Divididos: potencia telúrica directo al corazón

Viernes 26 de mayo, 2023
Movistar Arena

“Ojalá nunca más pasen más de ocho años sin vernos, nos vemos el próximo año seguro”. Esas fueron las palabras de Ricardo Mollo antes de finalizar el concierto de Divididos en el Teatro Caupolicán, casi exactos 365 días atrás. Para felicidad de los miles apersonados la noche del viernes en el Movistar Arena, la palabra empeñada cumplió con una presentación que fue potente, telúrica, incendiaria, pero siempre al servicio de la emoción, la conexión con el público. Ir a un show de Mollo, Arnedo y Ciavarella es recibir trallazos musicales sin concesiones en un ambiente cálido y de hermandad. Lo dice ‘Spaghetti del Rock’, uno de los momentos cúlmine de la cita: “Pistones de un curioso motor de humanidad”.

El trío fundado en la zona de Hurlingham regresó a Chile días después de la multitudinaria celebración en el estadio de Vélez. Son 35 años de una historia nacida post tragedia, devenida en una épica rock que guarda clásicos pero también dialoga con el presente, cortesía de ‘San Saltarín’, single publicado abril pasado. Sobre el escenario, fue acompañado de una sección nacional de violines y flauta traversa, presentada por Ricardo Mollo. El espíritu de Sumo fue saludado con ‘La rubia tarada’ y ‘Crua Chan’, ampliamente aplaudidos por el respetable. Entre medio, varios de los favoritos del público, rock furibundo de ‘Tanto anteojo’ y ‘El 38’, con la Aplanadora inmisericorde en ‘Paraguay’. Todo acompañado de un generoso aporte visual, con una enorme pantalla al fondo del escenario y un vistoso juego de luces. Divididos no necesita de una puesta en escena espectacular para destacar y quedó demostrado en las más de dos horas de concierto.

No importa si es portando una Gibson SG o la preciosa Stracotaster Daphne Blue -pintada por él mismo-, Ricardo Mollo es un dominador incontestable en la guitarra. Camina por la Avenida Hendrix con la frente en alto y el semblante orgulloso. Proveedor de riffs irresistibles (‘Casi Estatua’) y alma de fogón (‘Par Mil’), volvió a sacudir sentidos al mando de las seis cuerdas. Con una zapatilla incendió todo el arena. También es un cantante formidable. Una voz cualquiera no podría acercarse jamás a un himno latinoamericano como ‘El Arriero’ de Atahualpa Yupanqui y él lo hace con humildad, a momentos desde las entrañas. Diego Arnedo es libertad e intuición. Hace la intro de ‘Ala delta’ toda, basada en una sola nota, toda una experiencia, y dota de urgencia a ‘Qué ves?’, de los instantes más coreados de la noche, que hubo varios: ‘Sobrio a las piñas’, ‘Spaghetti del Rock’, ‘Sábado’.

 

Catriel Ciavarella. Es el más joven y el integrante más “reciente” del conjunto, siendo su baterista por casi veinte años. Y su cometido es vital. Cuando la gente pregunte por qué el apelativo de “Aplanadora del rock” que ostenta Divididos, la respuesta la tiene él. Rotundo, complejo, inapelable, su tranco cual acorazado que doblega todo a su paso marca los tiempos, sostienen e impulsan las canciones. Sus precisos golpes a las cajas resuenan, capaces de hacer retumbar cada rincón del arena y, también, a los asistentes. Al frente de una Ludwig -la marca preferida de un gigante como John Bonham- barrió con convencidos y otros que, seguramente, veían al trío por primera vez en vivo. No es necesario un focus group: el asombro y pasmo recorrió cada centímetro del lugar durante su solo, cerrado con una ovación cerrada y agradecida.

Para la efeméride: en enero de 2010, Divididos fue parte de un evento con varios artistas en el Movistar Arena de Santiago. Su aparición en el escenario fue pasada la medianoche y después del cabeza de cartel, frente a unos pocos fanáticos. El icónico Sandro había partido pocos días atrás, homenajeado entonces con la conocida versión de ‘Tengo’. Sin embargo, el concierto debió ser acortado por temas de horario. Más de una década después, el trío argentino regresa al mismo recinto para, ahora sí, concretar la presentación que los músicos y público merecían. Sin la más mínima intención de polemizar, hubo una cierta “justicia poética” con los trasandinos que, en horario estelar, simplemente arrasaron y emocionaron, alrededor de amigos. Una vez más.

Jean Parraguez
Fotos: Joselyn Heyden