The Stooges: El comienzo del fin Los 50 años de su debut Martes, 14 de Diciembre de 2021 “The Stooges”, el debut en 1969 de un ignoto cuarteto de Ann Arbor en Detroit, resultó ser un auténtico batatazo para la escena del rock de aquella temporada. Una colección de canciones que metió al rock de cabeza dentro de abismos destructivos, depresivos y nihilistas; lugares de los cuales no había salvación posible… justamente desde donde la Velvet Underground había dejado colgando a toda una generación de desadaptados con ínfulas artísticas. Por Alfredo Lewin El primer álbum de The Stooges es una encarnación demoledora de lo más decadente del mundo occidental. No pasaba de ser una anécdota curiosa que un grupo como éste fuese publicado por la compañía que había firmado a The Doors. A diferencia de la popularidad de los californianos, aquí estábamos frente a un disco –y a una banda– que con el pasar del tiempo sería revalorizada hasta lo indecible con sus tres placas facturadas en el curso de los cuatro años que siguieron. Era agosto de 1969, sucediendo, tan raro como pueda sonar, en simultáneo al festival Woodstock. Entonces, lo que no era sorpresa en aquel entonces es que el hoy mítico LP “The Stooges” probará ser un rotundo fracaso tanto de crítica como de público, pasando sin pena ni gloria por las tiendas de discos de EE.UU. y con apenas un mínimo de rotación radial. Y aún así se trata de uno de los discos más influyentes de la historia del rock, con algunos de los riffs más aplastantes jamás concebidos, unos motivos instrumentales y vocales que exudan tanta mala leche que no se puede creer que sea del mismo verano de los tres días de la feria de la paz y la música realizada en Bethel, New York. Otro año sin nada que hacer Dando por entendido que este es un disco un tanto irregular, hay que aceptar que sus momentos más lúcidos son tan buenos que se plantean en sí mismos como una advertencia de lo que estaba por desencadenarse en el rock setentero. Esta producción de ocho canciones es savia sin refinar, un golpe maestro que pudo haber sucedido de manera casi accidental. Sin embargo, junto al “Fun House” del año siguiente y al “Raw Power” de 1973 (en el que David Bowie, un declarado fan, oficiaría de productor), es de los grandes discos de rocanrol de todos los tiempos. En efecto, hoy a la banda se les presenta como unos futuristas creadores de un sonido punk, o proto-punk como se le dio en llamar: un género de rock de singular precariedad en habilidades y ejecución musical, pero muy sofisticado en gustos y ambicioso en intenciones. Y de la contradicción entre estos factores surgen las mejores cualidades de este disco y de los otros dos ya mencionados. The Stooges fue un cuarteto que de seguro se hizo notar por la figura de su vocalista, este personaje que no ha perdido ni un ápice de su intensidad al día de hoy: Iggy Pop (James Osterberg de nacimiento). Lo de “Iggy” fue un tributo a su vieja banda de garage, Las Iguanas, y lo de “Pop”, una referencia a Jim Pop, un amigo de James que había sufrido una condición nerviosa que le provocó alopecia. Iggy fue el prototipo perfecto del genio incomprendido, atormentado por su propio carácter e incapaz de redimirse ante la prensa, pero sí frente a su audiencia. Un compositor brillante y sobre todo un provocador animal escénico, con un carisma sexualmente motivado por la poesía de Jim Morrison de The Doors. No obstante, el llevar el asunto de esta inspiración un poco más allá fue lo suyo. Admirador del talante del californiano, con el que coincidía en sus provocaciones al subir al escenario, había que poner solo un poco de atención para reparar en la similitud vocal que existía entre ambos. Y extendiendo la comparación o contraste, lo que concluíamos es que hay una diferencia más que evidente entre la soleada Los Angeles de The Doors y la inhóspita Detroit de The Stooges, una ciudad llena de fábricas de automóviles, con jóvenes privados –entre otras cosas– de ir a la playa a surfear. Bajo esta poco esperanzadora situación, es lógico que el énfasis para tomarse una rabiosa venganza sónica fuera una de las cosas que hizo más singulares a The Stooges. Una denominación que podría traducirse como “los chiflados”, inspirados en un trio cómico, Los Tres Chiflados, personajes que se confabulaban en sketches muy histriónicos y absurdos de la TV en los años 50. Salvajismo urbano En 1968, la entonces naciente Elektra Records envió a su encargado de artistas y repertorio (A&R), de nombre Danny Fields, rumbo a Detroit con la misión de firmar un contrato con la que en aquel momento era la banda más prometedora del medio-oeste de EE.UU. No, no eran The Stooges, se trataba de MC5. Lo inesperado fue que aparte de aquella contratación, el tipo además se trajera fichada a esta pandilla de hooligans desenfrenados, estridentes y con cuestionable destreza musical: esos sí eran The Stooges. Dicho sea de paso, a la disquera no le fue muy bien con lo de MC5 si quiera. El legendario álbum “Kick Out the Jams” (1969) fue otra gloriosa muestra de los excesos de la época que resultó en un sonoro fracaso en ventas. Con The Stooges pasaría algo muy similar. Si bien estos cazatalentos y ejecutivos no sabían muy bien dónde posicionar a la banda conformada por Iggy Pop y los hermanos Asheton, el hecho es que la expectativa que se había generado no era menor. Muy probablemente inflados por el solo hecho que el cuarteto era diferente a cualquier cosa que se hubiera visto o escuchado antes; excesivos en todo y a todos los niveles, y con una puesta en escena que hacía que el show de The Doors pareciera de colegio. Aunque sea un recurso fácil el denominar a alguien como un genio, esto se aplica en varios niveles a Iggy Pop. La genialidad con tono maldito, que lo catapulta directamente al panteón de las causas perdidas. El reflejo del salvajismo urbano que llevaba adentro en equilibrio con ese deseo de extraer toda lo primigenio del blues, música que fue su primer gran estímulo de juventud y que fue fuertemente atraído por Mike Bloomfield y Paul Butterfield (la parte más destacada del blues blanco que empezó a sonar en Chicago). Y luego habría otros en Nueva York, representantes de la escena negra también, que movilizaron la actividad y el ingenio del cantante, abriéndole las puertas para poder encontrar su voz y el vórtice de su “vomito emocional”. El cómplice en esta rockera barbaridad sería Ron Asheton, un guitarrista muy temperamental, poco amigo del virtuosismo, enfrascado en esa tensión eléctrica producida por su gusto por los acoples y el uso del pedal wah-wah como efecto predilecto, coincidiendo –solo en aquello– con Jimi Hendrix. Porque al contrario del virtuoso de Seattle, el interés de Asheton era mucho menos artístico, desatando con sus seis cuerdas un caos, algo incontrolable que elevaba las composiciones de la banda hasta límites cacofónicos. Esta opera prima que lleva el nombre del grupo, la grabaron con la ayuda de un tal John Cale, quien había salido de Velvet Underground, y a eso sumémosle un alcohólico suicida a cargo del bajo, Dave Alexander, y al hermano de Ron, Scott Asheton a quien Iggy le enseña sus primeros rudimentos en la batería. Cromañones en un laboratorio de sonido La fiera de los The Stooges tomaba cuerpo, no del todo definido aún porque era evidente que habría cosas que tendrían que pulirse, para dar forma a este terrorismo puro denominado “la casa de la diversión del protopunk”. Eso estaba por verse. Iggy Pop dominaba esta escena surrealista, cabeza pensante de esta pandilla de músicos realmente desaforados. Todo aquello que proyectaba The Stooges antes de publicar siquiera su debut, era la asunción de cuerpo completo de las amenazas que recordaban en el año 1969 de todas aquellas razones por las cuales el rocanrol en la década del 50 había sido calificado de peligroso para la sociedad: salvaje, ruidoso, agresivo. Un llamado a las armas, al disturbio, a la revuelta callejera, a consumir drogas baratas, en fin, a no medirse con la vara de la buena educación, más bien se trataba de defenestrarla. The Stooges era eléctrico, rápido, desprolijo, en ocasiones bruto, y aunque pueda sonar extraño, era sofisticado a partir de la producción de John Cale. Por esta razón probó ser (in)adecuada la idea (sugerida por el propio Danny Fields) de convocar a Cale con el fin de capturar en el estudio –en la medida de lo posible– el sonido afilado del cuarteto. Desde el comienzo la comunicación entre las tres partes de esta historia (sello, productor y banda) fue complicada, por decir lo menos. De partida, The Stooges solo tenía cinco canciones cuando entraron a grabar en el estudio, entre las que destacaban ‘No fun’, ‘1969’ y ‘I wanna be your dog’. En realidad, su trabajo no estaba ni cerca de estar terminado cuando firmaron el contrato con Elektra: todo el repertorio que The Stooges tocaba en sus conciertos se limitaba a estos temas que alargaban hasta el infinito en base a improvisaciones mientras que Iggy se solazaba en un frenesí destructivo. Los reparos por parte de la disquera iniciaron cuando recibieron una primera versión en formato EP, eran los mismos 5 temas tocados como solían hacerlo en vivo en aquellos días, sumando un poco mas de 25 minutos de registro. Esa primera grabación no gustó nada a los de Elektra, y de ahí, directo al ultimátum: o incluían más canciones o no habría disco. Así que no les quedó más remedio que encerrarse esa misma noche en el estudio para componer tres temas más: ‘Little doll’, ‘Not right’ y ‘Real cool time’, las cuales tocaron por primera vez durante las sesiones de grabación. Lo más parecido a un grupo de cromañones en un laboratorio de sonido. Surreal. Porque básicamente eso eran los Stooges en aquellos días: un show en vivo y en directo totalmente desbordado. Y ahí, en el hecho de que su propuesta fuera tan primitiva y tan poco elaborada, era donde se explicaba su “encanto”. Los problemas recién empezaban con un John Cale empecinado en convertir a cuatro angustiados músicos de rock de Detroit en un producto artístico e intelectual a la New York. Tan pronto como comenzó a inyectar una artificiosa sofisticación en el sonido del grupo, los fusibles saltaron y la sintonía entre ellos se truncó. Como ejemplo de algunos de los actos fallidos de este debut y para la posteridad están los diez minutos insufribles de ‘We fall’, un intento de imitar a The Velvet Underground que terminó más mal que digno. Nadie dijo que iba a ser fácil. Una mezcla inicial del álbum hecha por Cale, muy similar a la del álbum debut de The Velvet Underground hecha por su ex-compañero de banda Lou Reed, fue rechazada por la compañía por ser considerada demasiado “artístico”. La mezcla final fue realizada por el presidente de Elektra, Jac Holzman y el propio Iggy. En todo caso la versión del álbum mezclada por John Cale vería la luz en 2010 en forma íntegra en la edición para coleccionistas de The Stooges. Un par de gemas de la corona de los chiflados La historia de ‘I wanna be your dog’, escrita por Iggy Pop, es una epifanía: la de saberse capaz de escribir sus propias canciones de blues, apropiándose de varias formas vocales del género negro y de hecho desde el nombre de la canción remite al tema ‘Baby please don’t go’, un estándar del blues que Iggy Pop mal entendió como “wanna be your dog”. Y ahí está, ese primer blues a-la-Iggy, con esos acordes muy oscuros que un descenso circular, con la producción de John Cale, tan genial como para crear ese piano obstinado que va in crescendo esa sensación amenazante que viste a la canción. Era su propia ‘Venus in furs’ de Lou Reed con la Velvet Underground de 1967, y con esto The Stooges se hacen de un himno que sigue siendo muy influyente por todas las generaciones que le han sucedido, desde Joan Jett a Queens of the Stone Age. El hecho de que haya en el disco una canción que se llame ‘1969’ grabando en el Hit Factory de Nueva York. ¿1969? Aparte del hombre en la Luna y el festival de Woodstock, lo que estaba pasando eran los MC5, también nativos de Detroit. La amenaza del punk antes del punk. La canción que abre este disco del año en cuestión, tiñe de aquello con sus dos simples acordes, lo que recuerda mucho a otro bluesman seminal, Bo Diddley. Un himno a lo simple y llano que puede ser la falta de afecto y el aburrimiento, ingredientes clave en lo que luego se denominaría punk. Iggy Pop creó los versos luego de haber celebrado su cumpleaños número 21 tocando en una fecha desastrosa: abriéndole a Cream. De partida, no podemos concebir nada más desafortunado que The Stooges tocando con el virtuoso trio británico. Quizás haya sido la primera vez que Iggy se enteró que las cosas no tenían muy bien aspecto. Por todo lo ancho y lo largo de EE.UU., así como cerraba esa era psicodélica y hippie, se presentía el comienzo de otra década, una mucho más ruda en varios sentidos, y The Stooges la prefigura diciendo que es “Otro año para mí y para ti / Otro año sin nada que hacer”. Posteriormente, serán muchos los interpelados por este llamado a la apatía, concretado en el mainstream ya fuera con The Clash en 1977 o por Nirvana en 1991. Pero ya 50 años después de toda esa vorágine, el Iggy Pop 2019 solo quiere ser libre: «Al terminar el tour del “Post Pop Depression” me sentí finalmente liberado de la inseguridad crónica que me había atormentado toda la vida y dificultado mi carrera durante medio siglo. Pero también agotado, quería adentrarme en las sombras, dar la espalda y alejarme. Quería ser libre. Sé que es una ilusión y que la libertad es sólo algo que sientes, pero hasta ahora viví mi vida con la creencia de que ese sentimiento es todo lo que vale la pena perseguir». (Publicado originalmente en revista #Rockaxis195, agosto de 2019) Tags #The Stooges #Iggy Pop #John Cale #Elektra # Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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