Jimi Hendrix: Raíces de fuego La trascendencia racial del mítico guitarrista Martes, 20 de Septiembre de 2022 (Artículo publicado originalmente en revista #Rockaxis207, septiembre 2020) La vida de Jimi Hendrix se apagó hace más de 50 años, pero su legado sigue ardiendo en la historia como el fuego que envolvía a esa Fender Stratocaster en el Monterrey Pop Festival. Su aporte musical es quizá la faceta más estudiada de su biografía, pero este nuevo aniversario de su deceso sirve para analizar el lugar que ocupó en el panorama social de una época marcada por los conflictos raciales. Con la perspectiva del tiempo, Hendrix dejó de ser un paria en la comunidad afroamericana y se convirtió en un ícono que traspasó las barreras culturales con el poder de su guitarra en llamas. Por Pablo Cerda No es extraño que la música de Jimi Hendrix sea una de las primeras cosas que se vienen a la mente cuando se analizan los años sesenta. El episodio 315 de la serie animada Los Simpsons, “Mi madre, la robacoches”, es el mejor ejemplo de ello. Cuando el conductor de noticias Kent Brockman anuncia que Mona Simpson –madre de Homero– será juzgada por haber saboteado el laboratorio de armas químicas del Sr. Burns en los sesenta, le presenta a la audiencia un montaje de archivo que resume esa década. Eventos como la Guerra de Vietnam, Woodstock, la elección de Nixon y la llegada del hombre a la Luna pasan por el televisor mientras suena de fondo la versión de Hendrix de ‘All along the watchtower’ (original de Dylan). Al terminar el clip, Brockman cierra con una frase hilarante: «Qué década tan frenética y absurda». Particularmente, en Estados Unidos fueron momentos intensos en la problemática racial, un tema con el que el país del norte ha tenido que enfrentarse desde que se convirtió en república y que se sigue perpetuando hasta hoy. ¿Cómo es posible entonces que la misma nación en la que se han perpetrado crímenes de odio tan brutales contra la comunidad afroamericana encuentre en Hendrix a uno de sus referentes culturales más potentes? La bandera estrellada La mañana del 18 de agosto de 1969, el Festival de Woodstock vivía uno de los momentos más importantes de sus maratónicas tres jornadas: la interpretación del himno de Estados Unidos, ‘The Star-Spangled Banner’, en una doliente versión instrumental de Hendrix. A pesar de que era parte regular de su repertorio, la temperatura de la contingencia hizo que se convirtiera en uno de los actos de rock más comentados, tanto así, que varios aspectos de ese setlist suelen pasar inadvertidos. Los días de la Jimi Hendrix Experience habían quedado atrás y sus nuevos acompañantes eran bautizados como Gypsy Sun & Rainbows, con el baterista Mitch Mitchell, el bajista Billy Cox, el guitarrista rítmico Larry Lee y los percusionistas Jerry Vélez y Juma Sultan, un conjunto con el que Hendrix buscaba sobrepasar los límites del rock para encallar en sonidos afroamericanos, un giro con el que su managment no estaba de acuerdo. Según reporta la revista Mojo en su edición 317 de abril de 2020, el racismo fue un factor determinante para aplacar estos vientos de cambio, y muchos ven al culpable en la figura de Frank Michael Jeffery, quién quedó al mando de la carrera de Hendrix tras el alejamiento de su primer manager, Chas Chandler, el exbajista de The Animals que fue el responsable de lanzar su carrera en el Reino Unido. La publicación inglesa indica que «a Jeffery le preocupaba que Hendrix restableciera su conexión con la comunidad negra. Existen relatos no verificados de que miembros de las Panteras Negras animaban al guitarrista a involucrarse más en la política radical (en los primeros momentos de fama, Jimi expresó convicciones alejadas de esa radicalización, incluso dejando ver un cierto apoyo a la Guerra de Vietnam). Era extraño que el guitarrista negro más famoso de su época fuera casi un desconocido en su comunidad». Aparte de la imaginería sónica que retrata la violencia, las banderas flameando y los horrores de la guerra, ‘The Star-Spangled Banner’ se puede entender como la protesta de un hombre de raza negra que ve como la muerte se lleva a los suyos en los campos del sudeste asiático. Lejos de ser un acto antipatriota, la rendición de Hendrix no está tocada con los dientes, ni con la guitarra en la espalda ni entre las piernas, sino que es una sinergia perfecta entre el instrumento y el músico, en el que la intensidad de sus dedos recorriendo el diapasón no son un símbolo de pirotecnia, sino de entrega en cuerpo y alma a la fluidez de la ejecución. La concentrada postura de Hendrix decanta en una melodía maciza de ardiente dinámica que no da espacio a errores y que, de cierta manera, hasta conserva la estructura de la original. Si Jimi Hendrix de verdad hubiese querido incendiar –metafóricamente hablando– el himno de Estados Unidos, lo hubiese hecho con toda la alevosía de sus actuaciones más recordadas, pero en cambio, optó por llamar a la reflexión usando una simbología que él incluso conecta con su niñez. «Lo cantábamos en la escuela, fue como un flashback», sentenció en una entrevista posterior con Dick Cavett. Dos semanas después de cerrar Woodstock, Jimi Hendrix quiso organizar un concierto gratuito para la comunidad afroamericana de Harlem en Nueva York. Era “su gente”, había vivido ahí en 1964, cuando se ganaba la vida tocando R&B y jazz, los únicos códigos plausibles en el barrio. Nadie quería saber del rock n’ roll, eso era considerado música de blancos. Convertido ya en una estrella, el concierto se realizó el 5 de septiembre de 1969 entre 139th Street y Lenox Avenue con un cartel que también incluía a las cantantes Maxine Brown y Big Maybelle. «Fue un recibimiento tibio», comenta el fotógrafo Grant Harper Reid en Mojo. «La gente mostraba cierto interés si oía algo que les resultara familiar o porque era un concierto gratis en el vecindario», agregó. Y es que Jimi Hendrix representa las contradicciones raciales de los años sesenta. Además de comprometerse con un discurso incendiario, algunos artistas negros, sobre todo en el mundo del R&B y el jazz, usaban su entonación vocal y su manera de tocar como parte de un discurso completo, sin que ningún elemento se apropiara del protagonismo que la letra y la musicalidad debían reclamar. Hendrix, por otro lado, usaba las claves del rock para convertirse en un dios, un ente hipersexualizado que las mujeres debían desear. «Sería extraño sugerir que la raza de Hendrix era invisible para sus fanáticos blancos. Su color de piel fue uno de los motivos de su atractivo cuando irrumpió en la escena americana en 1967 con su actuación en el Monterey Pop Festival de California», complementa el artículo de CNN llamado “How Jimi Hendrix's race became his invisible legacy” (Cómo la raza de Jimi Hendrix se convirtió en su legado invisible). «Quizá Hendrix es uno de los primeros sex symbols negros aceptados descaradamente por la audiencia blanca estadounidense. En un tiempo en que un hombre negro podría se asesinado por estar con una mujer blanca, Hendrix estaba rodeado de groupies blancas». Besando el cielo Llegó un momento en el que Jimi Hendrix se sentía un producto. Su misión era encantar al gran público con sus acrobacias en las seis cuerdas. Esa situación lo frustraba porque él quería ir hacia el otro lado, buscar nuevos caminos musicales inspirándose en el “Sgt. Pepper 's Lonely Hearts Club Band” (1967) de The Beatles. «Jimi escuchaba sinfonías en su cabeza», le cuenta el percusionista Juma Sultan a Mojo, «pero la gente que lo manejaba quería encasillarlo en ‘Hey Joe’ y ‘Foxy Lady’. Él quería seguir adelante. Su management quería mantener a la gallina de los huevos de oro: Jimi, Noel y Mitch. No les importaba la parte creativa, sólo les interesaba el aspecto comercial de la música. Hendrix era uno de los artistas mejor pagados de su tiempo». El viaje de Hendrix para encontrarse con sus raíces fue de largo aliento. No había espacio para su virtuosismo en los clubs del Chitlin' Circuit en sus comienzos porque estos obedecían a las tablas sagradas del Motown. Luego, cuando su carrera despegó, no encontró el respaldo de las radios de música negra, ya que su arte era disfrutado por fanáticos blancos justo en la era del Black Power y el separatismo, por lo que la comunidad afroamericana sentía que conformar una banda con blancos y tocar para ese público era «una traición a su raza», según la tesis del biógrafo Charles R. Cross en su libro “Room Full of Mirrors: A Biography of Jimi Hendrix”. Su proyecto The Band of Gypsys fue su esfuerzo más dedicado para abrazar sus raíces en el plano musical y también personal, con compañeros de banda negros, un afro y los atisbos de una dirección que nunca se llegó a concretar debido a su temprana muerte el 18 de septiembre de 1970, ocasionada por un coctel de vino y pastillas para dormir. Se ahogó en su propio vómito, un cierre indigno para su brillante paso por este mundo. El referente George Clinton del colectivo P-Funk reconoce que, si Hendrix no hubiese pateado la puerta de lo establecido para entrar abruptamente con su colorido mensaje, el arribo del funk a las masas no hubiese sido posible. «Creamos funk del espacio exterior: yo, Jimi Hendrix, Sun Ra, David Bowie y Labelle. Eso fue el inicio de la ciencia ficción teatral», dijo el músico en 2016. Lo cierto es que la identidad racial de Hendrix se impregna tan bien en su música que rompió el molde del Londres plagado de músicos blancos que se «habían metido en los basureros de Estados Unidos para extraer cultura», en palabras de Eric Burdon de The Animals. Sin las barreras raciales de su tierra natal, Hendrix se hizo leyenda, lo que respondió a una cosmovisión integral de una niñez en el Garfield High School de Seattle en la que compartió con filipinos, japoneses, nativos americanos y blancos. Esa misma diversidad cultural se traduce en lo sónico, cuando artistas como Chuck D de Public Enemy o Frank Ocean lo citan en los samplers de ‘No’ o ‘Crack Rock’, respectivamente. Una influencia casi tan palpable como la que se puede escuchar en el hard rock y el heavy metal. Tanto es así, que fue Andre 3000, del dúo de rap OutKast, el que lo encarnó en la película autobiográfica “All Is By My Side”, 43 años después de su muerte, lo que, de alguna manera, cierra el círculo. ¿Hendrix tuvo que ser más radical en cuanto a los temas raciales? En una entrevista con Channel 4 News, Andre 3000 contesta lo siguiente: «creo que los artistas debemos ser honestos, sea cual sea tu plan o tu objetivo. Dar a conocer un punto de vista político es un asunto personal, no creo que los artistas tengan la presión o el deber de salvar el mundo, no es nuestro trabajo». El rapero Future también verbalizó el peso específico de Hendrix en la revista GQ en 2015: «Me inspiré en su personaje, específicamente en cómo fue diferente a los demás, no le tuvo miedo a probar nuevas cosas en la música. Muchas veces he salido de mi zona de confort con el fin de ser creativo. No soy solo un artista de hip hop, me siento como un rockstar. Jimi Hendrix fue un rockstar, pero él tocaba guitarra, yo no. Encontré la forma de usar mis palabras para dejar mi marca en este libro». La referencia palpable llegaría dos años después, cuando bautizó su sexto disco como “HNDRXX”. Jimi nunca pudo ver en vida como su legado pasó del desdén al reconocimiento en su comunidad, pero está entre los grandes, junto a Marvin Gaye o Aretha Franklin, que sí ocuparon un lugar reconocible en la lucha por los derechos raciales. Era un adelantado a su tiempo, «el guitarrista más portentoso de la historia», diría Lemmy en su autobiografía, un creador sin límites que con el fuego de sus raíces encendió el cambio del rumbo musical del siglo XX y ayudó a derribar las barreras a fin de forjar un puente cultural que hoy en día se comprende mucho mejor en este mundo frenético y absurdo, mientras el guitarrista besa el cielo de la eternidad. Tags #Jimi Hendrix #The Star-Spangled Banner #comunidad afroamericana Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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