Opeth en Chile: El trance perpetuo Una recompensa necesaria Sábado, 11 de Febrero de 2023 Teatro Caupolicán - 10 de febrero Santiago - Chile La fanaticada chilena de Opeth puede sentirse afortunada. Hemos sido una parada obligada de la banda desde el 2009, cuando vinieron a presentar “Watershed” (2008), el disco que marcó uno de esos puntos de inflexión que tanto le gustan a Mikael Åkerfeldt y los suyos. Fue el último registro con guturales y el final de una década dorada para el conjunto, que de ahí en más viró hacia el rock progresivo sin señales de retorno. De hecho, hemos sido parte de esa historia, de ese cambio de piel, hemos visto las presentaciones de “Heritage” (2011), “Pale Communion” (2014) y “Sorceress” (2016), cada una con su respectivo Teatro Caupolicán, y Nescafé de las Artes en el caso de la dupleta del “Sorceress World Tour”, nada mal para un país que le rinde pleitesía al combo sueco con más de 22.000 escuchas en Spotify, por encima de otras urbes como Ciudad de México o Helsinki. Aun así, como en toda relación, el romance entre Opeth y Chile tuvo momentos complejos. Iban a encabezar el Rockout Fest en noviembre del 2017, a tan solo 7 meses de haberse presentado por partida doble en Santiago, una propuesta que al final se terminó bajando por una escuálida venta de entradas. Tras el lanzamiento de "In Cauda Venenum (2019)", su gira llegaría al país en mayo del 2020, pero el arribo del COVID-19 postergaría estos planes hasta mayo del 2021 en una primera instancia para finalmente agendar dos recitales en febrero del 2023. La espera fue larga, pero al final fue bien recompensada. Con una de las fechas totalmente agotada, la expectativa por ver a Åkerfeldt y los suyos estaba en lo más alto del firmamento y no era para menos. Bien lo sabían los locales Saken, quienes están curtidos en estas materias gracias a una vasta trayectoria en las lides del metal chileno. Con un setlist potente que recordó mucho a su pasada junto a Black Label Society, aplanadoras de groove como 'White Hell (Our Blood II)', 'Fuck & Roll' o 'We Are Here', pasaron de manera furibunda por la tarima del recinto de San Diego. "¿Quién dijo que una banda de metal no le podía abrir a Opeth?", espetó su vocalista y fundador Carlos Quezada, aludiendo a que este era el público más selecto para el que han tocado. La LTD de Álvaro Font gritaba en ‘13 (Man In Black)', no solo en las partes más opresivas y graves, sino que también en los veloces pasajes death metaleros, hábitat en el que logran moverse a gusto también gracias a la labor de André Bravo en batería y Rodrigo Velásquez en bajo. 'XFF (Circle of The Snake)' cerró una presentación dedicada al apartado más metalero de la fanaticada de Opeth, quienes igual pusieron sus cuellos a la disposición del vaivén electrificado de una agrupación con 30 años de cancha y que siempre es bueno apreciar con una infraestructura que saque a relucir todo su arsenal, tarea que cumplieron liberando a diestra y siniestra la energía contenida durante 3 años sin tocar a causa de la pandemia. A las 21 en punto, Opeth subió al escenario con un recinto completo hasta las banderas. 'Ghost of Perdition' probó nuevamente que es una partida infalible, con el público entregándose de lleno, siguiendo cada palabra y saltando en las partes aceleradas. La voz de Mikael se perdió justo en la parte final, pero volvió para cerrar con ese coro celestial que te deja flotando. Las penumbras de 'Demon of the Fall', el encanto jazzero de 'Eternal Rains Will Come' y la esperada 'Under The Weeping Moon', con un accidentado comienzo que analizaremos más adelante, obedecieron al mandato de mostrar una canción por disco, a pesar de que la iconografía de "In Cauda Venenum (2019)" lucía a las espaldas de los músicos. Optaron por un setlist equilibrado que permitió dejar a todos contentos. Y cómo no quedar con una sonrisa pegada en la cara si el nivel interpretativo de Opeth solo crece con los años. La pegada entre 'Windowpane" y 'Harvest' sumió al Caupolicán en la parte más introspectiva de la noche, en la que los teclados de Joakim Svalberg y el bajo de Martín Méndez sobresalen con especial calidez. Es una conversación íntima entre las teclas y las cuerdas que teje un momento bello, de esos que se cuelan por la espalda y descienden eléctricamente por la espina dorsal. Esta es la primera visita de Opeth con Waltteri Väyrynen en la batería, insigne colaborador de Paradise Lost, Bloodbath y Bodom After Midnight, lo que obviamente tuvo un atractivo especial para los más conocedores. Defendió con uñas y dientes el legado de ese primer Opeth en la titánica 'Black Rose Immortal', una de las más esperadas. Y es que escucharla casi 30 años después de su lanzamiento con un sonido más grueso y definido corona a este tramo como uno de los mejores del concierto. De hecho, evoluciona desde la frialdad de ese black metal en blanco y negro para desencadenar una épica de death metal progresivo en toda su majestuosidad. El doble bombo de Väyrynen pegaba en el pecho repetidas veces, confabulándose con esos parajes amplios en los que brillan los detalles. Apoteósica, alucinante y grandilocuente. La simpatía de Mikael siempre es un aderezo especial. Contó que estaba vestido de blanco como un Backstreet Boy e incluso cantó una línea de 'Show Me the Meaning of Being Lonely' y que LATAM perdió su equipaje, notable también cuando se puso un jockey que salió desde el público. Incluso se sobrepuso a la falla de micrófonos que detuvo el show durante varios minutos, lo cual obviamente tuvo un impacto en los tiempos de la banda, pero decidieron seguir el setlist al pie de la letra. "En tiempos como estos, uno se olvida de que estas cosas ocurren cuando las bandas tocan en vivo", expresó Mikael. Cuando por fin el problema con el micrófono se solucionó y se disponía a partir 'Under The Weeping Moon', el vocalista no tenía sonido en su guitarra, lo que obviamente provocó molestia entre el público, pero Åkerfeldt se lo tomó con humor, y siguió con la revisión de un clásico querido por el respetable. Los guturales, no solo del insigne corte del debut, sino que también en 'The Moor', por ejemplo, sonaron espléndidamente bien. De hecho, se acercó al público para aplacar esos riffs abiertos, mientras las melenas ascendían y descendían con fuerza. El escudero Fredrik Åkesson siempre merece atención especial. Su carisma es un elemento vital en esta etapa de Opeth, es el que se emociona en las partes más metaleras, el que va a los lados del escenario para estar con la gente, el que se echa la banda a la espalda cuando la voz principal sufre algún sufre un desperfecto técnico. El hombre pone el corazón en cada nota que digita, no importa si es una balada imponente como 'Burden' o una epopeya death-prog como la mencionada 'The Moor', en la que el querido "Peluca" tiene que llenar los zapatos de nada más ni nada menos que Peter Lindgren, y lo hace imprimiendo su propio sello. 'The Devil's Orchard' y 'Allting tar slut' nos devuelven al presente. Aquí cabe destacar la fuerza del relato sónico que planteó la banda en el marco de sus más de tres décadas de historia. Concluir la primera parte del concierto con el principio de este viraje al progresivo setentero que marca “Heritage” (2011) y ponerlo al lado de su más reciente producción "In Cauda Venenum (2019)" parece como toda una declaración de principios porque permite un análisis en 360 grados de su legado, desde los coros que clamaban por la muerte de Dios en 'The Devil's Orchard' , hasta el riff pesado y psicodélico de 'Allting tar slut'. Pasamos de la excitación a una contemplación amenizada por la belleza del idioma sueco en la segunda, con una gran sección liderada por las voces de Åkesson y Svalberg. Tras el encore, la progresiva 'Sorceress' apareció con ese riff pulsante y lleno de onda, con las cuerdas al aire y ese final arriba siguiendo la escuela del Genesis de Peter Gabriel. Como era de esperarse, 'Deliverance', la "obra maestra de 14 minutos" según el propio Åkerfeldt, fue la conclusión del encuentro, es de esos rituales que uno tiene interiorizado cuando ve en vivo a estos maestros, un amorío entre la brutalidad y la calma, entre los guturales y las voces limpias, un maridaje que se disfruta con todos los sentidos. A estas alturas, Opeth no tiene nada que demostrar. Cada vez que pisan suelo chileno el abrazo entre el quinteto y su hinchada local es apretado, como el que se dan dos amigos que se dejan de ver por un tiempo, pero que viven el momento con el alma y el corazón. A pesar de todo lo que tuvimos que esperar para tenerlos de vuelta y de las reprogramaciones, el público respondió con un teatro lleno en una velada que tuvo uno de los mejores setlists que hayamos presenciado, solo perseguido de cerca por esa primera vez en 2009. La felicidad, el despliegue de la banda, el sudor y las gargantas exigidas a tope serán el testimonio de un trance tan mágico que bien podría haber sido perpetuo, quizá tanto como el cariño que tenemos por una de las bandas más importantes del rock de avanzada y que acá juegan de locales. ¿Cómo no nos vamos a sentir afortunados? Pablo Cerda Fotos: Alejandro Parra Tags #Opeth Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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