David Sylvian

2003. Samadhi Sound

La verdad es que David Sylvian no deja de asombrarnos con sus cada vez más sofisticados, intrincados y originales álbumes. Y claro, porque este nuevo "Blemish", una combinación perfecta entre una electrónica muy densa y la emotividad siempre clara y profunda de su voz, nos muestra a un compositor en el mejor de sus momentos, uniendo tradiciones que hace tiempo viene explorando junto a grandes como Robert Fripp de King Crimson o Holger Czukey de CAN. Quizás, la unión de estas tradiciones musicales a que me refiero, sea la característica más llamativa de este trabajo, que necesita de una explicación histórica para poder darla a entender. Aquí va.

Sylvian comenzó su carrera a fines de los 70 en el grupo Japan con un pop-rock, más o menos tradicional -claro que con músicos de la talla del bajista Mick Karn y el tecladista Richard Barbieri- y luego, se introdujo en el mundo del rock de vanguardia y art-rock, siempre con su sello melódico de una fineza, que calificaría de exquisita, en álbumes como "Gone To Earth", el maravilloso y muy triste "Secrets Of The Beehive", "Dead Bees On A Cake", y por supuesto, su disco en colaboración con el ya mencionado Fripp, "The First Day". En estos discos, Sylvian se hacia acompañar por grupos de una formación más menos tradicional con teclado, guitarra, batería y bajo. Pero también, y aquí la segunda parte de la explicación, el cantante, había explorado en solitario y junto a Czukey, muy a fondo en la electrónica en otros álbumes netamente de experimentación sónica como "Plight And Premonition", "Flux + Mutability" y "Ember Glance: The Performance Of Memory".

Y ahora sí, volviendo a lo que decía al principio, y haciendo por fin el nexo con la característica que quería resaltar de "Blemish", es que Sylvian, en este álbum, hace la unión o el cruce entre estos dos mundos, en un disco, que realmente estremece y extraña, y donde podemos apreciar una mixtura única entre ambas experiencias estilísticas del artista: lo electrónico, que la da la pesadez y densidad al álbum, y lo melódico, que le entrega la belleza y la sensibilidad. Eso para empezar.

El álbum de ocho canciones comienza con la pieza de casi 14 minutos que le da nombre al disco, y que nos muestra a un Sylvian trabajando en solitario en los conocidos como "tratamientos electrónicos", para poner, arriba de esa capa envolvente de sonido, la parte cantada, llena de calidad melódica y elegancia vocal. Un viaje maravilloso para comenzar el álbum. En el track 2, llamado "The Good Son", el cantante se hace acompañar de la compleja guitarra acústica de Derek Bailey, llena de armónicos, tiempos disparejos y acordes extraños. "The Only Daughter", la próxima canción, también está ejecutada y compuesta por Sylvian en su totalidad. Manipulando los paisajes sonoros y la voz, el músico logra crear una especie de discurso musical fragmentado, en una de las canciones más interesantes del álbum.

Lo mismo pasa con gran fuerza en "The Heart Knows Better", tema muy envolvente, lleno de sonidos, con una intrigante línea vocal y que me recuerda mucho los trabajos de Brian Eno con los alemanes Cluster. Aparte de "Late Night Shopping", tanto en "She Is Not" como en "How Little We Need To Be Happy", nuevamente Bailey acompaña genialmente a Sylvian con la guitarra, en temas de mucha experimentación rítmica y armónica. El álbum termina con la hermosa canción "A Fire In The Forest", esta vez con los arreglos electrónicos del artista austriaco Christian Fennesz.

Un disco interesantísimo, que por un lado nos lleva de la mano por la infinita exploración de sonidos practicada por Sylvian, pero, que a la vez, tiene la calidez, profundidad y elegancia melódica del mejor art pop de todos los tiempos. Sylvian está de vuelta y no con cualquier álbum, sino, me atrevería a decir, que con el mejor desde "Secrets Of The Beehive" de 1987, tanto por su grado de emotividad, como por la originalidad y belleza de sus canciones.

Héctor Aravena A.