Boris: amor y redención en Occidente

A 25 años de irrumpir con un riff que aún persiste, el trío japonés vuelve a Occidente para mostrar en vivo el material que está editando el sello de Jack White, Third Man Records. 

 

Boris es un nombre de culto en el rock del siglo XXI, un concepto enigmático en las ramificaciones de género. Desde Japón, su propuesta es exótica y consistente, anclada a la experimentación sobre el ruido de guitarra, un drone que persiste hasta hoy con una disciplina oriental. Este año, su calendario exhibe 60 conciertos repartidos por Europa y América, además de una parada en México, su única incursión al suelo latinoamericano.

 

Su presente se desprende de la gira de 25 años, en 2017, momento en que re-editan “Pink”, quizá su disco más conocido, que data del 2005, en pleno apogeo del noise rock. En esa gira fichan por Third Man Records, el sello de Jack White, etiqueta que este año editará “Love/Evol”, un registro en dos partes, cumpliendo el rito de un LP por año, además de un sinfín de colaboraciones, singles y splits (ediciones de dos bandas en un solo disco).

 

El nexo de Boris con Third Man Records no parece ser casual. El grupo ya había grabado un disco en vivo (‘Live at Third Man Records’) que es parte de una saga de registros que incluye a Sleep, Earth, Melvins, Mudhoney, Mdou Moctar, Man or Astroman?, Bill Callahan y otros nombres, cuyo común denominador con Jack White viene a ser sino una irrestricta pasión por la guitarra.

 

A comienzos de siglo, el grupo se convirtió en banda de culto, con sus discos circulando por soulseek, blogs y un perfil de MySpace. Su sonido ensordecedor exhibe un peak de distorsión que no se había alcanzado en Estados Unidos, y lo hicieron mejor, tal como en otros ejemplos de la historia. El trío se instala como referencia de una ampliación del rock, que tenía también a Merzbow y Mono como exponentes de Japón, cuyo sonido se acopló a la vanguardia del rock anglosajón. En términos que encasillan, podríamos ubicar su trabajo a partir del drone y el doom, hacia el space rock, también con fuerte influencia sobre el sludge, el stoner y porqué no, una variante de blues japonés que ha sido señalada como Drone Metal pero que ellos han sintetizado como Heavy Rock.

 

Debemos ubicar a Boris en una tradición nipona que incluya a Kawabata Makoto y Acid Mothers Temple (de extensa trayectoria hasta hoy), Flower Travellin Band, Les Rallizes Denudés, entre otros. Si vamos a nombrar a su banda paralela gringa, Sun O))), es solo para destacar que casi al otro día, en la misma ciudad, toca Stephen O’Malley, quien seguro estará entre el público apreciando la avalancha sonora de los japoneses. Todos ellos, discípulos del riff.

 

A juzgar por “Love”, el adelanto de su nuevo disco, el sonido vuelve a esas espesas capas de ruido blanco, texturas hipnóticas y sostenidas en la distorsión de guitarra. El track arrastra en seis minutos un sonido minimal y oscuro. Más allá del revival del post rock o del shoegaze, su búsqueda apunta hacia un infinito sónico, y abordar ese viaje a través de la repetición y la distorsión. En la expansión de ese sonido lo que puso a Boris a la vanguardia del rock, una referencia de los sonidos fuera del límite convencional. Este trío extendió la fórmula del rock hacia un estado mucho más difuso y ensordecedor, donde también el espacio físico aporta directrices para una experiencia sonora. Quizá como una energía del inframundo, lo de Boris emerge entre las expresiones de una guitarra. Es una prueba auditiva y un viaje cósmico, una muestra que redefine el rock según la escuela japonesa.

 

Juan San Cristóbal