Patti Smith: Coro del desierto
Cómo las páginas y la literatura moldearon uno de sus costados creativos más brillantes de Patti Smith, la compositora oriunda de Chicago y considerada “la madrina del punk”.
Por Jean Parraguez
Hoy más que nunca, con su reciente y recordado debut en Chile, se ha dado por otorgarle a Patti Smith el título de “madrina del punk”, rótulo que evidencia su importancia en tanto ícono musical, pero al mismo tiempo sugiere un límite, esto último nada más alejado de sus aptitudes artísticas. Si nos sumergimos en el bosque de sus inquietudes, vemos que los frutos no son homogéneos ni guardan el mismo sabor. «Hay momentos para recitar poesía y otros para boxear», reza parte de “Los Detectives Salvajes” (1998), una de las muchas obras cumbres dejadas por Roberto Bolaño, verdadero referente para la estadounidense. De musa rockera a escritora sobresaliente, sus caminos de expresión son muchos.
Si nos situamos netamente en lo musical, la nacida en Chicago tiene momentos de clara majestuosidad. Seguramente con el rotundo “Horses” (1975), su debut discográfico, bastaría para sostener todo un legado, pero ha sabido complacer sus instintos y necesidades con material totalmente a la altura. “Easter” (1978), “Gone Again” (1996) y “Banga” (2012) hablan de temperamento y sensibilidad, una tormenta asociada con la calma, una receta infalible e irresistible: Tom Verlaine, Michael Stipe, Martha Wainwright, Thom Yorke y Shirley Manson acusan sin tapujos de su influencia. «Ella sintió que el arte y el rock & roll estaban en el mismo lugar», afirmó una vez Johnny Marr, desplegando un ejemplo incuestionable. Un carácter que ha sabido plasmar también en el papel, pues es imposible delimitar todo en un solo oficio. Existe más de una Patti Smith, ninguna le rinde cuentas a la otra y todas se intersectan en algún punto.
Su vida con las letras inició mucho antes que la música. Conoció a William Blake en plena niñez; ha dicho que Arthur Rimbaud es el amor de su vida, una admiración plantada por medio de un delito: robó de una librería una copia de “Iluminaciones” a los 16 años, convirtiéndose en su “novio imaginario”. El agradecimiento a su legado no se ha detenido conforme pasan los años, organizando reuniones en su nombre –cada vez que puede celebra con un evento el 20 de octubre, fecha de nacimiento del poeta francés– e incluso comprando una réplica de su hogar de infancia. Las huellas de uno de los llamados poetas malditos y su aportación al simbolismo, aquella corriente literaria que nos entregó a Charles Baudelaire y Stéphane Mallarmé, se pueden escuchar en la discografía de Smith; ‘Piss factory’ –lado B de su primer single, ‘Hey Joe’–, ‘Radio Ethiopia’ y ‘Land’ surgen a modo de muestras de influencia directa o indirecta.
El beatnik es también un influjo que recorre sus venas hasta el día de hoy. Ha iniciado conciertos recitando ‘Footnote to Howl’ de Allen Ginsberg, una figura constante y vital en su historia. Ser una adolescente en los Estados Unidos de los 50 era un pasaje casi seguro a iniciarse en el rock & roll y adentrarse en los textos de la generación beat. Finalmente, Smith conoció a Ginsberg y estableció una relación amistad que perduró hasta la muerte de este último, en 1997. De hecho, leyó un texto en su funeral. También entabló cercanía con otro tótem del beatnik, William S. Burroughs, venerado desde Kurt Cobain a Frank Zappa, pasando por Nick Cave y Sonic Youth. «Todos vieron algo en mí a pesar de que era bastante cruda, todo el diamante en bruto, y hay que poner énfasis en eso de ‘bruto’. Pero todos me tomaron de la mano y me enseñaron cosas sobre poesía e hicimos muchas lecturas juntos», recordó años atrás, en la antesala de un show homenaje a Ginsberg, efectuado junto a otro ilustre, el célebre pianista y compositor estadounidense Philip Glass.
Su capacidad de escritura le ha valido reconocimiento en varias partes del mundo. “Just Kids” (2010), la memoria en que tributó su relación con el artista Robert Mapplethorpe, le granjeó elogios y premios. Es más que un anecdotario, pues se sumerge en una serie de experiencias vividas con el fotógrafo con el que formó una de las relaciones más determinantes de su vida. Sus páginas vagan desde un paseo por el casi mítico Hotel Chelsea hasta las presencias recurrentes de Lou Reed y Bob Dylan, entre otros habitués. Si se quiere, “M. Train” del 2015 va con una impronta similar, pero se vislumbra más personal. Lanzado en formato spoken word, abarca el período posterior de “Horses”, su alejamiento de la música por más de una década, mientras formaba una familia con Fred “Sonic” Smith y las pérdidas que la marcaron: su marido, su hermano Todd y Mapplethorpe. “Year of the Monkey” llegó este año, en que nuevamente cita a sus amados Baudelaire y Rimbaud, en un periplo en que hay una exploración a la vida que tuvo mientras recorre varios sitios de su país. Smith escribió sobre sus alegrías, las penas, logros y también la desazón producida por la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, transformando el mapa político mundial, cuyas consecuencias todavía no han sido medidas.
Lectora voraz, Patti Smith disfruta de letras universales. En su opinión, “Pinocho” de Carlo Collodi es «el libro perfecto para cualquier edad», pues «aborda la creación, la guerra entre el bien y el mal, la redención y la transfiguración en una historia querida». En el extremo opuesto, “El Príncipe y el Mendigo” de Mark Twain le provocó una ansiedad tal que vomitó. Todavía no puede terminar de leerlo.
“Augurios de inocencia”: las páginas de una alondra herida
«El veneno de la abeja son los celos del artista», es uno de los versos que William Blake esculpió en el poema ‘Auguries of innocence’, antecedente directo usado por Patti Smith en el libro del mismo nombre, lanzado originalmente en el 2005 y que este año vio la luz una edición en nuestro idioma gracias a la labor de Ana Mata Buil, traductora barcelonesa con una larga trayectoria en dicho campo, haciendo lo mismo con obras de Danielle Steel, J.R.R. Tolkien, Anne Tyler y muchos más. Editorial Lumen se hizo cargo de la publicación.
El poemario fue bien recibido a mediados de la década pasada, siendo el primero de Smith en varios años. Recoge 28 textos, abordando temáticas significativas para su desarrollo artístico y personal. La muerte, su contacto con la naturaleza, la fe y las contradicciones que experimentamos como humanos. «Se aferró con las uñas a su mundo hecho escombros / la cabeza cubierta una escrupulosa sirvienta buscando gemas / un collar perdido por su señora en el suelo de mármol / de una sala de baile contra un cielo devastado», es parte de la estrofa de ‘La geometría fue testigo de una ruina inimaginable’, uno de los poemas traducidos de “Augurios de inocencia”. La cita a Blake no es casualidad, pues ha sido fuente de inspiración en ella desde su niñez, estableciendo conexión en el momento en que su madre le regaló una copia de “Songs of Innocence and of Experience” (que años después inspiraría la última aventura discográfica de U2). «William Blake sintió que todos los hombres poseían poder visionario… No guardaba celosamente su visión, la compartía a través de su trabajo y nos llamó a animar el espíritu creativo dentro de nosotros», escribió en la introducción de “Poems”, una selección de versos del británico, compilados por la propia Smith en el 2007. ‘My Blakean Year’, extraído de su disco “Trampin’” (2004) es un homenaje a su memoria.
Publicado originalmente en nuestra revista.
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