King Crimson Discipline Jueves, 22 de Septiembre de 2022 1981. EG En más de alguna ocasión, se nos ha mencionado que toda actividad humana tiene un carácter cíclico, un ir y venir constante que hace nuestra vida más o menos normal, pero con los ingredientes precisos de locura y experimentación para permitir al pobre e inefable ser humano, caminar por ahí, mirando al cielo con la seguridad de que tiene todo consolidado, todo bajo control. Sin embargo, las cosas por debajo no son tan quietas. Siempre aparecen elementos de nuestra bien amada sociedad que desencajan. Locos, inmorales, “terroristas”. Lo cierto es que alguien, en un momento crucial de su existencia, toma la opción más complicada: pensar. Sí señores: pensar. Sacudir la neurona. Utilizar eso que llevamos arriba de los hombros, sujeto al nuestro cogote. En fin, pensar, mirar al mundo y lo que hace, y restregarle en la cara que podemos hacerlo mejor, mucho más concienzudo y original y, como afrenta final a nuestro coterráneos, no venderse al sistema en el que estamos. Digo esto mientras escucho “Discipline”, del rey carmesí. La historia misma de este extraño soberano ha sido, a mi juicio, de esa manera. A principios de los años setenta, cuando el rock progresivo sinfónico dominaba, King Crimson fue más sinfónico que nadie. Cuando aparecieron agrupaciones con mucha más potencia y electricidad ya a mediados de la misma década, a la vez que el rock experimental surgía con fuerza en Alemania, el sabio monarca se sentó, observó detenidamente y fue, de hecho, mucho más eléctrico que nadie y mucho más cerebral. De ese período (el favorito por muchos fanáticos), salen las obras maestras “Larks’ Tongues in Aspic”, “Starless and Bible Black” y finalizando esta trilogía el monumental “Red”. Historia conocida, es cierto. El silencio en que se sumó el arcano, su tiempo de meditación, correspondió a que sus partes no estaban conformes unas con otras. Más aún, su mundo cambiaba; la vuelta a lo básico se impuso a lo complejo, cerebral y algunos casos pomposo. No obstante, la semilla plantada por el rey creció en otras latitudes. Eso, no obstante, es otra historia. Lo que atañe a este relato, al crecimiento de King Crimson ante posibilidades tan adversas, tiene directa relación con el crecimiento de su cerebro: Robert Fripp; ¿qué es más importante, el cuerpo o el cerebro? Para King Crimson la materia gris lo era todo y, por lo mismo, cuando Fripp decide parar con la agrupación, el rey durmió. Esto no significa que Fripp durmiera. Por el contrario, ya antes había trabajado con Brian Eno en los discos “No Pussyfooting” (1973) y “Evening Star” (1975), obras subvaloradas de estos dos gigantes. Sin duda que Fripp se nutrió con esto, pues de esta época es cuando aparecen los “frippertronics”, su marca registrada en el mundo de las seis cuerdas. Pero su desarrollo intelectual se vio de mejor manera al lado de Peter Gabriel, al que ayudó en sus clásicos álbumes homónimos, conocidos por las carátulas. Fripp colaboró del “I” hasta el “III” y, de pasó, vio cómo el mundo de la música cambiaba para estructuras más simples, menos cerebrales y densas que las que desarrollaba en los inocentes setenta. En el año 1980 Fripp, luego de colaborar con David Bowie en una de sus placas más notables, “Heroes”, Blondie e incluso con Talking Heads, decide que es hora de mostrarle al mundo lo que aprendió. El primero a contactar fue Bill Bruford. El percusionista, quien de por sí mismo ya es un grande, ya había participado con Genesis, Brand X, UK y además ya estaba construyendo una carrera solista más relacionada con el jazz fusión. De hecho, su debut como solista, fue al lado de uno de los grandes bajistas de este estilo, como lo es Jeff Berlin. El bueno de Bill y el cerebral Robert, mente y motricidad de nuestro extraño rey, comenzaron sus reuniones y ensayos por abril de 1981. Fripp, en sus periplos con Peter Gabriel, conoció a Tony Levin, el que también nutrió su hambre musical. El músico, uno de los mejores bajistas del mundo, había tocada además de Gabriel con John Lennon y Lou Reed, entre otros. Su estilo era (y aún hoy lo es) distinto, daba mayor expresividad a su instrumento y, como un plus, tocaba algo llamado Chapman Stick, un instrumento que hizo expandir las fronteras musicales de su majestad. Sin duda, era el perfecto soporte para esta nueva aventura, en el rock de los ochenta, de King Crimson. La otra parte era un problema. Para los puristas del rock progresivo, los teclados y sintetizadores constituyen una parte fundamental del sonido. Yes lo hizo y Genesis también, enfocándolo más hacia el espectro comercial, cosa que explotara luego con la aparición de Marillion. Fripp, siempre innovador, invitó al guitarrista Adrian Belew. La incorporación de Belew es, hasta estos días, la pieza clave. King Crimson, en su sonido, nunca contó con dos guitarras y Fripp, cerebro de esta operación, pudo expandir más sus famosos “soundscapes”. Belew, de la escuela del maestro Frank Zappa y colaborador don Talking Heads y David Bowie, imprimió un estilo muy diferente al de Fripp, mucho más improvisado y libertino que el matemáticamente calculado del cerebro de Crimson. Belew, entonces, pasó a ser la emoción de su majestad. Las cuatro partes de Crimson completas, pero en ese entonces no era el rojizo rey quien renacía. Robert Fripp pensó un rumbo distinto con este colectivo, al que denominó “Discipline”. Fue en la emoción de los ensayos que King Crimson renació. Distinto, sí, pero estaba ahí. Robert Fripp se dio cuenta de ello y, al calor de esa especie de invocación (y de un comentario de Bruford, quien bromeando dijo que “no quiero que la gente tenga PhD en conocimiento de la sociedad para que disfrute de la música de King Crimson), es que “Discipline” se convirtió en un nuevo documento de la corte de su majestad rojiza. De entrada, King Crimson demostró que esta nueva fase no era un “revival” ni que, como sus contemporáneos, su sonido debía “comercializarse”; lo contrario: fue el sonido comercial el que se rindió a las órdenes de King Crimson. ‘Elephant Talk’, con soporte del “nuevo” Chapman Stick de Tony Levin, mostraba las pautas de este trabajo: las percusiones innovadoras para la época de Bruford, la guitarra entrecruzada de Fripp, mucho más relajada y no tan frenético como en sus días de juventud y la esquizoide labor de Belew, tanto como letrista, compositor y instrumentista. Los nuevos aires de Crimson decían, en 1981, presente al alero de los elefantes parlanchines de la guitarra de Belew, y la alienante experiencia de la palabra anterior del monarca, daba paso al jugueteo, al cálculo divertido y a la potenciación de un formato que, con King Crimson, vio su pleno desarrollo estilístico dentro del contexto de la década del ochenta. Se ratifican estos nuevos caminos con ‘Frame by Frame’. Levin actúa como alma mater, dejando que su profundo y preciso bajo permita a las líneas vocales de Belew alcanzar una gran emotividad, mientras que las cuerdas de Fripp y el mismo Belew se entrecruzan de forma veloz, ágil, cómoda; y Bruford, desde su sillón, elabora complejas percusiones. Mucho de las armonías vocales de Belew, influenciado por The Beatles en este aspecto, serían para la posterioridad una marca registrada de King Crimson. Con ‘Frame by Frame, al son de guitarras que se persiguen mutuamente, este camino recién comienza. Con ‘Matte Kudasai’, una pieza de belleza increíble, se desarrollan plenamente las potencialidades de esta nueva fase de King Crimson, que buscó a través de esta emotiva composición mostrar una nueva faceta, más reposada que la anterior, no tan esquizoide ni alienante, ni siquiera tan oscura (‘Starless’ en comparación, es una balada en extremo oscura). Brillante y hermosa pieza que, cuando inicia ‘Indiscipline’ descoloca. Furia controlada, disciplinada. Improvisación controlada. ¿Curioso? Para nada. En la contratapa de este elepé figura la leyenda “la disciplina nunca es un fin si misma, sólo una forma de conseguir ese fin”. Claro, con esa sentencia, ‘Indiscipline’ se comprende bajo una forma más de nuestro monarca carmesí de demostrar que, aún bajo el alero de un formato comercial, es posible experimentar con las emociones más esquizoides y salir incólumes de ello. Pero la diversión, la mirada lúdica de King Crimson a la década de los ochenta vuelve con ‘Thela Hun Ginjeet’, un ingenioso anagrama de ‘heat in the jungle’. Siempre con los ojos puestos en el mundo, Crimson apunta sus dardos a la jungla de asfalto, a la ciudad, a los oscuros y extraños recovecos que esta posee. Con instrumentaciones juguetonas, destacándose, entre los dos guitarristas, Tony Levin con su bajo perfecto y las percusiones del genial Bill Bruford. Una mirada irónica de la vida en la ciudad, de los peligros constantes que posee la humanidad, ya sea en el lado oscuro como en el iluminado. La perturbante belleza de ‘The Sheltering Sky’ nos llega de frentón, expresando en este bello instrumental las nuevas artimañas musicales que ha desarrollado el soberano escarlata en su tiempo de meditación. Presentando al Chapman Stick de Levin como instrumento principal, las experimentaciones sónicas de Fripp pasan a segundo plano, mientras que, a un costado, Bruford y Belew se ríen, disfrutan de esta nueva voz de su majestad, de esta nueva expresividad desarrollada a su pleno potencial, sin fisuras, sin riesgos, todo extremadamente calculado por el cerebro frío del Fripp, quien de a poco nos deslumbra con los que ahora son sus característicos “Soundscapes”. Y es que, a su vez que King Crimson va dando su propio discurso al momento musical que ve, también evoluciona a nuevos aditivos, nuevos juguetes con los cuales experimentar y dar (y también recibir) sensaciones desconocidas. ‘The Sheltering Sky’ es la prueba fehaciente que el rey carmesí aprovecha todo lo que ofrece el mundo para dar un nuevo significado al momento musical que perciben sus sensaciones y, con esto, elaborar su propio, y en este caso perfecto, lenguaje musical. ‘Discipline’ es, al contrario que su contraparte ‘Indiscipline’, desordenada, inquieta, perturbada pero a la vez calma, pacífica. Las cuerdas de Crimson hacen una red sumamente exquisita, de una expresividad notable, la que da todo el espacio a que la parte motriz de nuestro rey se manifieste libre y soberana. Las intrincadas conexiones, obra del cerebro de su majestad, son un monumento a la complejidad en medio de una raíz minimalista, un fraseo entrecortado pero bello. Y el señor Tony Levin, cuyo soporte permite a los demás explayarse, buscar y desencontrarse al mismo tiempo. Un aire de infinita complejidad, como decía, en medio de una hoja en blanco. Eso es ‘Discipline’, la mejor manera de comprender a un colectivo, a un ser vivo en mi opinión, que buscó dentro de lo que ofrecía el mundo de aquel entonces y, en su sabiduría, lo supo traducir a un nuevo lenguaje, mucho más experimental. Las reacciones a “Discipline” fueron muchas. Por una parte, la prensa (inglesa en particular) resintió que ingresaran Belew y Levin. Es que dos “yanquis” en una agrupación que fue en los setenta una especie de objeto de culto en las islas, era una afrenta muy grande. Pero lejos de esta estupidez, fue la reacción dividida del público: por una parte, este nuevo King Crimson fue alabado, principalmente por aquellos que sabían la postura siempre innovadora de Robert Fripp, de sus ansias de buscar en el momento más que en el ayer. Ellos fueron (y seguimos) siendo los que nos beneficiamos con la aparición de una placa que, con 25 años, se ha convertido en una pieza angular para comprender al Rey Escarlata, sus motivaciones, lo que en realidad busca a través de su lenguaje musical. No por nada grupos como Primus, y en particular Les Claypool, les deben a “Discipline” lo que son. La otra parte, sin embargo, se quedaba en la época de los setenta y desconocía el nuevo mensaje que entregaba el soberano carmesí. Es esta parte la que se resintió porque se abandonó en cierta medida el sinfonismo anterior. Craso error: Es en “Discipline” donde King Crimson demuestra el verdadero significado de “rock progresivo” como un ente de constante evolución y cambio y no como el refrito que, aún en la actualidad, algunas bandas de este género realizan. “Discipline” muestra el camino difícil, pero el que desarrolla el discurso musical hasta la perfección. Un documento musical que, como decía, sirve para entender lo que en realidad hace de King Crimson un colectivo libre de ataduras, siempre buscando, percibiendo a través de sus sensaciones, lo que sucede en su entorno. Un rey que, hace 25 años, nos demuestra lo mismo que hace tres: una pasión inconmensurable por la música, ni nada más ni nada menos. Felipe Kraljevich M. Tags #King Crimson # Robert Fripp # Adrian Belew # Tony Levin # Bill Bruford #Disciple Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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