Glenn Hughes: el fuego púrpura La voz del rock rugió fuerte en Blondie Jueves, 16 de Noviembre de 2023 Miércoles 15 de noviembre, 2023 Blondie Galería de imágenes AQUÍ La Mark II es ampliamente reconocida como la formación más exitosa de Deep Purple, pero esa bola de fuego había perdido su fulgor en 1973. A pesar de un single fuerte como ‘Woman From Tokyo’, “Who Do We Think We Are” (1973) no le llegaba ni a los talones al impetuoso “Machine Head” (1972), testimonio de un enclave en el máximo de su potencial. El quinteto lucía perdido en tensiones internas, con un Ian Gillian que no soportaba a Ritchie Blackmore, un Jon Lord disconforme con el rumbo musical que estaban tomando y, en general, un clima enrarecido que no contribuía para volver a prender la llama. Estaban agotados tras lo intenso de sus años de gloria y la urgencia por renovación era imperiosa en el contexto competitivo de las grandes bandas de rock en auge durante el primer tramo de los 70. La competencia era dura. Con Ian Gillian anunciando su salida de la banda al final de la segunda gira por Japón durante el verano de 1973 y con Glover dando un paso al costado intuyendo un vuelco en la sonoridad, Jon Lord, Ian Paice y Ritchie Blackmore deciden ofrecerle el puesto de bajista a Glenn Hughes tras seguir a su banda Trapeze, que tenía un marcado carácter funk y psicodélico. De hecho, Hughes no mostró tanto interés al principio, lo de Purple le parecía un “rock muy estándar”, según cuenta a la revista Classic Rock, mientras que con Trapeze, el lienzo de la creación estaba a su disposición. Se interesó cuando supo que querían a Paul Rodgers como vocalista, plan que jamás se concretó. En su lugar, llegó un desconocido David Coverdale tras una audición y el resto es historia, “Burn” (1974) se convirtió en el símbolo de una reinvención para Deep Purple, volvían a surgir como el fénix entre la impronta blusera de Coverdale y, sobre todo, el alma funky de Hughes. Con motivo de celebrar anticipadamente esa historia que cumple cinco décadas en febrero del 2024, el bajista oriundo de Staffordshire, Inglaterra, llegó a Chile con todo el aparataje para vivir un encuentro inolvidable con la nostalgia, lo que produce una bella dicotomía con sus invitados nacionales. Y es que Samsara es pura actualidad, una escuadra joven que ha recorrido los mejores escenarios de nuestro país como el Lollapalooza o el Rec, siempre haciendo gala de una atractiva maestría sónica que se puede apreciar desde el inicio de su set en ‘Ven’, que tiene un aire super alternativo, con guitarras livianas, pero trepidantes. Eso sí, faltó un poco de volumen en el arranque, al menos eso se sintió desde las primeras filas. Los golpes de batería de Tomas Castro son secos y persiguen al escurridizo bajo de Jorge Toro, lo que confabula una divertida interpretación de ‘El balcón’, en la que el solo de Bruno Castro se vuelve absoluto protagonista. La Epiphone SG de Joaquín Unibazo por fin salió a la superficie en ‘Nunca sabes qué hacer’, tras haber estado un poco tapada al principio. Hay urgencia y sangre en este single recién lanzado, pero podría haber alcanzado proporciones mayores con una mejor ecualización de las segundas voces, que recién se afirmaron tras el solo de Unibazo. Aun así, la puesta en escena es magistral, el cuarteto pretende aprovechar el momento y se nota. La bailable ‘RNSN’ agarra vuelo con el flanger intenso que Bruno Castro dispara al borde del escenario, todo envuelto en una rítmica pegajosa que encalla en ‘Mátame’, en la que Tomás Castro invoca a Stephen Morris de Joy Division en un rápido ataque desde los tarros con total desfachatez. ‘Cada día’, ‘Piensa en mí’ y ‘No hay más’ se empinan hacia el final con los chicos saltando y animando a un público que fue muy respetuoso con esta propuesta distinta al acto principal. Esa es la mejor ganancia de Samsara en esta pasada, una banda joven, con un look que escapa al rock tradicional y que recién está ad portas de sacar su primer disco. Presentaron su acto ante una audiencia que no es la suya y que, a lo mejor, no está al tanto de la escena nacional actual, lo que estuvo lejos de ser un obstáculo para su frescura auditiva. Aquí hay unos buenos exponentes de la diversidad que abunda en los bares de la capital, solo basta con salir a buscar. Si antes de lanzar su primer disco Samsara ya está dejando en claro que son una banda a la que hay que poner atención, solo queda seguir sus próximos pasos que, de seguro, también tendrán un “sabor especial”, como reza la canción con la que acabaron su setlist. Llegado el momento del plato principal, el público se hizo sentir en todos los rincones de la Blondie. El cuarteto salió a escena ante un cantidad sustanciosa de almas que deseaban saciar su sed púrpura. Y vaya la respuesta que tuvieron, porque el despegue con ‘Stormbringer’ fue apoteósico, literalmente una tormenta que cayó con furia, y que empujó al respetable al delirio, siguiendo la tradición de Hughes de inaugurar sus shows con este clasicazo en el que agrega un aullido atronador que no está en la original. ‘Might Just Take Your Life’, ‘Sail Away’ y ‘You Fool No One’, en la que nos invitó al California Jam 74, no solo cumplieron con la promesa de celebrar al “Burn” (1974), sino que se manifestaron de manera grandilocuente tanto en el ánimo del ambiente, como en la interpretación de los componentes que merecen ser analizados uno por uno. De más está decir que el soporte instrumental de Hughes tenía unos zapatos amplios que llenar. Es verdad que Blackmore, Lord y Paice son inalcanzables, pero no por eso el guitarrista Soren Anderson, el tecladista Bob Fridzema y el baterista Ash Sheehan se iban a dormir en los laureles. La jam interminable de la mencionada ‘You Fool No One’ nos reveló los atributos de cada uno, gozando cada uno de los solos, y danzando al son de ritmos lisérgicos y magnéticos. Anderson hizo gritar a su fender stratocaster en un solo cósmico y jugando con el boogie para regalar una colita del riff de ‘Lazy’. Su pirotecnia decantó en un blues exquisito que llevó a una pequeña sección de ‘High Ball Shooter’ y cerró el círculo con el retorno a ‘You Fool No One’, casi 15 minutos de pura exquisitez rockera que se pasaron volando y que evidenció la bárbara labor de este colaborador que ha estado durante 25 años junto a Hughes. Por su parte, Sheehan también hizo lo suyo en el kit. Sin rasgarse las muñecas como Paice en los 70, el baterista ofreció su destreza con golpes duros y rápidos, aleonó al público parándose de su pupitre, pero siempre con el pie en el bombo y se confabuló con los asistentes siguiendo el ritmo de sus vítores, hasta escupió agua sobre la caja para que esta saltara a medida que tocaba. Todo un espectáculo. Tras la tercera vuelta al riff de ‘You Fool No One’, las baquetas bajaron la intensidad para sumirse en el blues despechado de ‘Mistreated’. Fue un momento muy lindo porque contó parte de su historia, antes de lanzar esa línea inicial que llega al alma. Eran Blackmore y él, sentados en la cocina, sin saber cómo iba a ser este próximo álbum, pero cuando Glenn escuchó esta balada tan monstruosa, supo que sería un registro increíble. Así fue. La luz púrpura iluminaba a Hughes con todo su poder, mientras los cortes de ese riff maligno rasgaban las gargantas. Las teclas de Bob Fridzema aparecieron en medio con ese sonido añejo tan característico de Purple y que reproduce de manera idéntica. En lo que respecta a nuestra figura central, solo caben elogios para La Voz del Rock. Aquí se abren dos planos, su aterrizaje como bajista y como frontman. En el primer apartado, tenemos a un tremendo exponente que supo darle una impronta al ya marcado estilo que estaba en manos de Roger Glover. Hughes es mucho más funky en la manera de pensar las líneas, lo que se nota sobre todo en ‘Gettin' Tighter’, dedicada a Tomy Bolin, guitarra que reemplazó a Blackmore en el “Come On Taste The Band” (1973). El modo en que la uñeta pasa corriendo por las cuatro cuerdas, los rasgueos, la compresión de su sonido y su floreado movimiento de la mano izquierda en el diapasón no hacen otra cosa que prender la fiesta. Como vocalista es también inapelable. Sus fraseos combinan lo mejor del blues y el soul, son errantes, impredecibles y tienen una textura única. Es anecdótico pensar que fue llamado a Purple con la intención de que fuera netamente bajista, ya que Blackmore, Lord y Paice no estaban muy seguros de sus capacidades al micrófono. Así son las vueltas del destino, el hombre ostenta una garganta potentísima que en ‘You Keep On Moving’ enseñó su lado más sólido, fluctuando entre lo grave y lo agudo con una soltura envidiable. Pura actitud. Con esa misma pachorra, encaró ‘Highway Star’ como si fuera suya. Según el tramo temporal de su estadía en Purple, no le corresponde, pero sí es todo un festín para los adeptos al catálogo de la banda. Le encargó el bajo a uno de su crew y se lanzó como vocalista desatando el fervor del respetable. En este punto, se volvió a notar lo esencial que es Hughes como bajista porque el amigo se plantó al lado del baterista sin ser muy imaginativo en las cuatro cuerdas, se perdió el carácter que vimos toda la noche en el instrumento. En todo caso, lo de Hughes es pasarlo bien, así que lo comentado pasa a ser solo un detalle. El bajo vuelve a él en ‘Burn’ y de pronto nos encontramos envueltos en una llamarada de proporciones. La línea “You know we had no time” es la que se canta con más pasión, obviamente, lo estás viendo en frente tuyo, es el momento cúlmine para todo el que lleva tatuado a Purple en la piel. Imposible no recordar el video del California Jam cuando es capaz de comerse vivo al mismísimo Coverdale en esa parte. Tanto es el fervor que, acabado el recital, la gente sube las escaleras de la Blondie coreando el nombre de Hughes. Si eso no es amor, no sé lo que es. A 50 años de un momento tan definitorio para el rock, es Hughes quien lleva parte del legado de uno de los pilares del hard rock por el mundo y había llegado el momento de compartirlo con Chile, uno de los países en los que Purple goza de una popularidad arrolladora. Quizá debería haber un análisis sociológico acabado sobre este punto, pero lo que se puede percibir a simple vista es que los hitos de DP han acompañado a su fanaticada local desde siempre, a través de la radio, de los vinilos, casetes o del formato que sea. Es la música que te dejaron tus abuelos o tus papás, y puede ser esa misma música que tú le estás legando a tus hijos, reúne a generaciones completas. Como dijo el mismo Glenn, “pareciera que todo esto pasó ayer, no puedo creer que estamos acá después de cinco décadas”. Los discos clásicos tienen esa capacidad, de hacer que el tiempo sea pequeño. No cabe duda de que el fuego púrpura está lejos de apagarse. Pablo Cerda Fotos: Juan Maralla Tags #Glenn Hughes #Deep Purple #Samsara Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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