitarras. Su corta, pero apabullante intervención rodeó su última placa de estudio homónimo lanzado el 2021, con la aparición de ‘Los caídos’, una gran muestra de que pueden llegar a rozar el metal progresivo moderno con adiciones de blackgaze, y ‘Judas’, una bestialidad de post-metal en la sintonía de Amenra, desde la que se percibe un arquitectura sónica claustrofóbica, matizada también por el aporte del invitado Pedro Salgado en teclados, el hombre de proyectos como Luxferre y Antar. Evadiendo registros como “Kvar” (2016), desplegaron las nuevas ‘Nimio’ y ‘Fauces’, que ya avizoran un próximo trabajo interesante con una interpretación soberbia de Christian Spencer desde el bajo y las voces rasgadas, rol distinto al que ocupa en Bagual, donde está enfocado a las seis cuerdas. Ver a IIII siempre es llamativo y mucho más aún en instancias como esta, en la que tienen cancha, tiro y lado para desencajar la quijada con ese torrente de creatividad que ojalá siga dando muchos más frutos. De hecho, esta fecha y la gira por el sur acompañando a La Bestia de Gevaudan y a The Ocean Collective eran una gran oportunidad para llevar sus feroces distorsiones a otros rincones del país, pero esto no se pudo concretar debido a problemas médicos que los dejaron fuera del resto de los shows. Afortunadamente, los que asistieron a la cita santiaguina sí pudieron deleitarse con una de las bandas más interesantes del post metal nacional, un acto imperdible para todos los adictos a recibir el impacto de las tempestades sónicas. Por su parte, La Bestia de Gevaudan volvió a demostrar que están curtidos en instancias como estas. Puntual a la hora pactada, el cuarteto se subió al recinto de Vicuña Mackenna con un setlist ajustado a la ocasión, o sea, mostrando su costado más post metal. Los que estuvieron en la cita de [Fe]ral II del centro cultural Anandamapu recordarán su flirteo con una electrónica densa en la que añadían hasta ciertos tintes de post punk, lo que hacía pensar que ese sería el camino a seguir. Pues no fue así, y, de cierta manera, se dieron la vuelta y volvieron a ese post metal reverberado que volteó las miradas del under hacia ellos en publicaciones como “Feral” (2015) o “Kintsukuroi” (2019). De hecho, sus canciones se entienden tan bien que Diego Yañez es capaz de trazar un hilo conductor entre ellas a través del ruido de sus pedales. Bastaba un pequeño muteo en la guitarra a través del loop para formar las bases de ‘Antimateria’, un ataque certero que se extendió por los primeros siete minutos y medio de su potente intromisión. La inclusión de ‘Coto de Caza’ del EP “Haller” (2013) fue toda una delicia para los seguidores de siempre, así como también las exquisitas texturas de ‘Fig5’, en las que shoegaze se llevan todo el protagonismo, con la voz de Diego perdida en un océano de reverb que genera un recorrido sensorial de magnánima emoción. El poder de Daniel Schnettler desde las guitarras más pesadas y la brutalidad de Gustavo Pinto Malverde en la batería, quien también hace sus armas en Hienas y Errante, perfeccionan esa energía mastodóntica que siempre ha sido el sello de la Bestia de Gevaudan y que han tenido la gracia de mantener en todas sus formaciones. Es más, sin ser un miembro fundador, Matías Salazar se transformó en una pieza central de la orgánica de la banda, intercambiando voces con Diego y encabezando ‘LoFi’, corte inédito que encaja a la perfección con su catálogo ya asentado. A pesar de que a veces usó su bajo casi como una segunda guitarra en períodos que la Bestia se desenvolvió como trío, ahora la alineación de cuarteto lo deja en plena posición para que el bajo amplíe los espacios con esas notas abiertas que impactan directo en el pecho. Es que siempre hay muchas cosas pasando al mismo tiempo en un show de la Bestia de Gevaudan, entre guturales, distorsiones a tope y notas graves saliendo como lava de un volcán en plena erupción. Así se siente el final con ‘Espejos’, por momentos te calcina los sentidos hasta enfriarse de golpe. Cuando abres los ojos, el público aplaude a rabiar a una agrupación inmensamente querida en el circuito local, una tormenta perfecta que puedes vivir una y mil veces, pero nunca va a dejar de emocionar. Tras las actuaciones de IIII y La Bestia de Gevaudan, la preparación del escenario tomaba forma para recibir a The Ocean Collective. Uno de los detalles no menores de esta venida era que no iban a presentarse con amplificadores, lo que está lejos de ser solo una anécdota. Esto plantea todo un desafío técnico, ya que los modeladores digitales es visitar otro mundo. Las implicancias de esta fórmula recayeron en que, por ejemplo, las guitarras no se sentían en pleno desde las primeras filas, pero sí se percibía que estaban sonando fuerte hacia el resto del recinto, lo que no opacó en lo más mínimo la marcha general del concierto. La disposición de una especie de “parrillas” a ambos lados del escenario ayudó a que los guitarristas Robin Staps y David Ramis Åhfeldt, junto al bajista Mattias Hägerstrand y al vocalista Loïc Rossetti se subieran a ellas para quedar por sobre el público, que literalmente estaba agolpado a los pies del escenario mientras caían ‘Triassic’, ‘Silurian: Age of Sea Scorpions’, ‘Bathyalpelagic I: Impasses’ y ‘Bathyalpelagic II: The Wish in Dreams’, estas dos últimas formando una pura gran sección que se cantó a todo pulmón. La triada de cuerdas se movió de manera incesante, se adueñaron de todo el escenario. Respaldado por su bajo fender, Mattias Hägerstrand proyecta una vibra cautivante, se conecta tanto con sus compañeros como con el respetable y regala oportunidades en las que luce su vistosa agudeza musical. A diferencia de Mattias, quien lucía una increíble pedalera de bajo análoga, Robin y David solo confiaban en su afinador, algo que descoloca de buenas a primeras pensando en una banda que pasa por distintos climas sonoros. De todas maneras, los pasajes de ‘Miocene | Pliocene’, ‘Oligocene’ y ‘Permian: The Great Dying’ fueron interpretados a la perfección. No es solo que las canciones en sí te hagan mutar en distintos estados, entre la calma y la tensión, es que de manera inevitable trae a la mente a distintas agrupaciones que agarran otro sabor en el cóctel de The Ocean Collective. Desde el dramatismo de Porcupine Tree y la agresividad de Neurosis que se vuelven explícitos en ‘Pleistocene’, hasta los cortes matemáticos de Meshuggah y esas percusiones tribales de Tool que sobresalen en los casi trece minutos y medio de ‘Jurassic | Cretaceous’, el sexteto tiene muy claros los sitios musicales en donde moverse y eso no solo significa llegar a entornos seguros como auditor, sino que les permite a ellos hacerse cargo de todo un linaje conceptual que cargan con sumo honor siempre bajo el prisma de su personalidad. Y bueno, si hablamos de personalidad, es de suma relevancia también hacer el contraste entre Peter Voigtmann y el resto de sus compañeros. Con su copa de vino, habitaba una verdadera oficina de sintetizadores y pedales de efectos, los cuales fueron clave para situar esa ambientación prehistórica que vivenciamos en cada canción. El tipo es infranqueable, miraba a veces de reojo el caos tras sus trinchera pegada a la muralla y no se daba por aludido. Se permitió salir solo para tomar las baquetas en ‘Holocene’ mientras Loïc Rossetti pasaba a los teclados y Paul Seidel al micrófono principal. El intercambio de instrumentos no solo es una señal de maestría por parte de los integrantes de un grupo, sino que también es otra gracia visual que entrega dinamismo al show. Ya sea en el micrófono o tras el kit, Paul Seidel es un intérprete mayúsculo, su voz tenue en este corte se contrapone a la animalidad de su ejecución en la batería, pavimentando callejones auditivos alucinantes con los bordes de su caja. Escénicamente, Loïc Rossetti es toda una fuerza de la naturaleza. Es de esos vocalistas intranquilos, una conjugación entre las particularidades de Maynard James Keenan de Tool cuando agarraba el micrófono y se ponía de lado entre Robin Staps y Mattias Hägerstrand o casi en la pared al lado derecho del escenario junto a Paul Seidel, y la locura de Colin H. van Eeckhout de Amenra cuando todo su cuerpo se dejaba poseer por el torrente de vigor que circulaba en el RBX. Hizo cantar al público, compartió un coyac bowling con una fan y sacó su cámara repetidas veces para retratar la efervescencia de una jornada memorable que llegó a su fin con la ya clásica ‘Firmament’. Decir que este cierre fue el punto más alto sería un error garrafal, porque el silencio no fue partícipe del concierto en ningún momento, toda la gente cantó el repertorio palabra por palabra y hasta coreaba las partes instrumentales. The Ocean Collective jugó con el público en el bolsillo durante toda su presentación. Sabemos que las comparaciones suelen ser odiosas, pero a veces son muy ilustrativas. Si ponemos en una balanza las dos visitas del sexteto, lo vivido este 20 de diciembre del 2022 gana en términos de proximidad. Hubo varios cambios de recinto entre medio, primero se había agendado en Blondie y, luego, se movió hacia Club Chocolate para finalizar en RBX, lo que al final estuvo bien considerando que los espacios como estos permiten una colectividad aún mayor entre el público y la banda, elemento vital en este caso. Tras este paso por la capital, siguen su camino hacia Valdivia, Concepción y Punta Arenas, estaban emocionados según sus propias palabras a las afueras del espacio ñuñoíno con cerveza en mano. Se tomaron fotos con la gente y estuvieron siempre dispuestos a firmar y responder todo lo que se les pedía, camaradería que siempre se agradece desde el público. Es más, confesaron sin mucho esfuerzo que ya hay un próximo disco en curso y que este transitará por terrenos distintos a este ciclo de los “Phanerozoic”, menos metal y más electrónico, tomarán un desvío para volver a la electricidad después. Las placas tectónicas se mueven en el mundo de The Ocean Collective y no cabe duda que sus fieles estarán esperándolos para cuando sea el momento. Por mientras, nos quedamos con el recuerdo de una noche en que nuestras pulsaciones llegaron a lo más alto del firmamento. Pablo Cerda Fotos: Joselyn Heyden Tags #The Ocean #The Ocean Collective #IIII #La Bestia de Gevaudan #Sala RBX Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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