Katatonia: Bajo un cielo estrellado

La inclusión de Crisálida en el cartel también probó ser todo un acierto. Con más de 20 años sobre los escenarios, son un número probado y, por sobre todas las cosas, muy querido, lo que se demostró desde el principio en el arranque con ‘Cabo de hornos’, ‘Araucana’ y ‘Bajo tierra’. La guitarra de Augusto Maldonado sonaba punzante, pesada y gruesa, mientras que el bajo de Braulio Aspé no se quedaba atrás en contundencia. La colaboración entre ambos es uno de esos ingredientes esenciales en la propuesta del cuarteto chileno, ya que cuando Maldonado bajaba en el diapasón a los arpegios agudos, Aspé sacaba a relucir todo el cuerpo de sus cuerdas en las notas graves, produciendo un paisaje sonoro de amplitudes sísmicas en ‘Raco’. Los detalles de Pipo Cortez en la batería sólo mejoran el panorama. Sus ritmos sincopados le entregaban vitalidad a ‘Solar’, casi como si tomara de la cueca para añadirle ese toque latino que solo puede salir de este lado del mundo. Por su parte, Cinthia Santibáñez nos tiene acostumbrados a actuaciones de alto impacto, su desplante es incuestionable, su manejo de los registros limpios y guturales no tiene comparación dentro del metal nacional y su corporalidad en la interpretación es majestuosa. 

‘Morir aquí’ y ‘El niño’ cerraron con broche de oro una actuación de lujo, que por pequeños momentos se vio enfrentada a un cable de micrófono rebelde, pero que no fue problema para la gran Cinthia, quien siguió adelante entregando lo mejor. Con la foto de rigor junto a su público, el cuarteto nacional bajó del escenario con otra actuación magistral en el bolsillo, se vieron cómodos sobre la tarima del recinto de Bellavista y probaron una vez más porque su nombre siempre es garantía de un show con altura.

 

A las 21:30 ya no cabía ni un alfiler en el Club Chocolate. El fervor por Katatonia solo fue en ascenso tras los primeros acordes de ‘Austerity’. Si hay algo que encanta de “Sky Void of Stars” (2023) es que tiene estos cortes directos y ojalá no se vayan de su repertorio, argumento totalmente defendible con la pegada de ‘Colossal Shade’, que se paró de igual a igual junto a otros clásicos como ‘Lethean’ o ‘Deliberation’. De hecho, ‘Birds’ también tuvo un recibimiento caluroso, y es que es uno de los mejores singles de este período de la banda, con una línea de guitarra heroica y un teclado de fondo que se mantuvo en forma de pista con el fin de que la máquina marchara a gran nivel.

 

“Estamos felices de estar de vuelta”, dijo Jonas Renkse, lo que se notaba en lo cómodos que estuvieron durante toda la jornada. Escondiendo su cara tras su cabellera larga, Renkse tiraba algunas patadas en ‘Behind the Blood’, se mostró muy agradecido por el recibimiento antes de empezar ‘Forsaken’, hasta mencionó que el vino chileno es el mejor del mundo y le preguntó al respetable si gustaba de Opeth, a quienes siempre han considerado como una “banda hermana” y se notaba en la gran cantidad de poleras que rondaban por todo el Club Chocolate. Se acercaba al guitarrista Roger Öjersson o al bajista Niklas Sandin en ciertos momentos de ‘Opaline’ o ‘Buildings’, dejándose llevar por el ritmo y moviendo su melena de lado a lado. 

 

El trabajo de Öjersson y Sandin siempre se mostró sólido, se mantuvieron estoicos a los lados del escenario, el primero apoyando firme en las segundas voces y repartiendo riffs a diestra y siniestra, mientras el segundo giraba el cuello en círculos aplacando las cuatro cuerdas, incluso haciendo contacto visual con un concentrado Daniel Moilanen en la batería. El pulso de Moilanen en la querida ‘My Twin’ remarcaba la potencia de ese coro explosivo que fue seguido al unísono por una audiencia en llamas, uno de los puntos altos de la noche sin lugar a duda.

Y el público parecía ser insaciable. ‘Atrium’, ‘Old Heart Falls’ y ‘Untrodden’ fueron seguidas de cerca, no necesariamente con demostraciones físicas tan exuberantes, pero sí saltando, acompañando los coros y con los brazos en alto, en total consonancia con esos acordes tan especiales que convierten las melodías de Katatonia en elementos adictivos que se quedan en el cerebro por horas. 'July’ fue la escogida para volver del Encore, con una parte final que desencadenó el único mosh de la jornada. ‘Evidence’ despidió el nuevo periplo de Katatonia por todo lo alto, sumidos en esa mezcla de misterio que acaba cuando los instrumentos se exaltan para que los cuerpos salten, entregándose de lleno a una tormenta musical perfecta.

 

 

Si bien los setlists de sus venidas anteriores en 2011 y 2016 fueron mucho más extensos, las 15 canciones de esta venida aseguraron un buen ritmo del espectáculo en su conjunto, sin extensiones desmedidas ni innecesarias. A veces, menos es más. Por supuesto que los más fanáticos podrían tener a la banda tocando por muchas horas, los suecos tienen el catálogo suficiente para ello, pero en esta oportunidad reinó el buen gusto con una selección de canciones coherentes con el momento musical en el que se encuentran. En términos auditivos, ‘Austerity’ fue la única que presentó mínimas falencias en el despegue, le faltó un poco de fuerza, pero ya desde ‘Colossal Shade’  en adelante, los cuervos volaron por el firmamento sonoro sin turbulencias. 

 

Si hay algo que podemos asegurar, es que a este cielo no le faltaron estrellas, al contrario, ya que las almas que atiborraron el Club Chocolate los hicieron brillar con especial luminosidad. Katatonia sabe que nuestro público siempre será receptivo a esa exquisita mezcla de doom, progresivo, gótico y alternativo que los tiene en un estado de perpetua evolución y que extiende las alas de nuestras emociones para hacernos volar sin contrapeso.

 

Pablo Cerda

Fotos: Diego Pino