Yes: en el presente Viernes, 26 de Noviembre de 2010 Jueves 25 de noviembre, 2010 Teatro Caupolicán Interpretando los clásicos más grandes de su carrera, esta formación de la legendaria banda británica Yes, con integrantes nuevos y del pasado, realizó un show inolvidable, en un recinto que se llenó de fanáticos, que pudieron apreciar, no los grandes hits populares de la banda, sino que su verdaderos éxitos artísticos: esos que definieron el rock progresivo y que convirtieron al grupo, en una verdadera institución de un fenómeno que combinó pop, música clásica, relatos místicos, virtuosismo instrumental y estructuras complejas, con una calidad y disciplina, que pocos grupos han conseguido remedar. Con más de 40 años de música en sus espaldas, los británicos se dieron el lujo de hacer un set list personal pero, al mismo tiempo universal, donde se pudieron escuchar sus más importantes composiciones históricas como “Roundabout” y “And You And I”, pero también, verdaderas rarezas de su carrera, como “Astral Traveller” de su segundo álbum “Time And A Word” de 1970 o “Tempus Fugit” de “Drama” de 1980, el único disco, que al igual que en esta alineación, no contó con la presencia del paradigmático Jon Anderson en las voces. Justamente, una de las interrogantes más relevantes a la hora de enfrentarse a esta formación, era si el nuevo cantante Benoit David, estaría al nivel de un personaje como Anderson, que representa la esencia misma de Yes. Y para ser honesto, el pequeño vocalista canadiense, estuvo a la altura de las circunstancias: su timbre vocal era extremadamente parecido al de su predecesor y se notaba también, un arduo trabajo en la interpretación, ya que lograba las mismas inflexiones e intensidades tan idiosincrásicas de la manera de cantar de Anderson. Por otra parte, las armonías con el bajista Chris Squire y el guitarrista Steve Howe –uno de los elementos centrales de la estética de Yes-, sonaron precisas y con calidad pareja. El cuadro de estos nuevos Yes, que ya con Squire y Howe, representan la quintaesencia de su gloriosa historia, lo completaba otro personaje muy relevante en la carrera de la agrupación, el baterista Alan White. Por su parte, el tecladista Oliver Wakeman, fue una especie de aprendiz adelantado del gran “wizard” de las teclas en Yes: su padre, Rick Wakeman. A pesar de su juventud y de no haber grabado ningún disco con la agrupación, la herencia sanguínea, inmediatamente, lo convertía en parte de la aristocracia monárquica de la banda. De este modo, el único que estaba fuera de foco y que nada tenía que ver en la agrupación, era David, que, sin embargo, como mencionamos, jugó un digno papel reemplazando a Anderson. Por un problema con el vuelo que traía a la banda, el concierto, que comenzaría a las 9 de la noche, se retrasó hasta las 21:50 horas. Sin embargo, el hecho fue una anécdota insignificante, que apenas la banda subió al escenario, se olvidó por completo. Ovacionados por la gente de una manera realmente impresionante y demostrando el verdadero culto que provoca Yes en nuestro país, los cinco músicos salieron al escenario sin parafernalia y, como siempre, con la sola idea de ejecutar de manera impecable su repertorio. Y el comienzo no podría haber sido más auspicioso, con la interpretación de una extraordinaria versión del clásico de “Close To The Edge”, “Siberian Khatru”. La intrincada línea de guitarra de Howe sonaba simplemente fabulosa y la banda en general, de inmediato se sintió afiatada y cómoda. Ver a Squire –más gordo y cano- y escuchar el sonido tan propio de su Rickanbaker, hacía volar la imaginación a los mejores tiempos de la banda a principios de los 70. La prueba de fuego para Benoit, pasó de excelente forma, cuando emitió las primeras notas a través de la voz. Sin embargo, lo más difícil para él vendría más adelante, ya que “Siberian Khatru” se caracteriza esencialmente, por las continúas armonías vocales con Howe y Squire que, de algún modo, no dejaban apreciarlo en solitario. La emoción del concierto no bajó ni un milímetro, sino que al contrario, subió aún más, ya que la siguiente sorpresa fue un clásico inolvidable del catálogo de los ingleses. “I’ve Seen All Good People” de “The Yes Album” -a pesar de la falla en el micrófono de la mandolina de Howe en un principio-, fue una pieza que emocionó hasta los huesos; que logró elevar el espíritu muy alto. No es relevante si la propuesta de Yes es rock progresivo o no lo es –más parece una pieza folk en su primea parte-, sino que lo verdaderamente fundamental, es la respuesta emotiva que provocó este tema en el público. Las palabras de agradecimiento y la presentación de los músicos nuevos por parte de Squire, hizo bajar los pies a la tierra. Y, como adelantábamos, la sorpresa llegó con una extraordinaria ejecución de “Tempus Fugit”, uno de los mejores temas del poco valorado, pero buen disco de 1980, “Drama”. Una canción de gran dinámica instrumental, diálogos sonoros intensos y una sección vocal en armonía, que entre Benoit, Squire y Howe –en ese orden-, lograron interpretar de excelente manera. Un extraño tema que se debate entre el hard rock y el pop sintetizado, claro está, siempre con el sello “yesiano”. Remontándose a los mismos inicios de la trayectoria de la banda, cuando ni siquiera estaba Steve Howe y Rick Wakeman en la alineación, sino que Peter Banks y Tony Kaye, respectivamente, el quinteto se despachó una asombrosa versión de “Astral Traveller” de su segundo disco, “Time And A Word”. Aunque se nota un tipo de composición distinta y -digamos- menos progresiva, que lo que vendría inmediatamente después en la obra de la banda, las canciones de este disco y también, del debut homónimo de 1969, tienen un encanto especial. Además, en esta época temprana –y sobre todo en esta canción-, ya se percibía el germen de lo que después se convertiría en el gran interés de la banda, por las epopeyas legendarias, místicas y religiosas, que explotarían en su mayor esplendor a mediados de los 70, en discos como “Tales From Topographic Oceans” y “Relayer". En el aspecto musical, era muy interesante ver como Howe, en el solo de la canción, adaptaba su estilo a un guitarrista tan distinto a él –más inocente y de menor calidad técnica- como Peter Banks. Una gran sorpresa, que nadie imaginó que alguna vez podría escuchar en vivo. Por su parte, Alan White aprovechó de hacer su solo de batería entremedio de la canción, que aunque fue de corta duración, consiguió exhibir las virtudes técnicas y musicales, que lo han mantenido por tantos años como el baterista estable de Yes. Tras esta rareza –maravillosa, pero rareza al fin-, el concierto se elevó nuevamente a uno de sus momentos destellantes, cuando Steve Howe comenzó con los acordes inmortales de “And You And I”, tal vez el clásico por antonomasia de toda la historia de Yes. Un tema de una belleza intrínseca innegable y que, al fin, demostró en la mejor de sus formas, la calidad vocal de Benoit o, al menos, que su re-interpretación –o imitación- de Jon Anderson, rozaba la perfección. Una pieza luminosa, reflejo del Yes imprescindible, con secciones de una emotividad, que logró traspasar todos los rincones del recinto. Por otra parte, quedó de manifiesto de manera cristalina, cómo la banda utiliza los matices del sonido acústico y eléctrico, para crear esa identidad musical tan propia. Además, por fin aparecía Oliver Wakeman, honrando de su padre, con una precisa interpretación del solo original. Un momento obligado de todo concierto del quinteto, es el momento solista de Steve Howe. Era una especie de epifanía ver al músico en solitario en el escenario, sentado con su guitarra acústica, tocando primero, una adaptación de la música docta –Vivaldi- y, luego, otra inolvidable de la historia de Yes: “The Clap”. Fue una versión vital y apasionada, que jugó con los matices e intensidades de la pieza, de manera natural. Desde un rasgueo apenas perceptible y sutil, hasta verdaderos golpes en las cuerdas, entregaban los distintos énfasis de una composición entre circense y nostálgica. Y, nuevamente, esa sensación de que Howe habla o, más bien, narra una historia con la guitarra. “The Clap”, pero también “Mood For A Day”, son dos piezas claves del músico, no sólo como guitarrista, sino que sobretodo, como compositor. Una lástima que no haya tocado esta última. “Owner Of A Lonely Heart” de 1983, fue sorprendentemente, el tema más nuevo interpretado en el concierto. De factura pop y con un riff primario hard rock, el éxito más relevante del álbum “90125” -con Trevor Rabin en la guitarra-, fue bien recibido y entusiasmó por la excelente ejecución. Fue interesante ver a Howe como se manejaba en el estilo más rockero de Rabin, logrando un punteo sobresaliente. Mientras Wakeman, era el encargado de generar los samplers tan característicos del tema, Squire –con su bajo más estiloso-, hacía la base que guía la canción. Sin embargo, el riff violento y al unísono de “Heart Of The Sunsrise”, dejó a todos atónitos y mostró, como nunca antes, las cualidades instrumentales de cada uno de los músicos por separado. Primero, Chris Squire se lució con esa línea de bajo galopante y extraña, improvisando y haciendo variaciones de la original. Su sonido era claro y fuerte, como lo ha sido en toda su carrera, desde que, junto a unos pocos más, revolucionó el papel del instrumento de cuatro cuerdas en el contexto rock. Alan White se veía más motivado que nunca ejecutando esa batería llena de síncopes y detalles, que le da toda la potencia a la parte del riff. Por su parte, Benoit, nuevamente fue protagonista por la predominante parte vocal, que aunque comienza suave, paulatinamente, va subiendo en ímpetu y entregando la emoción melódica tan característica del tema. En este punto, Wakeman mostró lo mejor de sí, a través de las complejas e hiperquinéticas partes de teclado, que iban en una conversación dinámica y de tiempos asimétricos con White y Squire. Además, la sección que, en varias oportunidades, imita el sonido del piano, es uno de los grandes arreglos compuestos por su padre para este clásico, real estándar de la obra de Yes. Para qué hablar de Howe, quien fue el encargado de imprimir toda la potencia rockera del riff de este clásico que cierra el álbum “Fragile”, para muchos, junto a “Close To The Edge”, el mejor de la banda. La obligada “Roundabout” convirtió al teatro en unan verdadera fiesta de musicalidad y ritmo. Por momentos, por la pulcritud de la ejecución, era como escuchar la canción del mismo disco. Todos los instrumentos sonaban claros y fuertes, y los arreglos y detalles de cada uno de los músicos, eran un espectáculo en sí mismo. Una obligada tras otra. Y tras la despedida, el encore con una de las mejores canciones de la época dorada de Yes. “Straship Trooper” de “The Yes Album”, fue tocada de manera impecable. Howe, Squire y White eran un engranaje aceitado, creando esa base musical enigmática y espesa, en donde Benoit cantó la melodía como si fuera el mismo Anderson. En la tercera parte de la canción, llamada “Würm”, Howe comenzó ese rasgueo tan característico, para que Squire hiciera su gran entrada, seguido por la banda en pleno. El solo de Wakeman estuvo fabuloso y finalmente, el punteo de guitarra tan característico, que recibió la ovación espontánea de la audiencia, fue el comienzo de un final apoteósico. Aunque de corta duración y tal vez, con la sensible ausencia de “Close To The Edge” en el set list, en líneas generales, el concierto de la agrupación inglesa fue correcto y apasionante, ya que tuvo la sabiduría de aplacar la ausencia de dos emblemáticos como Jon Anderson y Rick Wakeman, con una insuperable ejecución y con una elección de temas, que representan la esencia misma del sonido y la estética que convirtió a Yes en uno de los gigantes del rock con ambiciones artísticas del siglo XX. Héctor Aravena A. Tags #Yes # Yes # Steve Howe # Benoit David # Chris Squire # Oliver Wakeman Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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