Echo & The Bunnymen

1984. Korova

Mientras The Cure y Simple Minds comenzaban a despegar y llenar estadios, Echo & the Bunnymen seguía girando por las islas del norte de Inglaterra, mientras sus integrantes lidiaban con sus propios problemas personales. Este contexto refleja bien el ánimo de su cuarto álbum de estudio, "Ocean Rain", desde incluso su caratula, que los muestra atravesando un gélido lago en una vulnerable embarcación. Aunque menos críptico que sus entregas anteriores, esta producción si justificaba la irónica afirmación de que eran la mejor banda del mundo. O al menos, la segunda mejor banda de rock nacida en Liverpool, después de Los Beatles.

Grabado en estudios parisinos, en "Ocean Rain" participó una orquesta de 35 piezas, dirigida por Adam Peters, lo que le dio una impresionante majestuosidad sinfónica. La guitarra de Will Sergeant acierta melódicamente con gran angularidad, mientras la batería de Pete de Freitas rebosa elegancia. Ian McCulloch, con su estilo particular de canto y ocasionales tartamudeos, ofreció letras repletas de ternura y poesía surrealista. Esta catarsis liberó sin tapujos la energía nerviosa y la locura reprimida de sus grabaciones anteriores. El resultado es un álbum cohesivo, oscuro y hermoso, que ha perdurado como una lumbrera indiscutible. A pesar de la densidad orquestal que abruma y sostiene cada una de sus nueve pistas, Sergeant, de Freitas y el bajista Les Pattison nunca se ven ahogados por el sonido. En cambio, manejan las ondas sonoras con destreza, gracias a la fortaleza de la composición. Cada pista presenta un gancho único (algunos más sutiles que otros), y el liderazgo de las guitarras y la orquesta se equilibran de manera notable.

La producción abre con su segundo sencillo, 'Silver', pieza que establece acertadamente el estado de ánimo del álbum: una combinación de pop barroco y new wave en su máxima expresión, la densidad de la guitarra de Sargeant dialoga muy bien con las cuerdas. 'Nocturnal Me' está guiada por una orquestación siniestra y profunda, con imágenes gélidas y un ritmo militarizado envolvente. 'Thorn of Crowns', en contraste, acelera el ritmo y reverbera con su toque adicional de psicodelia oriental, mientras McCulloch aúlla y gime con gracia. En 'The YoYo Man' los esfuerzos de la banda se reducen al mínimo para dar paso a un lento pavoneo melodramático de sus arreglos sinfónicos.

'The Killing Moon', resulta ser el hit del álbum (y quizá de toda la carrera de la banda). Con unos pocos acordes y un coro enigmático, se transforma en algo más complejo cuando se combina con la sección de cuerdas y el punteo inquietante de la guitarra. Dolorosa y triste, no es de extrañar que haya sido incluida en las bandas sonoras de "Donnie Darko" y "Grosse Point Black". Pero el álbum no se detiene ahí: 'Seven Seas' se convirtió en otro éxito icónico de los Bunnymen, quienes se balancean como candelabros por sobre sus ondas sonoras, mientras la voz de su vocalista reverbera con gracia. Su penúltima canción, 'My Kingdom', presenta a los Bunnymen en su faceta más melódica y abrasiva. Finalmente, el grupo concluye con el melodrama épico y casi fúnebre de 'Ocean Rain', un cierre más que apropiado, pues lo conecta fuertemente con sus raíces postpunk.

En su forma más compleja, "Ocean Rain" es una obra construida con melodías que tienen múltiples significados o ninguno, pero siempre cautivadoras. Sin ir más lejos, McCulloch lo describió como su manifiesto definitivo. El álbum entró con fuerza en el Top 100 de la Billboard y desde entonces el grupo lo ha presentado como montaje en vivo en más de una ocasión. Aunque nunca volvieron a superar su grandeza y epicidad, son pocas las bandas que se inmortalizan con una sola obra maestra.

Giordano Antonelli Villavicencio