Ride

This Is Not a Safe Place

Martes, 29 de Octubre de 2019

2019. Wichita Recordings

Toda banda que decide retomar su carrera discográfica después de un largo hiato tiene el desafío de hacerle justicia a su legado y mantener una cierta calidad que le permita navegar de forma segura en las turbulentas aguas de la industria. De hecho, cuando el peso de la influencia remece aún más esos mares, el trayecto hacia el puerto puede ser aún más complejo. Entre las agrupaciones que se pueden jactar de pasar esta prueba con talento está Ride, combo británico que volvió a la carga el 2014 tras una separación de dos décadas y se puso en la misma sintonía que My Bloody Valentine y Slowdive, otros pilares de la generación shoegaze que retomaron brillantemente sus carreras en el siglo XXI.

Lo interesante es que Ride no está aquí para pararse en el podio de banda legendaria, sino que es un ente activo en la recolección de sonoridades y eso los hace crecer. Los ojos del mundo fueron testigos de ello en 2017 con “Weather Diaries”, un sólido trabajo que los vió renacer y sentó un precedente para esperar el siguiente álbum con el mejor de los ánimos. Comandada nuevamente por Erol Alkan en la producción, esta segunda parte del trayecto cumple la tarea, le da continuidad a su presente y se erige como otro testimonio de que la magia entre Laurence Colbert, Steve Queralt, Andy Bell y Mark Gardener sigue intacta. “This Is Not a Safe Place” es una aventura sónica que nos lleva a explorar distintas facetas de su paleta cromática, entregando una experiencia muy placentera y relajada, un poco menos frenética que su antecesor, pero con una riqueza creativa que pueden ostentar con orgullo.

La introducción ‘R.I.D.E’ es toda una declaración de principios en la los ingleses se lanzan de cabeza al dance rock en una extraña pero entretenida manera de dar la bienvenida. De ahí en más, solo queda disfrutar la travesía por las rememoranzas al Ride noventero en ‘Future Love’, las conexiones con la pista de baile de The Haçienda en la bohemia ‘Repetition’ y la subida vertiginosa de volúmen en la agresiva ‘Kill Switch’. La encantadora ‘Clouds of Saint Marie’ fascina con su colorida belleza y su amable melodía. El abanico se vuelve a abrir en ‘Eternal Recurrence’, encausada por la batería de Colbert en un lisérgico torrente floydiano que choca de frente con la manchesteriana 'Fifteen Minutes' y los estribillos gigantes de ‘Jump set', mientras ‘Dial Up’ se contrapone con un ánimo reposado para abrigarse en un cálido piano. Por su parte, la guitarra de Andy Bell exhibe su artillería derrochando dramatismo en ‘End game’ y generando una envolvente progresión de acordes en ‘Shadows Behind the Sun’, suplemento perfecto para que sobresalga la impecable voz de Gardener.

En los tiempos de la cultura global, es difícil etiquetar nuestra época, porque pareciera que todo pasa al mismo tiempo. Pero si forzamos un poco la vista, observamos un período de gran efervescencia para el post-rock y una revitalización del shoegaze acuñado a bandas que abrazan con más fuerza las texturas ambientales, independientemente de si juegan en la cancha del indie o del metal, porque esas barreras se cayeron hace rato. En este panorama, los protagonistas de una movida que desmembró la música de guitarras y la hizo estallar a punta de efectos estelares aún tiene mucho que decir y ciertamente Ride es uno de esos íconos influyentes que no puede faltar en la ecuación. No cabe duda de que los de Oxford están viviendo una segunda juventud y que su marca flota en el aire como una estela de vapor.

Pablo Cerda