Los Prisioneros

2003. Warner

Los Prisioneros cumplieron el sueño de la mitad de un país. Se reunieron para hacer dos shows en el Estadio Nacional en diciembre de 2001, tomaron sus maletas y giraron por diversas ciudades de Chile y el extranjero. Bajo la poderosa labia de Jorge González el grupo dijo de todo, sobre los temas más polémicos, en todos los medios. Fueron aún más insolentes y arriesgados cuando anunciaron que lanzarían un álbum con temas nuevos luego de 13 años de ausencia discográfica. Durante un año y medio nos recordaron lo importantes que fueron como banda y como fenómeno social en los 80’. Pero estamos en 2003 y las cosas son diferentes. ¿Cómo se atreven a volver con un disco nuevo? ¿Cómo tan arrogantes?. Esa es precisamente la actitud que caracteriza al rock y no podemos ignorarla.

Este álbum homónimo del trío de San Miguel es un cuadro hecho con pinturas de diversos colores que se ven bien de lejos, pero que de cerca irradian algunas fallas. El disco comienza con 'Ultraderecha', la canción políticamente más directa de esta obra, por lo que se hace entendible que haya sido elegida como primer single. Las palabras que salen de la boca de González son lo que la gente quería escuchar y la música recuerda al sonido antiguo de la banda, pero pasado por una especie de máquina del tiempo.

Las cosas comienzan a mutar con 'El Otro Extranjero', una oportunidad perdida para tratar el tema de los que supuestamente le quitan el trabajo a los chilenos, sobre una base de teclados aburrida. Por su parte 'Europa', es tan fría en su totalidad como en la cita al dúo electrónico francés Air, al comienzo del tema. 'San Miguel' y 'Mami', son las piezas más sentidas del álbum. Con guitarras suaves y una bien lograda producción, recuerdan también al González solista de los 90’. Imagen que, como era de esperarse, mancha casi todo la placa y decepciona cuando logra visualizarse. La excepción se da con 'Canción del Trabajo', donde el vocalista cede a regañadientes su trono y permite que Claudio Narea aporte sus ideas compositivas, mientras Miguel Tapia toca al ritmo de 'Tomorrow Never Knows' de The Beatles.

En 'Concepción' y 'Violencia' hay una veta más rockera. En la primera, González rinde tributo a bandas como Los Tres y Santos Dumont, adaptando su sonido y lanzando frases irresistibles como “Syd Barret vive ahí”. La segunda posee un ritmo más punkie, similar a 'La Voz de los 80', pero sin ser más que eso.

El fox trot y la mueca que le hace González a la muerte en 'En el Cementerio', son buenos elementos para cerrar el disco, pero queda la sensación de que sus dos compañeros fueron dejados un poco de lado. ¿Habrán superado completamente sus diferencias musicales? ¡Los años no pasan en vano señores! Tampoco para Los Prisioneros. Este álbum como tal no funciona, pero posee algunos temas que lo salvan. Si hay un próximo intento, esperamos que sean éstos últimos los que lleven la batuta y de una vez por todas borren de nuestras mentes las odiosas comparaciones con una época dorada de buenos discos que ya fue y que si así lo quieren ellos, podrá ser superada.

Jaime Meneses J.