Nano Stern: La música como ritual Martes, 22 de Noviembre de 2016 Este 24, 25 y 26 de noviembre en el Teatro Nescafé de las Artes, Nano Stern celebrará diez años de trayectoria en una serie de conciertos en la que recorrerá toda su discografía. En anticipación a esta fiesta, hablamos con el músico sobre las claves que han definido su carrera. Cruzando fronteras estilísticas: La semana anterior al concierto de Weichafe en el Cariola (el lanzamiento del disco Mundo hostil, del 27 de agosto), estuve tocando en Argentina con Juan Quinteros, que es el líder de los Aca Seca Trío, que es probablemente la banda más influyente de los últimos quince, veinte años en el folclor en Latinoamérica. Pasar de tocar con ellos a tocar con Weichafe, para mí fue como decir, qué lindo que los satélites de mi vida se encuentren y me inviten, y que me validen a través de sus lenguajes. Además me encanta Weichafe, soy weichafero de corazón. La emergencia de la cantautoría chilena a mediados de los 2000: Me sentí parte de algo que estaba pasando, que era muy fuerte. Con el Manuel [García] toqué en Mecánica Popular, después toqué en su banda cuando pasó de Mecánica a Manuel García. Con la Camila [Moreno] me acuerdo perfecto de juntarnos en la Quinta Normal y que ella me mostró en un discman un demo de Millones. Con Chinoy callejeamos por Valparaíso no sé cuántas horas y así con mucha gente. Es verdad que en ese momento pasó algo muy power, y, claro, yo estaba afuera, pero yo cada vez tenía una relación cada vez más cotidiana con lo que estaba pasando acá. Entre 2008 y 2010 empezó a cuajar todo eso. Yo sentí que había un tema generacional, y una cuestión estética en común y había una complicidad, sentíamos que teníamos que echarle pa delante todos juntos, que es algo que no pasa hoy día. De afuera hacia adentro: Mi proceso fue más bien internalizarme que internacionalizarme. Tiene que ver con mi desarrollo como persona, de mi carrera como músico. Me fui tanto por razones artísticas como personales, yo quería ir a descubrir el mundo, por un rollo también con mis orígenes familiares, mucha historia de inmigrantes, de refugiados que tuvieron que venir para acá. Entonces, yo quería saber de dónde vengo, cuál es ese mundo, ir a verlo y aprender. En un momento me empezó a tirar mi país, yo canto cosas de acá, en una manera que es de acá, decir las cosas de acá. Me di cuenta que estando en un país que no es el tuyo, o incluso una ciudad que no es la tuya, tienes que gastar mucha energía para entender los códigos, cosa que no pasa acá, tú entiendes perfectamente por qué te dijeron tal cosa. Como buena, conchetumare. Y eso pasa también en la música, hay un grado de conexión y eso yo lo extrañaba mucho. Bueno, también el hecho que mi música empezara a agarrar onda con la gente sin que yo lo buscara, con la ayuda de mis amigos y punto. La primera crítica: Me acuerdo perfectamente de la primera reseña que me hicieron, yo no hice nada para que saliera, ni siquiera sabía, y fue muy buena, fue groseramente buena, la escribió Marisol García en Emol. Fue como de una, una persona muy grosa diciendo cosas muy heavy sobre un disco que grabé en mi pieza, literalmente, en un cuartucho en una casa okupa en Amsterdam. De repente llegó ese disco a sus manos Manuel yo creo que me hizo la paleteada- y le leí y quedé plop. Veo otros proyectos en que el primer disco es toda una maquinación de la industria, como el nuevo artista que la va a romper, en mi caso era todo lo contrario. Yo haciendo mis hueas. Ese disco que le habrá llegado yo lo pegaba, de verdad, con Stick Fix en mi pieza. Lo cortaba y lo pegaba en el CD-R. Muy, muy a pulso, y sin la idea de que iba a pasar todo lo que me ha pasado. Lo latinoamericano en su música: Eso pasa por una razón. Tuve la suerte de estar en un momento de mi formación en Amsterdam, un año, relacionándome con una escena de músicos latinoamericanos. Yo tocaba en una banda que se llamaba Los indocumentados, casi ninguno tenía permiso para estar ahí. Había un uruguayo, una argentina, un peruano, un ecuatoriano, yo de Chile, otro chileno y un holandés. Además colaborábamos con todos los latinos que estaban ahí cerca. Entonces fue una oportunidad de tener escuela de primera fuente, no solamente de aprender de cada una de las tradiciones, del folclor y cosas más contemporáneas también, sino también de ver cómo eso dialogaba y se formaba una cuestión nueva, un sonido latinoamericanista. Creo que esa es la identidad de la nueva canción chilena, que en realidad es como la nueva canción latinoamericana, como lo que hacía Violeta Parra, de traer el charango, de traer el cuatro y otros ritmos, y después, de manera mucho más explícita, lo que hizo Quilapayún e Inti Illimani. O Pato Manns con América novia mía, una visión de Latinoamérica con cantautores de Uruguay como la de Atahualpa, gente que tenía esa visión muy idealizada en los años sesenta, pero también con algo concreto que es que compartimos una identidad como latinoamericanos: si es que aquí en Chile se encuentran un español y un sueco, no tienen nada que ver. Pero si se encuentra un chileno con un venezolano en Noruega, somos hermanos. Tenemos el mismo idioma, tenemos muchas tradiciones iguales, y otras parecidas. Eso es, por un lado, el haber compartido esas experiencias, y por otro, el hablar ese lenguaje. En mis viajes me he dado cuenta que es en Chile donde existe más esa identidad musical latinoamericanista, porque también tiene relación con la carencia de nuestra identidad local. Su confianza y seguridad en el escenario: Creo que viene desde que yo empecé a tocar violín a los tres años. Aprendí con un método que se llama Suzuki, que es muy distinto a los de conservatorio. Por ejemplo, todo el feedback es positivo. O sea, nunca te van a retar porque hiciste algo mal. Trata de enseñar la música como le enseñan los papás a las guaguas su lengua materna. Cuando una guagüita está aprendiendo a hablar, obviamente que todas las palabras las dice mal al principio, entonces, qué es lo que haría un profesor de conservatorio, castiga a la guagua si dice las palabras mal. Pero la forma en que aprendemos los seres humanos es, qué bueno que estás aprendiendo, dale, sigue. Los errores son parte del proceso. Entonces de muy chico no le tuve miedo al escenario, cero. Empecé muy chico a tocar con bandas, a los quince ya estaba con Matorral. Sin saber, estaba absorbiendo muchas experiencias a través de mis compañeros que me la estaban transmitiendo. También con Emociones Clandestinas, Iván Molina me dijo si suena mal, tienes que tocar bien, y veo a tantos colegas que dicen que la hueá suena mal y se las dan de Luis Miguel. Hay que echarle padelante, eso es rocanrol, hay que darle. Cuando vine, tenía 22, pero ya tenía siete años tocando, y de esos, tres años tocando para gente en Europa que no entendía el idioma, entonces eso me hizo desarrollar, sin querer, una expresividad corporal para conectarme más allá de lo que dicen las canciones. Eso me hace replantearme un poco, ¿importa lo que estás diciendo? ¿importa si es glam o punk? ¿importa si es charango o una Gibson? Da lo mismo, al final es una vibración súper primaria de conexión, de tribu, de sentirte que estás en un ritual. Por eso me da lo mismo lo que digan los lectores de Rockaxis, que soy muy poco rockero. Vestirte igual que todos los hueones es lo menos transgresor y rebelde, es lo más lejano de lo que implica ser honesto con tu hueá. Vibra y no le vendai el poto a nadie. Ahí está el rocanrol, yo hago mi hueá porque la siento y me hace sentirme vivo. Su primer invierno en Chile tras seis años, para la grabación de "La cosecha" (2013): Estaba súper desequilibrado, estaba como seis años viviendo veranos. O sea, doce veranos seguidos. Y en el verano uno, claro, está súper extrovertido, y en el invierno, lo contrario, uno se guarda, uno crea, mete en el horno las cosas. Entonces tenía mucha necesidad de eso. Y en cierto sentido, siento que todavía lo tengo. Capaz que llegue un momento en mi vida en que tenga un gran invierno, no geográfico como irme a vivir a Valdivia, sino que decir que necesito años para guardarme y macerar un poco las cosas y dejar la esencia de las cosas. Creo que quedé destartalado para siempre. Pero eran mis años veinte, hice de todo, grabé, toqué mucho. Creo que fue muy intenso. El boca a boca: Lo más heavy que me pasó fue en un festival en Estonia. No es conocido, pero es multitudinario. Fue tan la cagá, que tuvieron que agregar dos conciertos míos más porque no cabía más gente. Eso me marcó. La bendición de Jorge Drexler y Joan Báez: Es muy importante. Que gente como ellos, y gente como Weichafe, lleguen y te den una palmadita en la espalda, me hace tener fuerzas para seguir adelante, porque también soy objeto de mucha mierda y muchísimo chaqueteo, al punto que a veces me cansa y me hace flaquear. Con cierto nivel de masividad te conviertes en persona pública y en el basurero de todos los hueones y su mierda, y eso es latero. Eso se ve muy contrarrestado con los gestos de cariño genuinos de gente que está al otro lado, leyendas que te invitan a grabar. No sé, Pedro Aznar abre sus conciertos con una canción mía, es bacán, me alegra. Es una alegría como de cabro chico. Es como el antídoto contra el chaqueteo. Las alabanzas del New York Times: Por un instante-decía la crítica- se volvió a sentir la magia que se sentía en los sesenta cuando creíamos que todo era posible [N. de la R.: El periódico The New York Times laureó con esas palabras la actuación de Nano Stern en el Beacon Theater, en la celebración del cumpleaños de Joan Baez en enero de este año]. Fue muy emocionante. Primero porque, otra cosa que jamás pensé que me iba a pasar, que iba a salir en una reseña del New York times, que es uno de los diarios más influyentes del mundo. Me dio vértigo, pensé, ¿y ahora qué va a pasar?. María de los Ángeles Cerda Encuentra este contenido en nuestra revista. Tags #Nano Stern Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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