Hernán Rivera Letelier: El poeta que escribe novelas Entrevista al actual Premio Nacional de Literatura Viernes, 09 de Septiembre de 2022 (Publicado originalmente en revista #Rockaxis188, diciembre de 2018) En la víspera navideña de 1994, Hernán Rivera Letelier publicó su ópera prima, La Reina Isabel cantaba rancheras, la historia lúdica de una famosa prostituta del desierto nortino. Tenía en aquel entonces 44 años y un trabajo en una oficina salitrera. Cuando a comienzos del año siguiente agotó la primera edición, su nombre era un misterio en el circulo de escritores, que incluso rumoreaban que tal obra era de otro, alguien en las sombras y que era una estrategia de marketing, según cuenta Patricio Jara en el prólogo. Pero no, el libro era del entonces obrero salitrero y poeta anónimo que se había animado a publicar una novela sobre una puta de la pampa, entrelazando un lenguaje culto y popular, cambiando de paso varios paradigmas de la literatura latinoamericana. Fue el inicio de una carrera vertiginosa y admirada. Con la reedición 2018 de La Reina Isabel… bajo el brazo, conversamos con el autor sobre este primer libro y su vida como escritor en estos veinticinco años de trayectoria que lo han convertido, según se autodefine, en un «obrero de la literatura». Por César Tudela «La pampa es como una guitarra verde que nunca calla su voz», escribió Atahualpa Yupanqui sobre los áridos parajes de la zona pampeana argentina. Ese mismo paisaje hostil y desértico es el que ha inspirado al escritor nacional Hernán Rivera Letelier desde que tomó la decisión de dedicarse al noble oficio de escritor. A pesar de haber nacido en la sureña capital de la séptima región –en lo que considera fue “un accidente espermático, cuando mi madre viajó a Talca a ver a la familia estando embarazada”, según nos cuenta– es sin duda uno de los hijos prodigios de la pampa chilena. Uno que ha sido capaz de describir ese paisaje vasto, inclemente y yermo con sumo detalle en cada una de las historias que ha novelado en su carrera literaria. «No puedo escribir sobre otra cosa. El desierto soy yo», se confiesa. – Un pampino de tomo y lomo, pero nacido en Talca. ¿Cómo es esa historia? – Nacer en el sur fue un accidente pragmático no más. Mis viejos se conocieron, se casaron en el norte y tuvieron hijos en el norte, pero mi madre que era de Talca una vez se vino a ver a la familia, venía embarazada, y me tuvo a mí. Luego, se devolvió al mes. Recién a los 18 años conocí mi ciudad natal, cuando me puse a andar a dedo por el sur. – Una de las cosas más impresionante de tu escritura es cómo logras graficar el norte chileno. Cualquiera que no conozca la pampa puede hacerse una buena idea de esos paisajes a través de tus libros. – Mira, en principio los críticos acá en Chile me decían que era un escritor con mucho adjetivo, mucha palabrería, pero yo estaba tratando de contar un espacio donde no había nada. O sea, el Desierto de Atacama se resume en una frase: nada arriba, nada abajo, y ambas nadas divididas por una raíz imaginaria que da pal’ horizonte y ese es todo el desierto. Y para contar esa nada, acudí a las palabras. Hubiese sido muy fácil describir el sur de Chile donde hay ríos, flores, fauna, qué sé yo, pero estaba en un desierto árido, seco, hostil y había que echar mano a la poesía. – ¿Quiénes te inspiraron para llegar a esas palabras? – Fui un lector intermitente desde que aprendí a leer a los siete años, y no paré nunca más. Me convertí en un lector omnívoro, tanto así que lo poco y nada que sé de literatura lo aprendí leyendo a los maestros, a los grandes. Leo de todo, pero me quedo con la poesía. Soy un gran lector de poesía, y creo que ese es el secreto de un buen prosista: haber sido poeta primero. O sea, un poeta puede escribir una novela alguna vez. Un novelista jamás va a poder escribir un poema. – O le va a costar mucho – O va a escribir una hueá (ríe). – ¿Fuiste poeta primero? – Así es, durante 15 años más o menos. La palabra y la poesía están en primer orden. Ahora soy un poeta que escribe novelas. – Y la primera fue hace un cuarto de siglo. ¿Cómo ves ese primer libro 25 años después? – La veo sorprendido fíjate, porque cuando escribí “La Reina Isabel cantaba rancheras”, pensé dos cosas. La primera, que sería la única novela que iba a escribir en mi vida, y la segunda, pensaba que, si algún día me la publicaban, no iba a durar más de un año en cartelera, por así decir, e iba a desaparecer como la mayoría de los libros. Pero mira, han pasado 25 años y esta prostituta del carajo sigue leyéndose, sigue editándose, sigue estudiándose, sigue traduciéndose. Me sorprende, realmente. La soberana de las noches atacameñas – ¿Cómo llegaste a esta historia? – No fue nada premeditado. Como te digo, me considero esencialmente un poeta. De pronto me di cuenta que mis poemas me salían muy anecdóticos y con finales como de cuentos, entonces los escribí hacia el lado y resultó que esos poemas tenían mucho más efecto, más potencia como cuento corto. Y empecé a escribir micro cuentos de dos líneas, de media página… cuando llené una página hacia el lado fue toda una proeza. Un día, estaba escribiendo y me acordé de un caso que me contó un viejo en la mina una vez, y dije “acá hay un cuento de mínimo 20 páginas”, todo un récord. Me senté a escribirlo, y a las dos semanas llevaba más de 20 páginas. Al mes llevaba, qué sé yo, 40 o 50 páginas. Ahí dije “no, esto no es cuento, esto es novela”, paré, me devolví, tomé impulso y me tiré a hacer una novela, sin tener la más mínima noción de técnicas de novela, en serio hueón. Me lancé. Pero la poesía me ayudó mucho. Como a la página 70 me di cuenta que lo que estaba haciendo no estaba mal, pero estaba pecando de ignorancia porque estaba haciendo cosas que a lo mejor estaban bien pero no sabía qué estaba haciendo. Entonces paré y me puse a estudiar todo lo que pude, como once meses leyendo e investigando. – Autodidacta total. – Completamente. Y así nació “La Reina Isabel…”. Me demoré cuatro años en escribirla porque en aquel entonces trabajaba en la mina, entonces me quedaba muy poco tiempo. – ¿Tiene algo de biografía entonces el relato? – Todos mis libros tienen un gran porcentaje de biografía. Eso los escritores como que lo niegan, dicen “mi libro no tiene nada de autobiografía”, y todas las novelas, aunque sean de ciencia ficción, tienen autobiografía. Todas, y mis novelas no son la excepción. En todas mis historias siempre hay algo de mí, aunque esté hablando de un mujeriego como en “Fatamorgana de amor con banda de música” (1998) o esté hablando de una puta como en “La Reina Isabel…”. O sea, hasta ella tiene mucho de mí. – ¿Qué es lo que más te gusta de ese primer libro? – Fíjate que le estuve echando una mirada ahora –no acostumbro a releer mis libros porque me dan ganas de corregirlo, una novela se corrige hasta el infinito–, y encontré que esta edición está bonita. Empecé a leerlo y me sorprendía, aparte del lenguaje, me impresionaba la ingenuidad, que es algo que se va como perdiendo a medida que uno va adquiriendo el oficio de escribir libros. Vas perdiendo esa inocencia, hueón, de estar escribiendo sin saber lo que estás haciendo. – ¿Te dieron ganas de editarla con los ojos de un autor con 25 años más de oficio? – A veces, en algunas partes. Pero no te la corregiría nunca. Está tal como la publiqué en 1994. Claro, si me encontraron alguna falta de ortografía, alguna cosa de edición, demás que lo corrigieron, pero no me vengan a inventar una plana o sacar algo. Considero que es esencial eso en el éxito de esta novela, esa especie de inocencia con la que nació. – ¿Por qué a esta prostituta dueña de la noche pampina le pusiste Reina Isabel? – No fue creación mía. Eso fue creación del pueblo. En la novela hay más de 80 personajes que están con su apodo, no hay ningún nombre real. Pero la Reina Isabel es un apodo real, y te voy a contar un secreto que cuento en un libro que estoy haciendo ahora, donde estoy contando su infancia y un montón de cosas más de la Reina Isabel. Yo la vi pasar una tarde de 1994 y eso es todo lo que vi de ella. Estaba con tres amigos en los buques ahí donde vivíamos los solteros, y de pronto entran tres prostitutas. Era día de pago, entonces llegaban… y uno me dice: mira, a la que viene al medio –que era la más vieja y la más fea– le dicen la Reina Isabel. La miré y le encontré una pinta… ¡era muy refea po’! En aquel tiempo, la Reina Isabel de Inglaterra usaba una melena, y esta mina usaba una, pero a pesar de todo, tenía una prestancia y un andar aristocrático, hueón. Se creía el cuento, y seguramente sabía que le decían Reina Isabel. Eso es todo lo que supe de ella. Pero lo que me motivó a escribir sobre ese personaje no fue su apodo, sino que, a las dos semanas siguientes de esa anécdota, la encuentran muerta y el cura de la oficina salitrera no quiso hacerle una misa de cuerpo presente porque era puta. Entonces ahí, a mis 24 años, me tocó mucho eso, y le escribí un poema. Ese texto, escrito 20 años antes de la novela, fue como el germen. Ese poema está integro, corregido y aumentado en el discurso fúnebre de la Reina Isabel aquí en la novela. Se lo traspasé al poeta Mesana, que bueno, en un 90% soy yo po’ hueón (risas). – ¿Y por qué retomaste la historia de la Reina Isabel ahora? ¿Se te vinieron ideas por la reedición o es un personaje que aún te inquieta? – Pasó algo muy simpático. Aquí en este mismo hotel –Plaza San Francisco–estaba conversando con mi editora, Paz Balmaceda, hace unos cinco meses atrás, y estábamos planeando la reedición de este libro por los 25 años, entonces me puse a contarle, así como ahora, algunas cosas que me ocurrieron y que viví cuando escribía la novela. Y ella me escuchaba con mucha atención y de pronto me dice: “te propongo algo, ¿por qué no escribes un prólogo contando todas estas cosas para la nueva edición?”. Me encantó la idea, le dije que sí, y la idea era escribir unas seis páginas. Fantástico. Llegué a Antofagasta, me puse a escribir, y cuando iba en la página 30 la llamé y le dije; “sabes que, búscate otro prologuista porque esto da pa’ libro”. Y me salió un libro que tengo casi listo. Será mi primera crónica personal, ahí no hay ficción, todo lo viví, son anécdotas, cosas reales. Y le tengo un título provisorio: “Crónicas de una Reina”, donde se cuentan las vicisitudes que viví mientras escribía “La Reina Isabel cantaba rancheras”. – ¿Cómo fue el proceso de escritura, cambiando de la novela a la crónica? – No me di cuenta, hueón. O sea, lo que estaba escribiendo parecía tan de ficción que fue como escribir una novela, porque cuento cosas inverosímiles. Ahí cuento cosas que no he contado nunca y que parecen inventadas, pero no, las viví realmente. Por ejemplo, te cuento un extracto de una: cuando empecé a escribir “La Reina Isabel…” en el año 91, estaba en Pedro de Valdivia. Mientras trabajaba en la mina, había un grupo de viejos amigos que se juntaban los días sábado y se iban a recorrer la pampa, las oficinas viejas y abandonadas, buscando cuestiones antiguas y recuerdos en los basurales. Un día, cuando ya llevaba como un año escribiendo, me encuentro con ellos que estaban a punto de partir a la pampa –a esa altura se habían hecho herramientas especiales para escarbar, como un tridente con un mango largo para no agacharse y que enterraban en los basurales–, entonces le digo a uno, al más amigo, que estaba escribiendo una novela sobre putas y nos pusimos a conversar. “¿Es de putas?” me preguntó, y le dije que sí, pero de putas de la pampa. “Puta que bueno”, dijo y se fue. En la noche, llega el hueón a mi casa, asustado, y me dice “no sabí na’ lo que me pasó”. Me cuenta que anduvieron por el interior de Iquique, y por Alto del Carmen encontraron una oficina abandonada, se fueron al basural y una de las primeras cosas que encuentran entre varios papeles es un carnet de prostituta de 1924. Y me lo llevó de regalo. Cuestiones así voy contando. Escribir lo que se puede – Ya que me mencionaste lo de la crónica y las historias reales, ¿cuál es tu opinión frente a lo que ocurrió cuando cierto sector de la derecha chilena llamó a “contextualizar” el Museo de la Memoria y salió al paso un bastión de nuestras letras como Raúl Zurita a liderar un movimiento en protesta a esos dichos? – O sea, todo mi respeto a Zurita po’ hueón. Hay que mojarse el culo a veces, de vez en cuando, y creo que él lo ha hecho desde siempre, no es ahora no más. No te olvides que fue torturado. Pero es muy loable lo que está haciendo ahora, a sus casi 70 años. Lo admiro. Yo igual soy zurdo, estoy con el sufriente, con el torturado, con el desaparecido. Y de alguna manera, también en mis libros aparecen, aunque sí yo no busco caer en lo panfletario, porque mi primer compromiso es con la escritura, antes del compromiso político, social, moral o incluso religioso. Pero eso es lo que busco yo, escribir bien, pero toda mi admiración por Raúl, lo encuentro un tremendo poeta, o sea, pa’ escribir lo que él ha escrito hay que echarle. – ¿No te gusta escribir de nuestra época negra? – No es que me guste o no me guste. Hay dos clases de escritores: los que escriben lo que quieren y los que escriben lo que pueden. Yo soy de los segundos. Escribo lo que puedo nomás, y si algún día me nace escribir sobre eso, lo voy a escribir, pero no lo busco. Y menos escribo por encargo. No, nunca he podido escribir por encargo. – O te salen otros tipos de literatura, como lo que me comentaste recién del prólogo. – ¡Claro! Un ejemplo gráfico que de pronto te puede salir algo para escribir, aunque nunca te lo hubieras propuesto o lo hubieses pensado. – En relación a eso de “escribir lo que puedes”, en tus historias son comunes los personajes cotidianos, pero que están en el fondo de la foto. Algunos hasta indeseados. – Es lo mismo, no es que lo busque. Es más, creo que es al revés: me buscan a mí. Cuando me siento a escribir una novela no sé qué personajes me va a elegir, no sé cómo va a terminar la novela, no sé nada; sencillamente me siento con una idea nebulosa y mientras escribo voy descubriendo la historia, y voy descubriendo a los personajes y me fascina eso porque me sorprende. Si estás escribiendo una novela y no te sorprendes, no se van a sorprender los lectores. No podría escribir como lo hacen algunos colegas haciendo una hoja de ruta antes y poniendo “esto va a pasar acá, esto va a pasar allá, esto va a pasar en el capítulo tanto”. ¡Hacen hasta fichas con las biografías de los personajes, hueón! Eso lo encuentro engorrosamente aburrido. – Te gusta mantener el asombro como autor mientras escribes, entonces. – ¡Claro que sí! Como te digo, me siento a escribir sin saber a dónde voy y los personajes emergen y me dejo llevar por ellos. Algunos escritores niegan eso, pero si lo niegan es porque no lo han vivido y es realmente así, o sea, a veces estoy escribiendo por dos horas sin parar y de repente miro los escritos y digo: “y esto a qué hora lo escribí” o “cómo lo escribí”. Esos son los momentos cuando lo que debe hacer uno es seguir a los personajes nomás. Son instantes epifánicos que no se dan en toda la novela. Si se dieran en toda la novela, fantástico, pero se da en ciertas partes. – Sin embargo, hay un hilo conductor en tu bibliografía como autor, que es la ubicación geográfica. La pampa. – Es que es lo mío po’, no en vano llevo 68 años viviendo en Antofagasta. Donde vivo ahora también es pampa, pero más a la costa. Es mi hábitat, y uno escribe –o por lo menos yo– un poco de su vida, y la mía es la pampa. Es mi paisaje, el que me amoldó. Es lo que más conozco. Soy así como soy y escribo lo que escribo porque me crié en ese desierto. Si me hubiera criado en Talca sería completamente diferente, a lo mejor ni escribiría o estaría escribiendo otra clase de literatura. Por eso que todas mis historias están inspiradas en hechos que ocurrieron en el norte, en la pampa, en el desierto, y los transfiguro, al igual que los personajes. Mis personajes no nacen de otros libros, no son de papel; nacen de gente real que yo conocí. Entonces, los armo con retazos de varias personas, porque estoy escribiendo una novela, no una crónica. En mis libros hay mucho de realidad, pero una realidad novelizada. Lo que busco, y creo que todo escritor de novela busca, es engañar al lector. – ¿Cómo así? – Cuando estoy escribiendo un hecho real, lo hago de tal forma que el lector piense que es ficción, y cuando escribo algo que es ficción, lo presento de tal forma que el lector piense “esta hueá tiene que haber pasado”. Eso me ha pasado muchas veces, los lectores me dicen: “oiga, esto fue así”. Por ejemplo, el Cristo Elqui en “El arte de la resurrección” (2010), es un personaje real pero escrito de tal forma que mucha gente no cree que existió. – ¿Y la Mala Rosa existe? – Es completamente de ficción, o sea, no completamente, también tiene retazos de niñas que yo conocí cuando era niño también. Pero el personaje en sí es de ficción. – ¿Tienes otros ejemplos de libros que no buscaste pero que te hayan salido? – Sí, el ejemplo máximo son mis novelas policiales. Fíjate que le tengo tirria a ese tipo de literatura, no me han gustado nunca porque me las leí todas cuando era cabro chico, todas esas que venían en los kioskos, entonces no me gustan y nunca pensé que iba a escribir una novela policial. – Pero escribiste “La muerte es una vieja historia” en 2015. – Te cuento: un día estaba con una amiga en un café en Antofagasta, que venía de los tribunales y andaba con una carpeta con el testimonio de un violador y de dos víctimas. Mientras conversábamos, me puse a hojearlas y me impactó. De repente, por una frase de un testimonio quedé impactado. Una violación ya es fuerte, y este hueón se las violaba en el cementerio porque trabajaba haciendo loza ahí. Entonces empiezo a leer que el violador tenía el mismo modus operandis siempre: le pone el cuchillo al cuello a las mujeres y las metía a un mausoleo, y ahí en el subterráneo, entre los muertos y los cajones desbaratados con las puertas afuera, las arañas, la basura, tenía un colchón roñoso y ahí se las violaba. Todo muy macabro, pero la frase que me impactó fue de una de estas niñas, que la tuvo de tres a ocho de la noche y el hueón la dejó sola, y le dijo que iba a comer y volvía. La niña logró desamarrarse y escapar a pesar que estaba todo oscuro y no encontraba la salida del cementerio. Estando aterrorizada, lo que más miedo le daba es que de pronto, del interior de los mausoleos, salía una musiquilla de esas tarjetas navideñas que suenan, y eso le daba terror. Cuando leí todo eso, dije “aquí hay una novela”. Me impactó el relato, pero el detalle de esa frase me impresionó. ¿Por qué?, porque yo viví una vez eso: en la pampa estábamos como en julio, y una noche estábamos durmiendo con mi mujer y de pronto del ropero, en la madrugada, suena una musiquilla de navidad. ¡Chesumare’ están penando! Cajas de mierda que de repente se ponen a sonar (risas). Ahí salió esa novela, y cuando iba por la mitad se me ocurrió otra historia. Entonces dije, “bueno, si voy a hacer dos, mejor hago una trilogía”, y de ahí salieron “La muerte tiene olor a pachulí” (2016) y “La muerte se desnuda en La Habana” (2017). – ¿Te gustó ese ejercicio de escribir una trilogía? Muy de moda en autores best sellers, por lo demás. – No po’ hueón, nunca más hago y menos en la onda policía (risas). Para hacer novelas policiales hay que investigar mucho, y a mi no me gusta mucho eso. Y se hace porque todo tiene que calzar, porque los lectores de ese tipo de historias te buscan las fallas, a ver en donde te caíste. Y si te descubren al asesino antes del final, es una novela fallida. Claro, yo la escribí sin pensar en eso, yo escribí una novela policial como a mí me hubiese gustado leerla, con harto humor, sin tanta muerte, sin tanta violencia. Más que atrapar al criminal lo que yo buscaba era atrapar al lector. Creo que lo logré porque les fue muy bien y les sigue yendo bien, siempre se están reeditando. Camino de tierra – Llama la atención esa casi incesante capacidad creativa que tienes. No estás terminando de editar un libro cuando ya estás anunciando el siguiente, o que te van apareciendo otras historias más en medio del proceso de escritura. – Siempre me pasa eso. Mi última novela publicada que es de este año, “El hombre que miraba al cielo”, es un texto tenía en el computador hace cinco años. Escribía un poco y la dejaba mientras escribía de otra cosa. Cuando me cansaba, volvía a esta novela y escribía otro poco y así se fue haciendo sola. La novela que voy a publicar el próximo año, que se llamará “El autodidacta”, igual la vengo escribiendo hace como cuatro años. Entremedio esta la crónica que ni pensaba escribir hace unos meses atrás, y ya la tengo lista casi. – ¿Cuál es el libro que más te ha costado escribir? – El que más me costó hacer fue “Santa María de las flores negras” (2002). Tuve que investigar mucho y ya te conté que no me gusta. Soy flojo para investigar. Lo que a mí me gusta es inventar y ahí tuve que investigar a fondo, no podía inventarle la plana a lo histórico, pero yo quería hacer una novela sin apellido, no quería hacer una novela histórica, ni una novela social, ni una novela política, quería hacer una novela no más. Entonces, se me ocurrió que mi personaje principal tenía que ser de ficción, y como escenario de fondo lo histórico. – ¿Y al revés, la que te salió más fácil hacer? – “La contadora de películas” (2009). En promedio, me demoro cuatro meses en escribir y luego con las correcciones me tomo como un año y medio. “La contadora…” me salió en 3 meses, y cuando la revisé no le entraba un alfiler, estaba redonda. Y es la novela que ha tenido más éxito en el extranjero, ya pasó a “La Reina…”. Hasta ese libro, mis obras estaban traducidas a siete idiomas, y con llegué a 21 idiomas, de un suacate. Y acaban de comprármela en Grecia, se va a traducir al griego, 22 idiomas, hueón. Está en turco, alemán, africano –¿se puede decir en africano?–, árabe, ruso, chino, japonés, taiwanés, coreano. Me llegan unos ejemplares de unas hueás muy raras (risas). – ¿Qué sientes con todo eso? – Al principio era extraño, uno mira esos caracteres extraños y piensa: “¿y esta hueá la escribí yo? Una vez mi agente me hizo una broma, cuando me mandó un ejemplar de la traducción china. Me dijo: revisa la página veintitanto porque parece que viene un error (risas) – Debe ser bien loco, porque igual utilizas chilenismos o frases coloquiales. – No sé cómo se las arreglan, pero tengo una anécdota muy buena sobre eso. Todos mis libros están traducidos al francés, y creo que la mejor traducción de todas es justamente la francesa, porque la traductora estaba casada con un chileno y conoce Chile, entonces le sale muy fácil porque se sabe las palabras, los dichos, etc. Pero, por ejemplo, la traductora al alemán, cuando estaba traduciendo “La Reina Isabel…” hace un tiempo, me escribió un fax con algunas cosas que no entendía, y que si se los podía explicar. Entre ellas venía la frase “irse por el camino de tierra” (risas), y puta que me costó explicarle… ¿cómo le explicaba, lo más académicamente posible, lo que significa eso? Imposible. – ¿Y no le respondiste? – No po’ hueón (risas). Ahora, cómo se las arregló en alemán, no tengo ni puta idea. Tags #Hernán Rivera Letelier #Premio Nacional de Literatura #La Reina Isabel cantaba rancheras Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. Ultimos Contenidos Rock Clásicos Deep Purple Sábado, 03 de Junio de 2023 Rock Articulos ¿Cómo se suelen patrocinar y financiar los conciertos en Chile'' Viernes, 02 de Junio de 2023 Rock Noticias Rockaxis te invita a Tom Morello en Chile Viernes, 02 de Junio de 2023 Rock Discos Foo Fighters Viernes, 02 de Junio de 2023 Rock Noticias Concurso cerrado: Rockaxis te invita al estreno de la nueva ''Transformers'' Viernes, 02 de Junio de 2023 Rock Noticias Metallica llevará su nuevo show a los cines Viernes, 02 de Junio de 2023 Rock Noticias Nuevos lanzamientos: Noel Gallagher, Avenged Sevenfold, Empire State Bastard Viernes, 02 de Junio de 2023 Rock Noticias Nano Stern presenta su tributo a Víctor Jara Viernes, 02 de Junio de 2023