In The End His Voice Will Be The Sound Of Paper

2016. Hubro Records

La noruega Jenny Hval encierra en su discografía un ánimo rupturista que se mueve dentro y fuera de lo accesible. Dicho desprejuicio artístico pareciera ser norma dentro de una obra que cultiva un catastro de poco claras fronteras estilísticas. Todo sirve. Todo se utiliza. Su pop no tiene problemas en asumir los diversos estilos emparentados comúnmente al mismo. Es una inhibición constante que se conecta con el indie-pop (hasta su variante más electrónica, aunque bizarra en su caso), la vanguardia y el folk, tal como ocurre en este exceso de experimentación colaborativa junto a sus connacionales de Kim Myhr, y la Trondheim Jazz Orchestra, compuesta por más de una decena de instrumentistas.

Este “In The End His Voice Will Be The Sound Of Paper” se conecta con el inicio de la carrera solista de Jenny Hval, es decir, con el bellísimo folk de “Viscera” (2011), el cual contiene líricas expresamente físicas, letras en las que el cuerpo padece lo que la mente. Así también puede asociarse con “Meshes of Voice”, disco junto a Susanna Wallumrød, dotado de un pop oscuro de atmósferas depresivas. Por tanto, Jenny Hval se desmarca de lo electrónico de su último LP, “Apocalypse, Girl”, lanzándose directamente en una acústica nórdica de abstracta y emotiva poesía, y que en su sonido recuerda indirectamente al “Gepinto” (2005) de Gepe y “Composiciones para guitarra” (1957-1960) de Violeta Parra, álbumes cumbres del folk experimental nacional.

El álbum es del todo irregular, no en cuanto a su calidad, sino en su intermitencia, en sus saltos emocionales que se desplazan casi aleatoriamente desde lo tenebroso hasta lo intrínsecamente melódico, llegando incluso a lo conmovedor. Así, la pista que abre el disco, ‘Seed’, expone a una Hval susurrante que se hace acompañar de cuerdas poseedoras de un misterio que se vuelve trágico y sombrío junto a los vientos silábicos que se suscitan en el desarrollo de ‘Something New’, destacando las apariciones de arpa ejecutada por Rhodri Davies. Aquella desazón anímica no es aplacada en ‘Me, You, Me, You’, sin embargo, en su medianía, la voz dulce y delicada de Hval segrega esperanza. Su timbre es un cauce críptico y doloroso, pero también capaz de embriagarse con dulzuras y ternuras, casi infantil por momentos, aunque no por ello menos expresivo. 

‘The Beak’ es la más clara muestra de este ecléctico sentir. Su inicio de muerte se transforma en una melodía de una inocencia que hace imaginar a una inofensiva y alegre Julie Andrews entonando a brazos abiertos y entre verdes campos la famosa ‘My Favorite Things’. Luego aparece ‘Mass’, en la que se descubre la dócil voz de Kim Myhr, principal impulsor del proyecto, siendo una pieza inundada por el rasgueo de su guitarra de doce cuerdas que trae de vuelta el especial sonido llevado a cabo en nuestras tierras por los también noruegos Monkey Plot. Esta misma ‘Mass’ -siendo una creación cercana a los ocho minutos- se desenlaza en una intimidación acústica de tintes contradictoriamente industriales. En ‘Even the Vowels’ la experimentación se acentúa. Jenny Hval demuestra su tan manoseada e insistente comparación con Björk, no obstante, la sobrepasa en este juego citando a Meredith Monk o Maja Ratje, portentos femeninos de la experimentación vocal.

En ‘Soft As Tongues’ todo parece una lograda improvisación. Indescifrable y detallista, pero por sobre todo, abstracta. Hval también pareciera improvisar y enumera un “one-two” casi extraviada a través de su tono de bella ave que asciende hasta una agudeza que se funde con una flauta y otros vientos igualmente desconcertantes. La tristeza de ‘Silence a Beat’ hace moderno el dolor de los versos de Violeta Parra, Diamela Eltit o de Gabriela Mistral, apesadumbradas narraciones que cierran un disco quizás no redondo, pero si tremendamente valioso. No solo de las grandes obras vive el hombre.

Carlos Navarro A.

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